LO QUE SABÍA EL ZURDO
El Zurdo tardó años en dirigirnos la palabra. Pero cuando lo hizo, nos demolió. Fue él quien nos dijo que la pelea entre Firpo y Dempsey no existió.
Así lo dijo: “No existió”.
Hasta que dijo “no existió”, seco, rotundo, certero, como cada vez que se calzaba sus guantes rojos, nosotros creímos que el Zurdo sólo era un modesto entrenador de boxeo y de club, que se ganaba los billetes enseñando a sacar la zurda como una caricia pero sin acariciar y caminando el ring con la naturalidad de un buen bailarín en la pista que fuera. Y no. Como otros ignorados de la historia del planeta, detrás de esa apariencia de fajador cansado, abrigaba un secreto. Un flor de secreto que impactaba en el nudo esencial de la argentinidad. Y en nosotros, claro. De nuevo: el Zurdo aseguraba que todo eso de que Jack Dempsey, uno de los grandes pesados de la historia, había vencido con una trampa impune a Luis Ángel Firpo, el más mítico de los peleadores argentinos, era falso. Y que la repetición infinita de lo que había ocurrido entre esos dos tipos, durante un round y un cacho de round, el 14 de septiembre de 1923, en el legendario Polo Grounds de la todavía más legendaria Nueva York no había sucedido nunca.
Así lo dijo: “No existió”. Y dijo algo más: “No existió, pero fue necesario hacer existir esa pelea porque a la literatura argentina le faltaba un gran tema del que escribir para siempre. Y ese fue el tema”.
El Zurdo tardó años en dirigirnos la palabra quizás porque hablar no constituía su actividad favorita o tal vez porque durante mucho tiempo consideró que estaba frente a gente que no merecía que gastara los restos de su voz. Pero cuando lo hizo nos dimos cuenta de que no sólo proclamaba que Firpo y Dempsey jamás se habían enfrentado. Además, era un experto en literatura.
“Cortázar -se largó-, ¿acaso alguien cree que Cortázar hubiera sido Cortázar si su frustración por la supuesta derrota de Firpo frente a Dempsey no le hubiera roto las ingenuidades de la niñez?”. Y enseguida insistió: “Lean a Cortázar en ‘Circe’: ‘Vino la pelea Firpo-Dempsey y en cada casa se lloró y hubo indignaciones brutales, seguidas de una humillada melancolía casi colonial’. O, si no se convencen, lean ‘El noble arte’: ‘Firpo hubiera sido campeón del mundo pues el marqués de Queensberry, papá de Boise Douglas, tenía bien establecido que un boxeador defenestrado ha de volver por cuenta propia al ring, y en cambio treinta manos levantaron a Dempsey, que estaba groggy, y lo devolvieron cariñosamente a la lona, donde la campanilla lo salvó’. Lean a Cortázar: un hombre que, a los nueve años, detectó en esa primera indignación el motor para imaginarse historias como casi nadie. O como nadie”.
A nosotros el Zurdo no nos estaba poniendo ni un dedo encima. Aun así, sentíamos que Firpo, Dempsey, Monzón, Gatica, Bonavena, Alí, Frazier, Tyson y Mayweather acababan de firmar una alianza para rompernos víscera por víscera. Él semblanteó eso y jugó fuerte: “No habría un Cortázar en el corazón de la historia literaria nacional y mundial sin el impacto que le produjo ese combate del que no vio ni una imagen porque ningún argentino podía ver una imagen”, agregó. “¿Y por qué no se veía una imagen?: porque no había pelea”.
—Habría fotos —le retrucamos.
Peor, otro gancho al hígado: “Díganme si recuerdan algún mito del siglo veinte al que no le hayan puesto fotos. Eso no prueba nada”.
De golpe, en medio de nuestra conmoción, advertimos al Zurdo más entusiasmado que arriba del ring: “Y no crean que me jode que se haya parido esa gigantesca patraña de la pelea. Gracias a eso, tuvimos a Cortázar. Y a muchos más”. Para refrendarlo, del mismo bolso en el que guardaba sus guantes rojos, sacó «Un tal Lucas», o sea un poco más de Cortázar, y leyó otra referencia contundente: “De chico, claro, Firpo podía mucho más que San Martín, y Justo Suárez que Sarmiento”.
El Zurdo concedió que no a todas las personas les gustaba tanto Cortázar como a él. No obstante, le sobraban pistas para que su hipótesis retumbara verosímil: “¿Y Bioy? Adolfo Bioy Casares también tenía nueve años cuando surgió esto de la estafa de un campeón yanki a un argentino cabal. Y no sólo lo marcó hasta declarar que ese acontecimiento fue, para él, una desgracia. También terminó haciendo una novela con algo del tema”.
No nos entregó ni un segundo para hacer memoria. Del mismo bolso, extrajo «Un campeón desparejo», de la última etapa de la producción de Bioy, y apuntó con uno de sus dedos de boxeador sobre el apellido de Morales, el protagonista. Constancia completa: Morales se llamaba “Luis Ángel”, un tributo a Firpo.
Si hasta entonces el Zurdo no nos había hablado, convengamos en que ese día compensó. Y fascinó.
“El mito ya está en Macedonio Fernández”, soltó, reincidiendo en la firmeza, como si la literatura fuera su verdadero cuadrilátero. Y recordó que en «Papeles del Recienvenido», que es de 1929, Macedonio se para frente a la estatua del Pensador, de Rodin, y se interroga:
“¿Es Dempsey o no es Dempsey?”.
“Ya sé -nos apuntó de inmediato-, ustedes se preguntarán por qué habla ahí de Dempsey y no de Firpo. Fácil, fácil: lean a Macedonio. Macedonio era y sigue siendo distinto a todo y a todos”.
Los boxeadores buenos de veras registran la curva descendente que encamina a un rival hacia la desgracia. Y el Zurdo nos advertía en las fronteras del nocaut. Igual, otra vez como los buenos, reguló el ritmo. A esa altura, nosotros, abrumados por los testimonios y por el peso del nombre de esos escritores, no hubiéramos pretendido resucitar a Dempsey-Firpo como pelea real. Sin embargo, nos dio más. Y así, capturando ejemplares de su bolso como si fueran vendas o frasquitos de vaselina, exhibió el fragmento de «Adán Buenosayres» en el que Leopoldo Marechal anota: “Pero yo no había perdido la calma: me acordaba de Firpo. Y cuando Jack volvió al ring completamente groggy…”, certificado de que en esas páginas brilla el Toro Rubio de Saavedra, heredero del Toro Salvaje de las Pampas, el seudónimo de Firpo.
Buen boxeador, seguro: no descansó y nos apuró con otra alusión a ese seudónimo estelar. ¿”Diez centavos de queso”? ¿Lo leyeron? El cuento de Enrique González Tuñón, que por ahí propone:
“Necesito un nombre de héroe, ¿sabés? ?El Toro Salvaje de las Pampas…
–Salí de la luz… Así lo llaman a Firpo”.
Apenas después, siguió con dos oraciones de César Tiempo, cuando se decidió a explicar que Clara Beter, la prostituta que narraba como los dioses, era, enmascarado, asombroso, él, César Tiempo: “Para hablar de Clara Beter debemos remontarnos a los años aquellos en que Enrique Tiraboschi cruzaba a nado el Canal de la Mancha y un punch formidable de Luis Ángel Firpo arrojaba del Polo Grounds de Nueva York a Jack Dempsey”.
Cortázar, Bioy Casares, Macedonio, Marechal, Tiempo: era demasiado. Y, a la vez, sólo el comienzo. El Zurdo nos mostró una entrevista al cordobés Juan Filloy, genial escritor de perplejidades, en la que evocaba la noche en la que fue árbitro de una presentación de Firpo, anterior a la cita con Dempsey, en la que el grandote argentino casi lo emboca en la mejilla. “Filloy era un bromista mayúsculo: le puso siete letras a los títulos de todos sus libros y hasta fundó Talleres de Córdoba. ¿Cómo no se iba a sumar a la saga notable de relatos sobre Firpo?”, nos contó el Zurdo, mientras guiñaba un ojo que tanta existencia de boxeador le había dejado achinado para la eternidad.
Nos miramos absortos. Cuando añadió que Bernardo Verbitsky, el escritor que fue capaz de condensar qué es el fútbol y qué es un sueño en “Grandeza y decadencia del Estrella del Sur”, le había puesto magia al argumento de «Nace un campeón», la película sobre Firpo en la que Firpo, ya mayor, hace de manager, casi lo ovacionamos. Y cuando dejó correr un silencio y comentó que de Atahualpa Yupanqui –ni una voz ni un poeta más: Atahualpa Yupanqui– se afirmaba que debutó en Buenos Aires cantando en el tiempo en el que la gente se agolpaba para oír la transmisión de Firpo-Dempsey, no supimos qué cara poner. “Hubo que generar un episodio así para ubicarlo a la altura de lo que le correspondía a un artista de la palabra como Atahualpa”, meditó.
“De una punta a la otra de la historia de la literatura argentina, muchachos. Se los repito: es el gran tema”, se relajó. La tapa erosionada de «Vida y combates de Luis Ángel Firpo», un libro de 1946 del periodista Horacio Estol, le sobresalía desde uno de los costados del bolso, pegada a las mucho más modernas ediciones de «Segundos afuera», de Martín Kohan, o de «Luis Ángel Firpo, soy yo», de Carlos Piñeiro Iñíguez. Alguien opinó que sólo quedaba pendiente que sonara una canción antigua a la que no
identificaba del todo en la que se escuchaba “cuando Firpo tiró a Dempsey fuera del ring”. El Zurdo no falló: las voces de Amelita Vargas y de Alfredo Barbieri conquistaron el aire con ese tema, “Vieja América”, de la película Ritmo, amor y picardía. Si un rato antes se nos había derrumbado un mundo, ahora respirábamos extasiados. La verdad: casi bailamos con esos compases.
Lo hubiéramos intentado de no ser por el propio Zurdo, que, al borde de vaciar su bolso, enderezó las pestañas hacia uno de los diálogos cumbres de esa cumbre que escaló Osvaldo Soriano con «Triste, solitario y final». Ahí, el detective Philip Marlowe termina una de las batallas en las que su socio de trompadas es el autor del libro, se toma un instante y sentencia:
—No lo crea, Soriano. Usted no es el Toro Salvaje de las Pampas.
Después de Soriano, el Zurdo mencionó a unos cuantos escritores más. Siempre, ficciones hermosas; siempre, Firpo-Dempsey: el gran tema al que la literatura argentina viajó y viaja de ida y de vuelta.
—¿Y por qué creemos en Firpo-Dempsey?, ¿por qué aceptamos que sea nuestro gran tema? —le preguntamos.
—Eso no lo sé, yo soy un entrenador de boxeo. Y mi ídolo, desde luego, es Firpo.
Nos vio insatisfechos. Y entonces descubrimos que, a su modo, empezaba a querernos: anunció que iba a confesar algo más.
Nosotros supusimos rápido que San Martín no había cruzado los Andes o que Maradona no había desparramado a media Inglaterra en un estadio de México.
Erramos.
Otra vez, mientras reacomodaba los libros y los guantes rojos en su bolso, el Zurdo nos demolió.
“Soy derecho”, dijo.