Ensayos
 AMARÁS A TU PRÓJIMO, AMPUTARÁS A TI MISMO

 AMARÁS A TU PRÓJIMO, AMPUTARÁS A TI MISMO

Le pasó a Matt Dawson, jugador de hockey australiano, mientras se entrenaba para los Juegos Olímpicos de París 2024. Se fracturó la falange del dedo anular. La recuperación sería tan larga que le impediría su participación en la competencia. Y tuvo que tomar una decisión.

Lo primero que vino a su mente fueron ellas, las materialidades que bien había aprendido a concebir. Ampulosas, monumentales, demostradoras de grosor y ocupación de espacios comunes, brillaban desde las lejanías en su escala de valores.

La falange, esa porción diminuta, invisible, ubicada en la zona distal de una mano que toma el palo de hockey con la musculatura suficiente como para comerse un primo piato de tallarines, un asado a la estaca, un adversario y una medalla olímpica; y,  en el mismo acto, cuidarse de no manchar la camiseta con el juguito. ¿Tenía sentido? Conservarla era, también, mantener visible la insurrección.

“No es una amputación, -se dijo-. Es el retiro de las tropas de una pequeña zona ocupada por la resistencia”.

Después de todo, le había durado 30 años y le había servido para aprender a agarrar el mango de la sartén. ¿No era, acaso, el tiempo suficiente como para dar por finalizada su vida útil?

El compromiso con su país, la lealtad hacia el equipo y una voluntad infalible lo llevaron a la indeclinable determinación.

Sin embargo, como suele ocurrir en estos casos, aun con el estoicismo de un guerrero, el humilde tallo de la duda brotó:

-¿Me va a volver a crecer?

-No se puede cortar lo que prende de raíz.

-¿Y duele?

-Sin dedo no hay fractura. Sin cuerpo no hay dolor.

Averiguó el lugar más próximo. Sonó un silbato. Y la vio.

Cortalo nomás.

Guillotina y a los chanchos.

Rabanitos de dedos.

¡Whisky!

¡Y good show!

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