10 CUESTIONES A PARTIR DEL 10
1) Perplejidad: el presidente de un club se posiciona, en una tribuna, entre dos fuerzas que intercambian violencias físicas. Dos fuerzas: la barra brava que opera en su club y la policía, con lo que también se posiciona entre esa barra brava y otra, la del club rival. Juan Román Riquelme desbarata, entonces, paisajes habituales o, de otro modo, desarma modos dominantes de intervenir en lo político deportivo: un dirigente que pone el cuerpo en el medio, separando, en una geografía donde tradicionalmente la dirigencia deportiva no se hace visible ni pone el cuerpo. Más fácil: Riquelme hace lo que nadie o, quizás, casi nadie.
2) Continuidad: Román entra y sale, en sus comportamientos políticos, de los modos clásicos de hacer política. No es la primera vez que se presenta donde «la política» no se presenta, no es la primera vez que pone el cuerpo donde se ven cuerpos a montones pero no los de las dirigencias. Habrá que seguir y habrá que pensar ese rasgo y las razones de ese rasgo. Y algo más potente: efectúa eso en una edad de la historia en la que vastos sectores de la sociedad manifiestan su distancia -su distancia no sólo física- de las dirigencias, sobre todo de las dirigencias políticas afuera del deporte (aunque haya, desde luego, muchos/as dirigentes no del deporte y también del deporte que perseveran en el lazo cara a cara con la gente sin que las cámaras de la televisión los/las enfoquen). Síntesis: el presidente Román en la tribuna emerge en un tiempo en el que casi cualquier teoría política afirma que hay crisis de representatividad.
3) La intervención de Román tiene consecuencias eficaces: la batalla se acaba. O sea que, en más de un sentido, desafía la idea de que la acción punitivista clásica de «las fuerzas de seguridad» (se elige el entrecomillado porque para que no hubiera comillas esas fuerzas deberían generar seguridad) pueda resolver las expresiones de violencia física, organizada o no organizada, que tiene la sociedad argentina. En general, la acción policial se orienta a lo represivo, provoca heridas, muertes y multiplicación de problemas (más allá de que, obviamente, no todas las represiones de «las fuerzas de seguridad» se vuelquen sobre hechos similares al de Riquelme en el estadio de Newell’s). En su libro «Fútbol, violencia y Estado», el sociólogo Diego Murzi detalla por qué, entre abundantes causalidades, las políticas punitivistas fallaron para abordar y para resolver las violencias que signan el espectáculo del fútbol en la Argentina y por qué el tema exige exceder simplismos o la formulación -también simplista- de «si se aplicara la ley…». La intervención de Román quizás pueda ligarse con otras miradas que vienen planteando que la sociedad civil puede (o debe) prepararse para, al menos en algunas circunstancias, modelar seguridad sin «las fuerzas de seguridad».
4) Organizaciones: la intervención de Román ni achica ni disimula que las barras bravas son organizaciones institucionalizadas reconocibles que producen, reproducen, comercian o expanden múltiples violencias y que interactúan con otros actores institucionales o no tanto (dirigentes deportivos, dirigentes de la política no deportiva, «fuerzas de seguridad», mercaderes de las industrias del entretenimiento o de otros negocios). Y que -en tanto conforman eso mismo: organizaciones- son algo mucho más estructurado que «unos pocos que arruinan la fiesta de muchos», como suele apostrofar la prosa periodística. Al explorar una de las aristas de esta historia, el periodista Gustavo Grabia, atento a este tópico hace años, precisa, incluso, los variados campos de acción de las cúpulas de esas organizaciones ya muy lejos de la cancha y muy cerca de universos mafiosos diversos.
5) Lo que sí, lo que no: la intervención de Román probablemente evita una masacre pero no resuelve que no haya barras bravas. «Parece Moisés abriendo las aguas», como dice el periodista uruguayo Fermín Méndez al registrarlo en una pantalla. Frena los efectos del fenómeno pero no el fenómeno. Inclusive, dimensiona el fenómeno porque trasparenta que, para que no se desencadene algo más grave que lo ya grave, es necesario que alguien, alguien como el presidente de un club, ofrende el cuerpo (y la palabra y más cosas) entre las partes violentamente enfrentadas.
6) Proximidades: la intervención eficaz de Román, y de algunos de sus compañeros de dirección en Boca, no maquilla que estas y otras conducciones políticas de los clubes, no sólo ahora y no sólo en Boca, antagónicas o en sincronía con este u otros gobiernos nacionales, conviven con las barras, a veces por conveniencia y a veces por imposibilidad. Entre susurros, porque los atenazan temores o determinaciones tácticas, muchos dirigentes de clubes confidencian que preferirían que no hubieran barras pero carecen de posibilidades políticas para desactivarlas. Entre más susurros, alguna dirigencia de adentro y de afuera de los clubes asume que contar con una barra favorable para ciertos roles no viene mal.
7) Dilema: Pero lo que la intervención de Román puede sugerir como desafío es si otras dirigencias (al menos del fútbol o de los clubes) serán requeridas para hacer lo mismo en el caso de que sobrevenga algo parecido a los episodios de las tribunas de Newell’s, un desafío ante el cual cabría conjeturar qué tipo de legitimidad y qué modos de construcción de esa legitimidad portan esos dirigentes frente a las barras, frente a la sociedad y frente a «las fuerzas de seguridad». En estas horas, se oyen ecos que postulan que la intervención de Román fue factible y eficiente porque no sólo es un presidente de club sino un presidente que cimentó su relación con ese club desde su condición de crack de la cancha, de número 10 esplendoroso, de ídolo. «Poder es que te quieran», había abreviado Riquelme en su campaña rumbo a la presidencia, acaso suscribiendo esa hipótesis. Sin embargo, no hay una sola prueba de que esa condición cumpla algún papel en los oídos o en las actitudes de los barras (¿hubiera servido de algo lo de Román si Román estaba fuertemente peleado con la barra?).
8) Autonomías: Existe una percepción extendida -sedimentada particularmente por discursos de la política institucional y por los medios de comunicación- de que hay violencia porque hay barras bravas. Hace rato que pasa al revés: hay barras bravas porque hay violencia. Y esa violencia política es específica del fútbol: las barras son la porción superficial de algo que tiene profundidades, una porción terminal y a la vista de una trama que articula a otros núcleos entrelazados, un poco más o un poco menos, con los barras. La cuestión puede ser pensada atendiendo a que, en ocasiones, el fútbol trasluce lo que atraviesa a la vida general, pero, más frecuentemente, se desarrolla con autonomías relativas, con lógicas propias que no reflejan al resto de la existencia. Un testimonio: en esta era, Riquelme representa una contracara política del presidente Javier Milei y del ex presidente Mauricio Macri. Pero, de verdad, más allá de cómo sectores de la prensa ahuequen lo que pasó enunciando lo que su alineamiento les dicte, ¿hay posibilidad seria de sostener que esa pulseada política tiene algo que ver con los minutos impactantes que pusieron a temblar a una cancha durante un Boca-Gimnasia?
9) Otras violencias: una especie de comodidad o de confusión suele mezclar a las violencias políticas del fútbol con las violencias sociales del fútbol. Los comportamientos agresivos de los/las hinchas que van a los estadios (insultar a los jugadores rivales, agredir discursivamente al equipo o a los hinchas -ahora ausentes, salvo en la excepción de la Copa Argentina- adversarios, desbordarse en alguna ocasión hasta pelearse a golpes) constituyen un escenario no protagonizado por las barras y que acontece haya o no haya barras. A lo sumo, esas violencias sociales pueden propiciar la aceptación de parte de las iniciativas de la barra, pero, también, como se ha verificado, gentes que ejecutan violencias sociales pueden repudiar la violencia de la barra.
10) Un lugar en el mundo: como investigaron, entre otros, el antropólogo José Garriga Zucal y el sociólogo Pablo Alabarces, las barras bravas ejercen violencias -más seguido en algunas épocas y hay que estudiar por qué, muy salteado en otras épocas y hay que estudiar por qué-, pero son mucho más que eso. Son un lugar de poder, por ejemplo. Son un mundo en el que circulan algunos excedentes económicos de los negocios legales o ilegales del fútbol y de bastante más que el fútbol, también por ejemplo. Son, entonces, un espacio de poder y de negocios con líderes que se erigen como beneficiarios de detentar ese poder y agrandar sus bolsillos con la plata que surge de las calles colaterales que dejan las avenidas principales de esos negocios. Pero las barras no se agotan en esos líderes: funcionan como territorios de identidad, de ser parte de algo, de tener un sitio en el mundo, para sus miembros más jóvenes, chicos que consiguen ser alguien dentro de algo en una sociedad de descartes de toda índole. Ese aspecto también fue indagado en las últimas décadas desde las ciencias sociales (con escasa lectura del periodismo y de las dirigencias) y resulta comprobable para cualquiera que deje de opinar a la distancia y converse con esos pibes de las barras: nada es lineal, todo es complejo.
PD: 11) Para tamaño problema harán falta, por supuesto, más que 10 apuntes. Y, además, hará falta bastante más que el cuerpo apaciaguador y asombroso de alguien que jugó de 10 y ahora le toca jugar otro juego.