
LA SEMANA ROJA, EL SOL Y LA TORMENTA
Una mirada de un 1° de mayo histórico y algunas de sus implicancias hacia el presente
Ese sábado a la mañana había sol. Hacía frío, como no podía ser de otra manera: ya el 1° de mayo el otoño juega fuerte y empieza a enfilar hacia el invierno. Luego se nubló, lo que anticipaba una tormenta. El historiador y periodista Osvaldo Bayer escribió que las nubes en esa jornada de 1909 llegaron al mediodía. Pintaba para diluvio. Lo hubo, pero no cayeron gotas ni sonaron truenos. La tormenta fue de “balazos, sangre y odio”.
El poroto rojo del granero del mundo
Para analizar la “Semana Roja”, como se recuerdan los primeros días de mayo de 1909 en Buenos Aires, caracterizados por una enorme huelga general del movimiento obrero contra la represión del gobierno del PAN —Partido Autónomo Nacional— , hay que empezar por el contexto.
El “Día Internacional de los Trabajadores” se festejaba en Argentina y en el mundo desde 1890, dado que el año anterior dicha nomenclatura fue declarada a nivel mundial por la Segunda Internacional. La fecha fue elegida en homenaje a los trabajadores de la fábrica McCormick, reprimidos y condenados (algunos de ellos a la horca) por su lucha por la jornada laboral de 8 horas, en Chicago en 1886.
El movimiento obrero, nutrido por una oleada inmigratoria fomentada aunque no esperada por una élite oligárquica que decía fomentar el “progreso”, encontraba en corrientes como el socialismo y el anarquismo una enorme potencia. Por un lado, en la lucha por sus reivindicaciones: reducción de la jornada laboral y abolición del trabajo nocturno, descanso de 36 hs, reducción de la jornada juvenil y anulación de la infantil, condiciones e inspecciones, prohibición del trabajo femenino en algunas ramas industriales, la disminución del precio de los alquileres, etc. Pero también en la finalidad y sus métodos: en particular, el anarquismo, con el lema “sin dios, ni patria ni amo”, marcaba los pasos de la lucha en regla contra el capital y una metodología de confrontación directa y huelga general para desenvolver esa pelea.
Lo que el gobierno actual de Javier Milei reivindica como el momento más próspero de la Argentina no era más que una modernización económica y social orientada a partir del Modelo Agroexportador, mediante el cual Argentina ingresó a la dinámica librecambista mundial liberada desde el siglo anterior por Gran Bretaña y Francia. Lo hizo como productor de materias primas (lana, carne, trigo, etc.). Esto construyó una sociedad absolutamente desigual, con jornadas laborales extenuantes y mal pagas, un analfabetismo del 50%, una mortalidad infantil de 150 cada mil nacimientos, el hacinamiento brutal de viviendas en conventillos y hogares similares.
Las luchas del movimiento obrero, con una influencia fuerte de las corrientes y sus centrales, la FORA (anarquista) y la Unión General de los Trabajadores (UGT, socialista), eran sembradas por la desigualdad del “granero del mundo”.
En 1907 se llevó adelante la huelga de los inquilinos, que incluyó a 32 mil obreros de todo el país y más de 1000 conventillos. Para principios de mayo de 1909, gremios como el rodado, los choferes y los conductores habían declarado la huelga general al gobierno de Figueroa Alcorta, frente a la implementación represiva de un Código Municipal y de una boleta de identidad. “Casi todos los gremios se adhirieron ayer al paro”, dijo el diario La Argentina, en su edición del 2 de mayo.
“Hasta a los ancianos, hasta los niños”
El primero de mayo era sábado. Había dos actos: el de la FORA, anarquista, en Plaza Lorea (una parte de la actual Plaza de los Dos Congresos) y el de los socialistas, con la promesa de oratoria del diputado Alfredo Palacios, en la zona de Constitución. La tertulia libertaria (libertaria de verdad) tenía banderas rojas con consignas de tipo “Mueran los burgueses”.
El coronel Ramón Falcón y los suyos custodiaban el acto y esperaron, pacientemente, el final. Cuando las columnas se prestaron a movilizar a la Plaza de Mayo, la cacería arrancó. Señala el diario La Argentina: “Ochenta hombres del Escuadrón de Seguridad cargan contra los manifestantes, ocasionándoles cuatro muertos y más de cincuenta heridos”. En realidad, la masacre fue muy superior: los asesinados oscilaron entre ocho y once, según las versiones (Miguel Bech, José Silva, Juan Semino, Luís Pantaleone y Manuel Fernández son algunos de ellos) y los heridos llegaron a 105. Falcón y el gobierno justificarán su accionar hablando de un complot anarquista internacional (muchos de los heridos eran extranjeros) que jamás pudieron comprobar. Los manifestantes, dirán luego, que le pegaron “hasta a los ancianos, hasta a los niños”.
Los anarquistas que pudieron escapar le avisaron a los socialistas, que se solidarizaron de inmediato. A las pocas horas, la FORA y la UGT habían sacado un manifiesto común y decretado la huelga general: “Todos como un solo hombre abandonaremos el trabajo”. La movilización y el paro se mantuvieron durante una semana, con el reclamo de la libertad de los presos, la condena a la represión y la derogación de los códigos aleccionadores al movimiento obrero. “Los tiempos ya terminaron, en que hubo feudales bravos que agarraban a los esclavos, y fiero los azotaron, ¡Hoy no! Ya se rebelaron”, decían los anarquistas. Se estima que 550 mil trabajadores paralizaron la ciudad y el país, con piquetes para evitar carneros y un clima de permanente enfrentamiento, en las calles, en la morgue cuando no se entregaban los cuerpos de los muertos (donde se llegaron a congregar más de 50 mil obreros).
El éxito de la huelga se vio en su resultado: Figueroa Alcorta se vio obligado a derogar el código municipal, fomentar la liberación de los presos, liberar los espacios de circulación y discusión política. Se encargó, igualmente, de reivindicar a Falcón, porque el aleccionamiento no se negociaba. El precio de esta decisión fue caro.
Un manojo de flores
Simón Radowitzky tenía 14 años la primera vez que le pegaron en una represión: fue con un sable, en Yekaterinoslav (Ucrania) donde era obrero metalmecánico. Estaba al caer la revolución rusa de 1905 y el joven Simón llegó a ser secretario general de su soviet. Pero la avanzada posterior zarista lo hizo emigrar del país. Nunca de ideas.
Llegó a Argentina y se hizo anarquista. En las jornadas de 1909 fue herido, detenido y torturado por las fuerzas represivas.
En un lugar sin justicia solo queda la revancha. La escena fue casi cinematográfica. Noviembre de 1909. Callao y Quintana. Recoleta. Ramón Falcón, represor, hoy calle del barrio de Flores que se llamará Radowitzky cuando el mundo sea más justo, pasa con su carruaje. Simón no duda: tira una bomba que asesina al represor y a su secretario.
Su detención será funcional al relato de complot judaico, con el antisemitismo con el que se trataba a los rusos anarquistas y comunistas. El juicio le dictaminaría pena de muerte hasta que su primo demostró, con una partida de nacimiento, que era menor de edad. Sufrió lo más parecido: cadena perpetua en Ushuaia.
Le cantaba el payador Manilo: “Traigo aquí para Simón este manojo de flores, del jardín de los dolores del alma y del corazón: traigo para aquel varón valiente y decidido, este manojo que ha sido hecho con fibras del alma, en un momento sin calma de rebelde convencido”.
Estuvo preso 21 años. Le llegó un indulto y una suerte de deportación a Uruguay, en donde también estuvo detenido. Libre en 1936, hizo lo que más quería y, valga la redundancia, una de las pocas certezas que puede tener en su vida una persona así: hay que luchar. Decidió viajar a España a pelear en la Guerra Civil Española. Fue detenido por los fascistas, se volvió a escapar y terminó muriendo en México en 1956 luego de un infarto.
El periódico La Protesta (y Osvaldo Bayer, que lo reprodujo muchos años después) lo recordó mientras estaba preso en el sur con un volante significativo, el 1° de mayo de 1918, que así empezaba: “Mil y mil veces maldita tierra aborrecida del crimen, del sufrimiento y del sicario. Bajo el azote helado de tus huracanes gime el hombre; la angustia roe las almas de las víctimas; los abnegados, los Radowitzky, agonizan, mártires de la chusma del máuser, y, sobre el hórrido concierto de sollozos, se oye, siniestra, la carcajada del verdugo”
Tormenta y sol
La tormenta eran los palos y el sol naciente los anhelos del día de fiesta.
Las movilizaciones de la Argentina de principios de siglo (inquilinos, semana roja, centenario) pusieron en jaque un modelo desigual y agotado políticamente. La movilización popular constituye un elemento crucial para que la oligarquía exportadora decidiera dar una (leve) apertura democrática a su régimen de partido único del PAN.
Los trabajadores pusieron el primer grano de su principal siembra: sus conquistas. Hoy, ciento veintiséis años después, el gobierno de Javier Milei reivindica a Roca y a la Argentina del naciente siglo XX, no como una conmemoración sino como una interpretación que debe repetirse.
Para la resistencia obrera, entonces, vale lo mismo. Mientras mucho se discute sobre esperar o actuar, en nuestro pasado no hay recetas pero sí experiencia, es decir, guías de acción. Feliz día del trabajador para recordar que el movimiento obrero tiene las agallas para que el sol salga para siempre.