AQUELLA LECCIÓN DE MENOTTI
El pibe de pies inspirados que escuchaba a esa voz grave no era Diego Maradona (aunque las redes sociales digitales suelan esparcir eso).
El pibe de pies inspirados que escuchaba a esa voz grave no era René Houseman (aunque las redes sociales digitales también suelan esparcir eso).
El pibe de pies inspirados que sí escuchaba a esa voz grave era Daniel Olivares.
Daniel Olivares tenía pies inspirados y pies de fútbol, pero ese día los pies no importaban nada ni siquiera para el fútbol porque los que importaban eran los oídos. Estaba en Toulon, Francia, muy lejos de su Santa Fe de origen, muy lejos de la camiseta de Colón que lucía con orgullo, en una tribuna ajena, casi en la mitad de 1975, viendo sudar a unos colegas europeos y como miembro de la Selección Argentina. Y le hablaba alguien de voz grave que justificaba la existencia de los oídos: César Luis Menotti.
Jorge Valdano, otro santafesino muy joven que se calzaba la camiseta de esa Selección Argentina en Toulon, recuperó una lección preciosa de Menotti para Olivares y algunos compañeros en un tramo de su libro «Los 11 poderes del líder» y potenció ese rescate el domingo 5 de mayo, aún conmocionado por la muerte de Menotti, su maestro, en una nota que publicó en el diario español El País. Dice así: “Un día fuimos a ver a Alemania y sus jugadores nos parecieron superhéroes. Nos intimidaban por su velocidad y su fortaleza física. Nadie decía nada, pero mirábamos todo con complejo de inferioridad. Sin embargo, Menotti se mantenía tranquilo. De pronto, uno de los jugadores más atrevidos, de aspecto más frágil y de origen más pobre lanzó: ‘César, los alemanes son fuertísimos’. ‘¿Fuertes?’, contestó Menotti. Y agregó: ‘No diga bobadas. Si a cualquiera de esos rubios lo llevamos a la casa donde usted creció, a los tres días lo sacan en camilla. Fuerte es usted que sobrevivió a toda esa pobreza y juega al fútbol diez mil veces mejor que estos tipos'».
En el fragmento que incluye en aquel libro, Valdano apuntó que el episodio transcurrió durante el desarrollo del Torneo Esperanzas de Toulon, que Argentina ganó el 25 de mayo de hace 49 años luego de vencer a Francia en la final por 1 a 0 con un gol de cabeza, justo, de Valdano, quien transcurría sus últimos meses como delantero de Newell’s antes de migrar a España. En el plantel nacional había cuatro talentos que serían campeones del mundo en la Argentina de 1978: Daniel Passarella, Alberto Tarantini, Américo Gallego y José Daniel Valencia. Y uno, Marcelo Trobbiani, que, como Valdano y como Passarella, alzaría la copa en México en 1986. Los otros jugadores -sólo podían intervenir quienes nacieron entre el 1 de agosto de 1954 y el 1 de agosto de 1956- de aquel grupo eran Ricardo Ferrero, Carlos Suárez, José Van Tuyne, José Luis Pavoni, Aldo Espinoza, Rubén Giordano, Jorge Salas, Armando Quinteros, Jorge Forgués y Olivares.
Además de los pies inspirados y del fútbol inspirado que lo llevaron a debutar en la Primera de Colón a los 16 años y a desplegar una destacada trayectoria profesional, Olivares construyó una memoria inspirada. Dio una prueba de eso el jueves 23 de mayo de 2024, en una jornada muy distante de los días con Menotti en Toulon, apasionado por el fútbol como en la vida entera, en una entrevista concedida al periodista Diego Meloni para «Dale Ne», un programa radial dedicado de punta a punta a Colón:
-Fue de noche el partido. En verdad, nos sorprendieron en lo físico. Terrible. Eran grandotes. No teníamos conocimiento de lo que era Europa en esa época. No sabíamos nada. Ahora sí. Nos sorprendió eso. No teníamos referencia. El Flaco Menotti lo captó enseguida. Pensó: «Estos muchachos van a arrugar, están derrotados ya». Y ahí hizo la charla: «Los veo mal muchachos. ¿Están asustados?, ¿qué les pasa?, ¿se sorprendieron? Nooo, no tengan miedo. Lo físico es importantísimo. Pero ustedes tienen otras condiciones muy naturales: el potrero. Ellos no lo tienen. A través del potrero, vamos a lograr el campeonato: quédense tranquilos». Nos dio una confianza enorme. Salimos campeones gracias al Flaco. Era un tipo muy simple para explicar las cosas.
En la entrevista, Olivares resaltó que Menotti les pidió sólo una cosa: «Desorden para atacar y orden para defender». Y que les habló del valor de la creatividad y de la imaginación. Sobre la circunstancia que reconstruyó Valdano, precisó: «Primero, fue en la tribuna para los tres o cuatro, que estábamos ahí: ‘¿Qué les pasa? No se arruguen. ¿Están asustados? No pasa nada. Estos corren. Ustedes juegan’. Y el día anterior al partido, dijo eso para todo el plantel».
La narrativa futbolera indica, con razón, que la participación en el tercero de los torneos de Toulon marcó un camino para el recorrido que timonearía Menotti en las temporadas siguientes y que esa contestación que jamás se fue de los tímpanos de Olivares, tan reivindicadora de los cimientos del juego en la Argentina y tan convencida de las potencialidades de los jugadores nacidos en el país, no sólo desembocó en la vuelta olímpica de 1978 sino que dejó una evidencia cumbre de la impronta del entrenador. Valdano, que hoy recuerda que andaba allí con Olivares, citó ese episodio porque trasluce muchísimo más que una anécdota.
Lo que a esa narrativa no le toca desmenuzar es por qué la tentación de atribuirla (o de aceptar atribuirla) a quienes no corresponde se multiplicó en los últimos años y, bastante más, luego del adiós a Menotti. Ni Maradona ni -menos referido- Houseman viajaron a Toulon aunque sí anudaron lazos fuertes con ese director técnico al que elogiaron largo. En mayo de 1975, Maradona soñaba a un año y casi cinco meses de estrenarse en la categoría superior de Argentinos Juniors. Y Houseman, que se había consagrado en Huracán en 1973, ya recibía ofertas desde el costado opuesto del Atlántico («No lo vendimos porque, en definitiva, nos ofrecían 330.000 dólares al cambio negro y nosotros queríamos un millón de dólares al cambio oficial», aclaraba el presidente del club y de la AFA, David Bracuto). Además, Diego nació el 30 de octubre de 1960 y el Loco lo hizo el 19 de julio de 1953, por lo que no cumplían con el requisito legal (vital en el caso de Diego) para marchar a Toulon.
Todo atendible: acaso nadie en la Argentina y en el fútbol de la Argentina emblematiza más el viaje desde la nada económica hasta la gloria deportiva que Maradona y que Houseman. Ambos son el potrero, la rebelión que acuna ese potrero, el genio que habita en los sitios que el poder económico desprecia y esfuma. La voz grave de Menotti no sonaba, a lo Menotti, en Toulon y para ellos, pero emerge creíble que el interlocutor era uno de ellos.
Consultada para esta nota, la científica social Natalia Aruguete, experta en comunicación (imperdible «Nosotros contra ellos», por ejemplo, su último libro junto con Ernesto Calvo) disecciona y esclarece: «Cuando nosotros hablamos de falsedades, hacemos una distinción muy vertebradora. Por un lado, están las que llamamos fake news y, por el otro, las noticias falsas. Las fake news son aquellas que se arman y se distribuyen de manera coordinada entre distintas cuentas para garantizar una propagación lo suficientemente amplia, detectando hacia quién va el ataque o qué evento o problemática se quiere visibilizar: es una operación política que se realiza con información que se falsea o se descontextualiza. En cambio, las noticias falsas pueden tener algún nivel falsedad parcial o completa pero, en general, se van construyendo de manera involuntaria, sin intención de generar daño, a partir de algo que nos ocurre a todos los sujetos culturales: completar vacíos en la información».
-¿Y cómo se completa ese vacío?
-Cuando nos encontramos con cualquier acontecimiento de la realidad social, tenemos que darnos una explicación de por qué eso sucede. Lo completamos con ideas que son congruentes con nuestras posiciones frente al mundo, nuestra idiosincracia y hasta con prejuicios. Así se construye una idea de la realidad que, en ocasiones, puede tener algún nivel de falsedad. Eso nos lleva a difundir una información que puede ser falsa, en la medida en que coincide con nuestras creencias previas, con las explicaciones de los eventos que nos resultan plausibles. Y estas explicaciones, incluso, tienen componentes racionales y también afectivos.
«La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla», anotó el colombiano Gabriel García Márquez en el acápite de su autobiografía «Vivir para contarla». «Hijo, si vos lo soñaste yo lo viví», condensó, mágico, el argentino Armando Discépolo para fascinar a Osvaldo Soriano, otro fascinador desde la escritura. Algo de eso hay en las noticias ciertas y en las noticias falsas (no en las fake news). Algo de eso hay en el devenir de esa manifestación de Menotti.
Feliz por lo que diseminaban sus jugadores y entristecido porque desde Buenos Aires llegaba la noticia de la muerte de su admirado Aníbal Troilo, la voz grave del Flaco Menotti, en mayo de 1975, retumbó para sostener lo que venía afirmando y lo que perduraría afirmando durante toda su historia. Toda su historia: en una charla encantadora de hace pocos años, en el muy porteño bar Saint Moritz, de Paraguay y Suipacha, el propio Menotti guardaba una retrospectiva dulce de ese intercambio con Olivares, con Valdano y con otras incipientes estrellas en una tribuna francesa, pero asumía que podría haber expresado lo mismo frente a montones de futbolistas y en montones de tiempos.
La actuación argentina en Toulon contó con la cobertura de doce enviados especiales argentinos. Tres trabajaban para la revista El Gráfico, que en su número 2903 del 28 de mayo llevó el acontecimiento a su tapa bajo el título «Argentina campeón» y le dedicó la nota editorial firmada por Carlos Fontanarrosa, el director, y siete páginas completas, urdidas por los dedos luminosos de Horacio Del Prado, tan esclarecedores como los de Carlos Juvenal, en sus crónicas para la nación. También surgía el detalle de los triunfos sobre Hungría y sobre México -doble 1-0, con mil llegadas en ambas presentaciones-. La cuarta de esas páginas portaba el rótulo «Espionaje a la argentina (Por Menotti y los pibes del equipo)». Sincronía entera: ahí, el director técnico y su plantel -acompañados por José Omar Pastoriza como visitante ilustre- observaban un duelo entre Italia y Polonia y advertían diferencias entre europeos y argentinos. «¿Ve, Valdano? -pedía el Flaco-. Fíjese el laburo que hace el nueve. Como el flaquito lo sigue por toda la cancha, él lo arrastra y se lo lleva. Ahí está, ¿se da cuenta? Él se acerca a otro italiano libre y les junta dos marcadores. Además, no se para nunca». Y, más adelante, insistía: «Pero escúcheme, Tarantini, nosotros tenemos que imitarlos en lo que ellos tienen de bueno. A mí este partido no me gusta. Los volantes no pisan el área ni de casualidad. Pelotazos largos y que se arreglen los de arriba… Pero por eso no voy a dejar de elogiarles el sentido de equipo que tienen».
De nuevo, la perspectiva de lo cierto o de lo falso pero no tan falso: nadie sentenciaría, una vez más, que esos conceptos dirigidos a los aventureros de Toulon no podrían haber sacado boleto, unos mayos antes o después, hacia los tímpanos de Maradona, de Houseman o de otro crack del pasado o del porvenir.
Ocurre que los aires cotidianos de esta época se llenaron de mentiras horribles y de confusiones hasta bienintencionadas. Pero, como siempre enseñó la voz grave de Menotti, los pies inspirados nunca son noticias falsas.