DIVINO DIEGO
En una Facultad de Teología bien organizada es imprescindible —para los estudios del doctorado, naturalmente— una cátedra de Blasfemia, desempeñada, si fuera posible, por el mismo Demonio. —Continúe usted, señor Rodríguez.
Antonio Machado, Juan de Mairena
Voy a hacer un ejercicio de teología y blasfemia, por decirlo de alguna manera. El que avisa traiciona pero avisó.
Los análisis culturales, los balbuceos siempre un poco clasistas sobre “devociones populares”, las ciencias sociales interpretativas y todas iguales, los buscadores de esencias inventadas transformadas en diferencias, desde donde yo lo veo, de menina fracasan a la hora de explicar a Diego Maradona.
Fracasan por eso: por pretender explicar. Esas explicaciones terminan siendo una especie de pedido de perdón por la existencia del fenómeno, una especie de complacencia y condescendencia con la fe “de los humildes”. Gramsci decía, por ejemplo, que cuando alguien usaba el término “los humildes”, uno debía desconfiar. Acuerdo con él. No importa que en la escritura infectada de modo paper se diga popular o sectores populares. Desconfío. Fracasan, creo, esos enfoques, de la misma manera que derrapan – y un poquito repugnan- esos libros que son una especie de gran pedido de perdón al marxismo por la existencia del peronismo… pero esa es otra historia sagrada.
Se trata de la singularidad del pueblo y lo sagrado, se trata de Dios.
Así que, como se ha dicho, el riesgo de blasfemia no solo es inevitable. Es indispensable.
Pero cuál
Es claro que no es un dios griego, pero en el fondo se aburrían por el motivo más obvio de todos: son inmortales. El nuestro es eterno, pero no inmortal. Lo sabemos ahora que no lo tenemos – o que lo tenemos como lo tenemos- pero se supo siempre: maculado y maquilado, imperfecto en plenitud, lastimable y lastimado. Griego no, dicho con todo respeto. Otro tipo de dios.
Dios sí, pero cuál. Es de la familia de los unos. Hay que explorar entre “los dioses” con el problema de ser uno. O sea, a ese/esos que por el motivo que sea, viene generando problemas básicamente desde Jerusalén. El “uno” con sus problemas de uno solo, uno todo, uno y todos, los dos, los tres…
El celoso y tremendo de los judíos podría ser. El de la zarza ardiente y señor de los ejércitos. Pero este del que hablamos tiene un plus de ternura y universalidad que desborda un poco. Algo hay pero no alcanza.
Alá es grande. Pero está más allá de todo y diría que de islámico diego tiene su juego (hay un “teólogo” del islam que lo ha escrito en un libro sobre Maradona, sí): el juego divino, que se escapa a todo, más allá de cualquier cosa creada, altura y unicidad. SU juego puede ser y es realmente musulmán: ordenado en la vertical, del orden positivo del sometimiento. Señala a todos algo muy liberador: saber que se tiene algo más grande a lo que es posible – e inevitable en el fondo- someterse es liberador, porque la deslimitacion es mediocridad, (como a la vista está). Cosa tan difícil de ver para la mentalidad moderna, ¿no?
Es bastante claro lo que cualquiera sabe. ¿Cuál tipo de Dios es? Sin duda el de la cruz, el de las heridas, el que en los relatos oficiales (ojo, no en los textos críticos, en-los-oficiales) es acusado de borracho y fiestero, el que convierte el agua en vino para que la fiesta siga ya no con las tinajas de la purificación sino con el vino bueno y nuevo del desborde, porque la Tota quiere y las bodas siguen. El de los pecadores, obviamente. Y en la tentación. Las tentaciones. El encarnado. Diría que no hay duda: de ese se trata. Por motivos menos obvios y más hondos que el hecho de que sean pueblos católicos los que le pusieron ese nombre. Los que lo reconocen así. No hay Diego sin alegría, pero diría más aún que no hay Diego sin dolor.
Quitale o ahorrale “la Pasión” – la que se escribe con mayúscula- y no hay Diego ni es Dios.
Es una blasfemia decir esto. Puede ser. Antonio Machado le hace decir a Juan de Mairena: “es imprescindible una cátedra de blasfemia”.
D10S: lo que se cifra en el nombre
Como en la escritura del nombre del dios de los judíos, la inscripción en letras está atravesada por una prohibición o una regla. El número inserto resulta en otra escritura. Alfanumérica como una password, crítica, críptica, key, específica. Mágica. Como un monograma único. Letra y número fusionados. En clave. Término único y directamente reconocible. Que al mismo tiempo no se puede leer de manera directa. Te choca de frente, pero hay que descifrarlo. Lo que se cifra en el nombre, diría Borges.
Dios sí, santo no
Las decisiones del pueblo sobre lo sagrado tienen su propia especificidad. Su rigor. Aunque en alguna representación pueda estar con un aureola, es claro que el casillero de lo sagrado donde está puesto el divino Diego no es el de las devociones populares del tipo del Gauchito Gil o Gilda o Expedito. Dios directamente, no mediador. Es otro el rol, ese tremendo: divino Diego, directamente Dios. En otro nivel. Como la palabra Dios en el diccionario: la que permite que la referencias y reenvíos permanentes se detengan, porque la palabra – y “la cosa” – Dios no remite a otros términos cuyas definiciones a su vez derivan a terceros y cuartos. Dios significa eso, y punto. Punto de detención. Significante y significado coinciden. Piedra angular, “punto de capitón” dirían los colchoneros y los lacanianos. Es el que es, como se ha dicho y se sigue diciendo en la zarza ardiente.
Por eso es una realidad, un fenómeno diferente a los demás. Por eso fracasan en el fondo, suenan desabridos para cualquiera, los estudios de cultura popular que intentan – y no saben hacer otra cosa- codificar, momificar y tristemente explicar la religiosidad popular. Divino Diego no es religiosidad: es acceso a lo sagrado, fin. Antropólogos go home.
Tampoco santo porque no se lo ve como “modelo”. Es el original. Las fábulas morales que se plasman en “vidas de santos” no caben acá. No concede gracias ni escucha peticiones: salva al pueblo y ya. Todo lo demás que lo haga la religión: puesto menor
Apostillas ilustrativas
Francisco de Asis, segundo cristo
No sería la primera vez que al uno le pongan un dos.
Al Poverello de Asís, a San Francisco, rápidamente el pueblo y los teólogos casi al toque, reconociendo la fuerza del fenómeno, lo llamaron “segundo cristo”. El pueblo siempre primerea en la blasfemia. Como dice una tradición de la Iglesia que el papa compatriota de pueblo sigue a fondo -porque proviene de ella-: el pueblo quizás no puede decir o determinar “en qué” creer, pero es claro que indica con fuerza -quizás con infalibilidad- cómo creer.
Santo súbito, por cercanía, por reconocimiento, por articular el modo de ser de un pueblo. Muchos dicen que el carácter de Francisco de Asís plasmó el modo de ser afable y amable, alegre y trágico con distancia de los italianos -y por traslación, de los argentos, podemos agregar-. Catalizador del carácter de un pueblo/santo inmediato: no es difícil ver estos rasgos en el deus de Fiorito.
El pueblo considera sagrado lo que es convocante y constitutivo, fin. Y viceversa. Así se hace teología de manera real. Lo demás es escribir, o enseñar teología. Una carta sobre eso, pero antes el pueblo hizo, casi siempre.
El estadio de los dos desarzonados
San Pablo se detiene en Pozzuoli, cerca de Nápoles, en uno de los viajes que luego lo llevarán a ser – dice la tradición- decapitado fuera de los muros de Roma. El estadio del Napoli que hoy se llama Diego Armando Maradona no tiene un nombre casual. Ni menor. Pablo es este: el que universaliza una experiencia. Que la lleva de un extremo del mar, la pequeña pero estratégica Palestina, al centro del mundo. Su historia empieza con una caída – es tirado- del caballo. El nombre técnico es “desarzonado” (Pascal Qignard tiene un libro con ese título). Tirado del caballo por la fuerza de la vida y las verdades. Y con eso es que terminó siendo quien era. Vale para Diego el término, los lectores pueden evaluar.
Es el estadio de los Universalizadores desarzonados. O al revés, mejor.
Diego y Francisco, un (el) ícono éxtimo de nosotros
Si los que nacimos en estos thanos arrabales, lejos del centro del mundo, miramos esa foto del siglo XXI donde dos compatriotas nuestros- de Fiorito y Flores- se abrazan, tenemos la oportunidad de ver algo de lo que somos. Algo de lo divino nuestro dicho en términos de Agustín cuando hablaba de Dios en sus Confesiones: “estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más sumo mío, interior intimo meo et superior summo meo”. Quizás se puede decir mejor con el verso tan tanguero de Borges, ese que ilustra también lo “extimo” de ese otro argento que no sabía que lo era que es Lacan: “el íntimo cuchillo”.
En ese abrazo, en las miradas que se cruzan, hay algo de ese misterio nuestro que nos desgarra y nos alegra. La reversibilidad de Dios y el pueblo. Quizás su sinonimia. Acaso su identidad. Las jerarquías enredadas, porque no se sabe ahí quien es el jefe, y por estos lares el jefe siempre tiene puesto un signo de pregunta y de interpelación, eventualmente de impugnación, y así se plasman en estas ínsulas extrañas el amor y la lealtad. Un dios pecador y un pontífice de y del fin del mundo. Una medida de nosotros, que se ríe de nosotros con lo inconmensurable de su consistencia. Una trinidad más complicada que la que entretuvo a los teólogos y los emperadores durante siglos. Trinidad aunque sean dos, porque hay un tercero que los puso ahí, a los dos contemporáneos y compatriotas, argentinos universales.
La teología es una rama de la literatura fantástica, y quien escribe no es teólogo. Pero puede ser que la teología sea un invento argentino, y nosotros lo somos.
Por eso el D10s es Dios. Porque es el fracaso de los que saben y la gloria cotidiana de los que creen. Por los pecados y los desgarros. Porque convoca y constituye. Porque desconcierta y alegra. Porque desborda. Porque no es inmortal, sino que baja a los infiernos y se suscita de nuevo. Porque se sabe y se experimenta que, desde donde está y con los suyos, alienta, tal como se ha cantado en tiempos felices recientes y también en estos oscuros.
Por todo eso, pero es un modo de decir. Porque, como es siempre en estos casos, no sabemos. Apenas intuimos. Y lo experimentamos. De la manera que cualquier creyente lo sabe con su lógica tremenda y firme: si te salva, es D10s.
Texto publicado en el libro Diegologías, miradas sobre el universo maradoniano.