GABI PARIGI: «CONSAGRADA VIENE A PONER VOZ EN ESO CALLADO, EN ESO OCULTO»
Gabi Parigi, la atleta olímpica que representó a la selección nacional en gimnasia artística en los 90, desde hace tiempo actriz y clown, le pone el cuerpo y la palabra a esas cosas que en el deporte de alta competencia suelen estar silenciadas: la salud mental, el dolor físico, los sacrificios de la “gorda”. Parigi valora el gesto de Simon Biles quien, desde un lugar de alta visibilización, y como ella en Consagrada. El fracaso del éxito, la obra que protagoniza, ilumina aquellas zonas oscuras del éxito. “Para que esto cambie tiene que cambiar la pedagogía y la formación de formadores, que son los que tienen la palabra autorizada. No puede depender tanto de en qué familia naciste”, dice.
Por un lado, las caras. Por otro, el cuerpo.
Esa cara de plastilina que se deforma hasta el máximo para representar, por ejemplo, a un entrenador. Ya no tiene que gustarle, ni obedecerle.
La mirada fija al público. Estoy en primera fila. ¿Quiero que me mire o que no me mire?
Gabi Parigi, nacida en 1985, representante de la selección nacional en gimnasia artística en los 90, niña que obedecía todos los mandatos y anhelaba (ella, los adultos) la perfección, está ahí, en el escenario, para mostrar el lado B de la exigencia corporal de los atletas de alto rendimiento. Consagrada. El fracaso del éxito, el biodrama que se estrenó en 2021, con dirección de Flor Micha. De la temporada 2024 en Timbre 4, en México 3554, en el barrio de Boedo, se despide el jueves 24 de octubre.
“Se rompen, se arreglan”, repite en loop mientras recorre el espacio. Una letanía. No habla de muñecos, habla de niñas, adolescentes, jóvenes.
El mandato máximo: el peso exacto. Ni un gramo más. Sábados de atracón, domingos de ayuno. Lo que es lo mismo que decir: noches alegres, mañanas tristes, pero al revés.
“¡Dale, gorda!”, grita y repite, una y otra vez, el entrenador. Otro loop.
La plasticidad del cuerpo que se arquea, salta, se esconde dentro de un cajón, cambia de vestuario, se torsiona, se suelta en movimientos sexys de reggaetón, de cumbia. Exagerados. Todo, exagerado, llevado al paroxismo.
Ella empieza rota, vendada, con bastón. También le crujen los huesos.
Se rompe, se arregla.
Habla, entonces, ahora, sí, habla. Las infinitas veces que se quedó callada. ¿Cuántas? ¿Cómo se cuantifica esta historia?
“Ciento ocho torneos, treinta y siete exhibiciones, cuarenta y tres aeropuertos, seis entrenadores, triple fractura de tobillo, tres amigas, cuatro lesiones de columna, dos de rodilla… Un novio, diez pubalgias, el campamento de segundo año al que no fui, dolor de juanete crónico, los últimos dos años de colegio en un acelerado, luxación del dedo mayor izquierdo, las cuatrocientas ocho veces que me callé la boca, ocho millones trescientas cincuenta y cinco mil abdominales, ocho horas por día durante dieciséis años adentro de un gimnasio, setenta y ocho medallas, treinta y siete trofeos juntando polvo debajo de la cama… Pufffff… ¿Qué se hace con todo esto?”
La entrevista es por audios de WhatsApp (digamos todo): Gabi estaba en Uruguay dando clase. Al día siguiente volvía a Buenos Aires para prepararse para la última función de este ciclo de Consagrada. Viaje, ensayo y, naturalmente, maternidad.
Entonces, quiero saber.
¿Qué es lo que no se podía decir?
No estaba habilitado decir que algo dolía, o que algún ejercicio te daba miedo, o que sentías nervios, o que estabas cansada, toda esa simbología de representación de debilidad para esa cultura patriarcal, no estaba bien visto. Y había mucho castigo tácito. Yo era muy correcta, muy trabajadora. Pero quizás una compañera mía que hablaba más o se rebelaba pasaba a ser la loca, la rebelde, la incorrecta. Y ahora con mirada adulta me doy cuenta que estaba muy bien lo que ellas, que eran muy pocas, ponían en palabras. Una vez me animé, cuando volvía de vacaciones, que nos mataban con entrenamiento fuerte, y se me abrieron las ampollas de manos por hacer paralelas; estaba muy cansada y dolorida y me animé a decirle al entrenador, que me dijo: Bueno, está bien, no hagas paralelas, andá a subir la soga. En algún punto, por haber dicho que me dolía fui doblemente castigada. Cuando le conté a mi papá, puso el grito en el cielo. Mi familia sabía que tenía una hija con mucho potencial para el deporte. Pero en la década del 90 no se cuestionaba la palabra del entrenador o del médico. Hoy en día eso cambió. También había cosas que yo no decía porque si las decía en mi casa, no me llevaban nunca más, aunque hubiera mucha comunicación con mis viejes, que estaban muy atentes. Pero había algo construido en el relato del gimnasio que quedaba hermético.
¿Cuándo se pudo empezar a decir?
A mis 18, 19 años pude empezar a poner en palabra. Fue cuando empecé a estar más como entrenadora y empecé a hacer danza, teatro, circo. Cuando me empecé a alejar del mundo del deporte como identidad, de ocupar el rol de deportista de alto rendimiento para ocupar otros roles identitarios, pude poner en palabras y concientizar la magnitud de ciertas cosas; también, haciendo terapia. Es una digestión y una identificación profunda, no por nada Consagrada nace después de 17 años de haberme retirado del deporte y dedicarme a las artes escénicas.
Hay una frase que repetís en la obra y me quedó resonando: “Los cuerpos se rompen y se arreglan”.
Eso de “los cuerpos se rompen y se arreglan” es una exacerbación grotesca de un mensaje que estaba. Una frenaba si tenía lesiones de huesos. Si tenías la ampolla abierta, tendinitis, una inflamación, seguías. Lo importante era llegar al torneo. El cuerpo se frenaba cuando el hueso se rompía. Y el cuerpo se rompía porque ciertas sintomatologías no eran atendidas, que son mensajes previos que el cuerpo da.
Y el grito que resuena, en boca del entrenador, supuestamente alentando: “¡Dale gorda!”
Sí, el gorda era a veces un poco en chiste, un poco bullying, y otras no. El mensaje era que siempre se podía estar un poco más flaca. A mí me pesaban y todos los días tenía que bajar cien gramos, y si no los bajaba me iba a correr a la pista de atletismo. Y esos entrenadores no me llevaron ni a un nutricionista ni nada. Yo me sacaba las hebillitas de la cabeza para pesarme y dar esos cien gramos. Así, en dos meses bajé nueve kilos. Y todo eso lo chamuyaba en mi casa. Era complicado porque no estaba excedida de peso, y empecé a recibir halagos de mi cuerpo, mi propia imagen se empezó a sentir fortalecida, me estaba yendo super bien y al mismo tiempo empecé a sentir calambres, me bajó la presión en el gimnasio, empecé a tener desequilibrios alimenticios… Para que esto cambie tiene que cambiar la pedagogía y la formación de formadores, que son los que tienen la palabra autorizada. Y no puede depender tanto de en qué familia naciste.
Simon Biles, luego de haber renunciado en 2020 poniendo sobre la mesa la cuestión de la salud mental y los abusos, volvió con todo en las Olimpíadas 2024. ¿Qué mensaje da? ¿Los cuerpos se arreglan o el poder de la fuerza?
Cuando decide retirarse, llama a la mamá por teléfono y la mamá la abraza, la acepta. Cuando vi el documental (Simon Biles vuelve a volar, disponible en Netflix) digo: la madre le salvó la vida porque no la empujó, no le dijo que igual puede. Ahí esa madre dando apoyo y contención, la ayuda a fortalecer esa escucha y no abusar de ese límite. Es complejo porque está muy tácita esa cultura de correr ese umbral en pos de un mensaje de heroísmo o de fortaleza, de defender a la bandera, al país, al éxito. Consagrada viene a poner voz en eso callado, en eso oculto. Y Simon hace eso. Es importante que lo haga una persona tan exitosa como ella, que se subió tantas veces al podio, algo que te legitima. Ella tiene voz. Es una grosa en estar poniendo en tela de conversación, en estar usando esa visibilización para estas reflexiones de humanismo, de cuidado, el amor, de que ante todo la vida. Verla en el proceso de que además de que supo decir que no, de bajarse, y quedar expuesta frente a los discursos exitistas y nacionalistas, transforma todo eso y hoy se la ve espléndida, disfrutando, habiendo hecho de esa crisis pura vida. Y poniendo en palabras lo que al 80 por ciento de las gimnastas les pasó, y que para lo cual niñas, niños y adolescentes sienten que no hay escucha. Es un valor de educación social y cultural inmenso.
En la obra sugerís que el entrenador abusa de una compañera, Josefina. Pero no vas por el lado del abuso.
Ha pasado de todo en el ambiente, pero la lógica abusiva está en todos los aspectos, no solo en el cuerpo sexualmente. Yo no viví abuso sexual pero sí ha habido el caso de compañeras que sí vivieron situaciones. Pero no me parece los importante a nombrar sino la metáfora de esta lógica del abuso, de pasar el límite de lo emocional, de la salud mental, de los cuerpos, el aprovechamiento de la corrida de los límites.
En Consagrada se proyecta la entrevista de un periodista siendo una niña, que insiste en la carrera corta del deportista, te pregunta si vas a formar una familia cuando termines, si te gusta alguien. ¿Esa es la carga social?
Y sí, en un canal deportivo popular, me da la letra social y cultural por ser mujer. A una compañera le pregunta si en la escuela no la cargaban, si le decían “marimacho” por su musculatura. Eran preguntas patriarcales, con mucha violencia de género tácita, en plenos 90. Un montón de esas cosas están en tela de discusión y se ha avanzado mucho gracias al feminismo y en las conversaciones que también atraviesan al deporte: hay protocolos de violencia de género que en los 90 no había. Aunque estamos pasando un momento muy oscuro porque, ante todo ese avance, hay mucha reacción.
¿Qué te salvó de no caer en eso que se esperaba de vos y hacer tu propio camino? ¿El clown, el teatro? ¿Decidir por vos misma?
A mí me salvó mi familia que me cuidó mucho, hablábamos mucho, yo tenía educación de ESI encima. Había cosas que conmigo no se hacían porque tenía una familia detrás muy atenta y muy presente. Aunque eran víctimas del propio sistema, como lo son las familias. También me salvó hacer lo que me gusta, estar conectada con la esencia de la actuación, ocupar el lugar de la docencia, donde uno puede inculcar valores humanistas, de cuidado, y es una lógica que se multiplica.
¿La maternidad también fue sanadora?
Milo es mi mejor obra de arte. Es pura posibilidad, pulsión de vida, desafío. Me tiene ahí presente y activa y creativa y constante. La maternidad la veo como una gran gran revolución. Me atraviesa por cada célula de mi cuerpo y me integra para ser la mejor versión de mi persona en pos de acompañar los deseos de crecimiento sano de esta persona maravillosa que es mi hijo.
Más data sobre la obra en este link: https://www.alternativateatral.com/obra74645-consagrada y sobre Gabi Parigi, en Instagram @gabi_parigi