LAS DEFINICIONES DEL AMOR
Hay fechas que se imponen en el calendario por peso propio. Algunas de ellas lo hacen a partir de acontecimientos políticos o sociales que fueron marcando no sólo un momento histórico, sino que supieron trascender varias generaciones. Fechas que se quedaron para siempre en las vivencias del pueblo y circulan por sus venas abiertas.
Hay fechas que son apropiadas por unos pocos y muchas otras, donde el amor prevalece.
Hay también, fechas más selectas que otras. Y las hay aquellas que van creciendo con el tiempo, que vienen al galope del sentir popular y año tras año van tomando forma. Tienen, con el paso del tiempo, más presencia y van creciendo a la par de nuestras hijas e hijos.
En general solemos asociar las fechas a algún acontecimiento. En nuestro recuerdo, son emblemáticas en tanto y en cuanto allí haya ocurrido algo que reclama permanencia y exige la pulsión de nuestra memoria.
Cada época tiene, a su vez, sus propias fechas. Hubo en nuestra historia un 17 de octubre, siempre presente en nuestro pueblo, hubo un 24 de marzo, desde hace años resignificado en memoria fértil y hubo también un 20 de junio, mucho tiempo atrás, presente en nuestra bandera.
Más reciente en épocas, Diego fue el actor principal de aquel 22 de junio de 1986. Ese día, en el estadio azteca, hubo mucho más que un partido de fútbol de un mundial. Mucho más que un partido entre Inglaterra y Argentina, incluso hubo mucho más que dos goles.
Una película, la de aquella tarde, que se mantiene viva en nuestras retinas porque no tuvo lugar en un solo escenario. Ese 22 de junio se vivió en cada casa, y desde cada abrazo, cada grito y cada lágrima, se fue gestando la epopeya. Los grandes acontecimientos se viven, siempre, como expresiones populares. En ellos encontramos parte de nuestra historia, de nuestros sentires, de nuestros sueños y nuestras alegrías.
Pocas manifestaciones tienen el peso de un grito de gol. Acontecen en un momento, pero se expanden en busca de nuevos amores y nuevos relatos. Perduran en nuestro cuerpo para siempre. Se hacen carne. Muchos suceden de imprevisto y en un par de segundos logran cambiar el rumbo de la vida. Por eso hay abrazos de gol que son eternos y no conocen el olvido.
Aquellos dos goles de Diego se agigantan cada año porque parieron momentos de felicidad. Nació allí algo que no existía, una manifestación artística que venía a entretejerse con nuestra historia como país y a hilvanar nuestras propias historias de vida. Cuerpo y alma. Pasiones del cuerpo argentino donde lo nacional y popular supo trascender lo deportivo. Justicia divina de un D10S eterno, el más humano de los dioses.
De esa tarde de junio del 86, recuerdo también el abrazo de mi viejo.
Por eso, cuando alguien en una mesa de un bar, entrando ya la noche y luego de varios brindis nos pregunte qué es la felicidad, no tenemos más que mostrarle la sonrisa de Diego y sus labios besando la camiseta de su selección. Allí, en esa postal eterna, están todas las definiciones del amor.