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PROMESAS NO TAN VANAS DE UN AMOR

PROMESAS NO TAN VANAS DE UN AMOR

En Argentina viven quinientos mil polacos. Medio millón. Su llegada, desorganizada en el siglo XIX, tuvo un punto cúlmine en 1897, cuando un barco llegó a Estados Unidos pero las autoridades del país norteamericano afirmaron que varios de los tripulantes no cumplían con los requisitos para entrar al país. El azar hizo que un diplomático o un representante de la empresa marítima (nunca se supo) apareciera en el lugar y ofreciera venir a Argentina. Así, la colectividad polaca se dividió entre Misiones, La Plata y Buenos Aires.

Pero si en el país hablamos de polacos no solemos hacer referencia a este proceso. Tampoco es común que pensemos en el gran escritor Witold Gombrowicz, autor entre otras obras del libro Ferdydurke, ni en el ex ministro de Economía del tercer gobierno de Juan Domingo Perón, José Ber Gelbard.

El “Polaco” es Goyeneche, que se ganó ese apodo en la presentación que el cantautor Ángel Díaz hizo del gran Roberto a la orquesta de Horacio Salgán. Las razones del sobrenombre eran evidentes: los rasgos rubios de artista hicieron que no hiciera falta demasiada originalidad. Varias leyendas urbanas dicen que el propio Díaz se inspiró en la inmigración polaca de la primera parte del Siglo XX.

Posiblemente la obra más de mayor reconocimiento masivo de Goyeneche haya sido “Naranjo en Flor”. Las frases más cantadas de sus estrofas son: “Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento. Perfume de naranjo en flor”. Menos atención se le presta a la frase siguiente, en general no tan entonada. Dice el Polaco más grande de la Argentina: “Promesas vanas de un amor”.

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El partido Argentina-Polonia por la tercera fecha del Grupo C de la Copa del Mundo Qatar 2022 podría ser recordado sin ninguna ruptura de la matrix. Pareció un encuentro normal. Si uno escribiera un libro del Mundial, sería el capítulo más corto. Si realizara una película, sería la pieza con menos escenas. Fue un desafío, indudablemente duro, pero con el atroz encanto de lo normal: Argentina fue, ganó, clasificó primero. Y a otra cosa. Visto así, un amor mundialista que todavía mostraba menos pruebas que ilusiones.

Una observación sin tanta profundidad nos dejaría pocos recuerdos imborrables. “¿Qué se dijeron Messi y Lewandowski?”, sería el enigma más destacado. Podríamos pensar también en el arquero figura de consonantes eternas, Wojciech Szczęsny, que se cansó de volar para todos lados, con un penal atajado a Messi inclusive. Quizás que Leo haya errado un penal, con el Mundial que jugó, podría sí ser noticia.

Pareciera, entonces, que pasó poco. No fue un debut desvelado, sorpresivo, deslumbrante para el fútbol mundial, con pelotazos de un equipo árabe que dio un golpe extraordinario. No hubo un gol de Messi que nos haga llorar desde afuera del área en un partido de 32avos de final. Tampoco el partido mostró una jugada que podamos asimilar al quite de Lisandro Martínez en el último minuto ante Australia. En ningún momento de la tertulia tuvo lugar una batalla cambiante que terminara en los penales y con calificaciones de “bobo” a nuestros adversarios. No hubo goles con corridas memorables o bailes de un astro mundial a una joven promesa que juega de defensor. Tampoco salió 3 a 3 ni tuvo alargue, tapadas infartantes o goles inolvidables. Tanto es así que es el único partido de la Copa del Mundo en el que Messi no convirtió un gol. Si uno está distraído, parece que pasó poco.

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“Vana” quiere decir, en una definición de diccionario, “vacía de contenido”. La frase de Goyeneche entonces, “promesas vanas de un amor”, puede encajar en un partido que enfila hacia la gloria pero que no la demuestra. Puede. Pero no.

Bien mirado, en Argentina-Polonia pasó de todo. Va, mejor dicho, se mostraron cartas innegables de una evidencia futura.

Fue ese día que Lionel Scaloni encontró el equipo ideal: tanto es así que solamente un cambio, vinculado a una cuestión física, diferencia al equipo titular de ese día con la final contra Francia: Marcos Acuña por Nicolás Tagliafico.

Esto desprende señales. Nahuel Molina, que volvió al once titular, fue quien desbordó y metió el centro del primer gol, apareciendo por sorpresa como luego haría, de forma más efectiva, en el partido contra Países Bajos. Cuti Romero, que también retornó al primer equipo, comenzó a convertirse en el que hoy es el mejor central del mundo. En el festejo del segundo gol, Cuti fue y le pegó una patada Enzo Fernández, como haría con el Dibu Martínez en el encuentro con Australia.

Esa tarde nació el mediocampo de las “Ferraris”. Al menos, desde el minuto 0. Enzo Fernández, titular y figura, jugó de cinco, en su tercer partido oficial con la selección, el primero de titular. Esa actuación quedó consagrada en la jugada en la que frena, gambetea y asiste a Julián Álvarez, como luego haría en la previa del penal contra Croacia en semifinales, como varias veces habían hecho en River. “Es un crack este pibe”, se le escuchó decir al relator Rodolfo De Paoli, en la transmisión.

Rodrigo de Paul continuó como volante por derecha pero se acomodó a sus dos nuevos compañeros, aportando la fibra que le hizo llegar, volver, correr. Siempre estar.

Alexis Mac Allister llegó al único gol que hizo en la Copa del Mundo, y gambeteó a cuanto rival se le cruzó por al lado, siempre pensando en el arco rival.

Si bien de Messi y Di María nadie puede sorprenderse, sí puede pasar eso con Julián, que jugaba en el fútbol argentino cuatro meses antes. Dinamismo, diagonales intratables, movimientos de difícil anticipo, control de pelota, presión, grandísimo remate. Los que le decían “Patronato-man”, por sus goles al club de Paraná (Entre Ríos), con tono descalificativo, tuvieron que rendirse ante la jerarquía de un delantero digno de un campeón del mundo. Cuatro goles en cinco titularidades. El debut en la red fue al ángulo, contra Polonia.

“Primero hay que saber sufrir, después amar”, dice el tango que citamos. Si bien ese rasgo mundialista que nos siguió siete partidos no empezó en este partido, sí fue la primera vez que Argentina pudo levantarse de un duro golpe dentro de un encuentro: el penal errado por Messi. “Los segundos después del penal marcan que hay reacción y hay ánimo”, dijo Ariel Senosiain, comentarista, sobre un equipo que podría haberse caído anímica y futbolísticamente ante la posibilidad de quedar afuera (pasaba a depender de otro encuentro) o de quedar obligado a jugar contra Francia, en ese momento campeón del mundo, en octavos de final. No pasó.

Entendió que la adversidad era parte de lo normal. Acostumbrarse a eso fue clave, como se verá después, para ganar un título tan importante. Messi se levantó rápido, el equipo también. No se fue en ventaja al entretiempo por mala fortuna en los metros finales, pero el destino corrigió rápido el andar antes del primer minuto de la segunda mitad.

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El árbitro revisa si hay falta contra Messi. Cobrará penal. La gente se levanta con un aliento ensordecedor. Gritan en el Stadium 974 de Doha, pero también ante cada pantalla.

Messi falla. El aliento sigue. Alguien dirá que nuestra impronta implica un despliegue de manifestaciones incondicionales por nuestros colores. Dejar todo sin esperar nada. Siempre alentar y apoyar. Puede ser.

Pero no sería tan loco pensar, si se analiza un poco más a fondo el tercer partido del Mundial, que había optimismo porque las promesas de amor de Scaloni y los suyos estaban lejos de ser vanas.

Autor

  • Periodista. Le falta una tesis para ser Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA). Escribe en Lástima a Nadie, Maestro y colabora con otros medios digitales. Es uno de los autores del libro Crónicas Maradonianas.

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