Ensayos
MANU GINÓBILI Y LAS MANOS DE DIOS

MANU GINÓBILI Y LAS MANOS DE DIOS

De las calles de Bahía al Salón de la Fama de la NBA

Once mil cuatrocientos catorce. La cifra divina. Podría tener una unidad más o una menos. Varias más o varias menos. Pero es divina. El número de ficha está firmado el 2 de julio de 1984. El trámite se llevó adelante en la Federación de Básquetbol de la Provincia de Buenos Aires por el club Bahiense del Norte. Ese cartón fue una más de tantos miles que se sellaron y se sellarían. Tendrían que pasar varios julios más para que alguno se avive de que ese pedazo de tinta configuraba un documento histórico.  Por encima de los puntos sucesivos que acompañaban el “nombre y apellido”, quedaban escritas las siguientes palabras: “Emanuel David Ginóbili”. 

Fue en ese club con sede en la calle Salta 28 de la ciudad del fin de la panza bonaerense donde el actual integrante del Salón de la Fama de la National Basketball Association (NBA) empezó a apuntar a los aros, a penetrar zonas pintadas y a acariciar esféricos naranjas. 

Las cosas estuvieron lejos de ser fáciles. ¿Para quién lo son? Una vez le pronosticaron que cerca de las dos décadas de vida no llegaría al metro noventa. “Voy a ser petiso”, fue el primer pensamiento de una mente ganadora, en la que el cuerpo es sólo una herramienta para generar felicidad. También, como si el fracaso pavimentara un camino de rosas, se fue al descenso, luego de perder un partido por la “Promoción”. 

-Perdimos papá, perdoname. 

Su ciudad, acaso la metrópolis del baloncesto argentino, lo acompañó a todos lados. O tal vez fue Manu el que la llevó. En 2002, ya con un draft de la NBA, un ascenso a la Primera División Italiana, dos torneos en ese país, una Euroliga que lo eligió en las finales como MVP (jugador más valioso), una medalla de oro en el Torneo de las Américas con la selección Argentina en Neuquén, Ginóbili posó con una remera de Olimpo, recién ascendido a la Primera División del fútbol argentino. Dijo, en esa entrevista: “En Bahía todos saben que no soy fanático de Olimpo. Pero, por el bien de la ciudad, creo que hay que apoyarlo mucho, para que le vaya bien en Primera. Porque este año lo que va a estar en juego no son sus colores, sino algo mucho más importante. El nombre de la ciudad. De mi ciudad. De nuestra ciudad”. 

¿Cómo se explica que ese pibe de barrio que no era estrella en su lugar natal, que pintaba de estatura baja y que tuvo que debutar en Primera a 1307 KM de Bahía, en La Rioja, haya llegado al Salón de la Fama de la principal liga del mundo?

Una explicación entre bíblica y semiótica nos obligaría a indagar en su nombre de pila. Emanuel significa que “Dios está con nosotros”. Pero habría que desarrollarlo un poco más. 

Podría explicarse por sus números. Brillantes. Contundentes. Cuatro anillos de la NBA. Dos medallas olímpicas, una de oro. Dos “All Stars Game” en Estados Unidos. Un subcampeonato del mundo y dos Copas Américas, vestido de celeste y blanco. Catorce mil cuarenta y tres puntos, tres mil seiscientos noventa y siete rebotes, una asistencia más que cuatro mil. Suma, pero parece que no alcanza. 

¿Será, tal vez, por lo que varios de los astros de este deporte piensan sobre él?. Michael Jordan dijo que era un gran jugador y un ejemplo a seguir. Stephen Curry sostuvo que era divertido verlo pero no defenderlo. Greg Popovich indicó que le enseñó a admirar más las cosas y no necesariamente controlarlo todo. Lebron James expresó que le hubiese gustado tenerlo como compañero. Un tal Kobe Bryant lo calificó como “un fenómeno”. Magic Johnson comentó que su juego le encantaba. Steve Nash aseguró que todo lo que hacía Manu tenía el objetivo de ganar. Isaiah Tomas dijo que fue uno de los mejores que jugó este juego. El más claro fue sin duda Sergio “Oveja” Hernández, que dijo que si los marcianos le preguntaban por Manu, les decía que era uno que se perdieron para jugar en Space Jam. 

Podrá explicarse su triple a la eternidad por algunas de sus brillantes acciones. Las caricias y la magia de Indianápolis 2002. El histórico tiro de “palomita” contra Serbia en el debut de Atenas 2004. Los veintitrés puntos (once en el último cuarto) contra Detroit Pistons en las finales del 2005 de la NBA con su amado San Antonio Spurs. La “tapa” a James Harden en las semifinales de la Conferencia Oeste en 2017. Las penetraciones y los tantos en las canchas de Bologna. Y tantas otras asistencias, tantos, jugadas.

Tal vez el que encontró la respuesta o mejor ayudó a descifrar haya sido alguien que hoy no está. Así como Lionel Messi dijo en los últimos días que tendrían que llamarlo a él “el Manu del fútbol”, otro astro veneró con creces al escolta. En 2019, un tal Diego Armando le dio una entrevista al canal TyC Sports y tuvo el siguiente diálogo.  

-A Manu (Ginóbili) no lo contemos. Está por sobre todo. Es un fenómeno total

-¿Es el mejor deportista de toda la historia argentina?

-Yo creo que sí. Se lo merece. Lo que pasa es que hay otro que jugaba de diez que le pisa los talones. 

Maradona, quizás, reveló el interrogante. Manu, el jugador once mil cuatrocientos catorce de la Provincia de Buenos Aires, inscripto en la Asociación Bahiense antes de cumplir los siete años de vida, guarda un secreto. 

Tiene las manos de Dios. 

Autor

  • Periodista. Le falta una tesis para ser Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA). Escribe en Lástima a Nadie, Maestro y colabora con otros medios digitales. Es uno de los autores del libro Crónicas Maradonianas.

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