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BREVE HISTORIA ARGENTINA MARADONIANA

BREVE HISTORIA ARGENTINA MARADONIANA

1.

         Cuando Argentina se fundó, Maradona ya estaba ahí. Incluso, antes. El primer registro que existe en la genealogía de Diego Armando tuvo durante un tiempo un equívoco. Algunas investigaciones lo daban como descendiente de José Ignacio Fernández de Maradona, un político sanjuanino integrante de la Junta Grande y gobernador de San Juan en 1820. De esta vinculación se desprendían dos ideas: la primera, que Diego, a través de su linaje, había tenido alguna injerencia en la conformación de nuestro país; la segunda, que su origen no era plebeyo, como se suele pensar, sino vinculado a las altas esferas políticas de la época. Nada de su historia genealógica podía cambiar la percepción sobre su vida, pero sí generar cierto ruido: ¿Cómo Maradona, el representante de la argentina pobre, plebeya, villera, podía descender de un gobernador? Incluso en cuestiones prácticas, ¿cómo los descendientes de un gobernador terminan viviendo de a diez en una casilla en un barrio obrero?

Para destrabar la polémica, apareció Guillermo Collado Madcur, docente en la Universidad de San Juan y genealogista por afición. En octubre de 2022 presentó, en el Congreso Nacional de Genealogía en Córdoba, una nueva línea de investigación[1]. Según Collado Madcur, Diego no descendía de ningún gobernador sino lo opuesto. El primer Maradona vinculado a Diego Armando del que tenemos registro era un esclavo llamado Luiz Maradona. Su amo era José Ignacio Fernández de Maradona y de ahí tomó su apellido. Hablemos de reivindicaciones: el esclavo concibe, cinco generaciones más tarde, a uno de los tipos más trascendentales de la historia argentina.

Diego Armando tenía algo con San Martín. Ponía en duda la gran gesta fundacional: el Cruce de Los Andes. Pero si Diego hubiera podido comunicarse con su antepasado, habría sabido que la verdad era otra. Luiz Maradona integró las filas del ejército de Los Andes. Cruzó la cordillera en el ejército de San Martín para ganar su libertad y la de toda su familia. Faltaban algunos años para la sanción de la Ley de Libertad de Vientres, aquella que decretaba la liberación de todos los hijos de esclavos. El esclavo oyó el ruido de rotas cadenas. Luiz ganó su libertad y la de los suyos. Le quedaría el apellido Maradona como cicatriz.

Después del esclavo Luiz Maradona, vino Juan Evangelista. Nacido entre 1810 y 1812. Fue quien migró a Corrientes. Era un agricultor analfabeto, como la mayoría de los Maradona del siglo XIX. Victoria, una de sus cinco hijos, fue la garante de que Diego Armando tuviera ese apellido y no otro.[2] De profesión lavandera. “Desde lejos se las ve, sentadas en la arena lavando ropa en el río –escribió el Cuchi Leguizamón en “Lavandera del Río Chico”–. Pueblo duro en ademán, con la carga en la cabeza vienen cantando y se van”. Victoria crió a sus dos hijos sola y les dio su apellido. Si el padre hubiera estado presente, el apellido de Diego Armando habría sido otro. Un detalle del pasado que podría haber cambiado el presente, como Marty McFly salvándole la vida a su padre y poniendo en riesgo la suya. ¿Maradona hubiera sido Maradona si no se hubiera llamado Maradona? Imposible saberlo. Lo que sí sabemos es que Victoria, la abuela de Don Diego, sumó información a la historia maradoniana. Ya tenemos un esclavo, un agricultor analfabeto y una lavandera que crió sola a sus hijos. El origen popular de Diego no estaba en Fiorito. Fiorito era el punto de llegada.

Seguramente quedaban ecos del de la Guerra de la Triple Alianza, en la que Argentina, Uruguay y Brasil, por mandato británico, enfrentaron a Paraguay y aniquilaron casi toda su población masculina. Las guerras pasan y dejan marcas que la historiografía no ve. Victoria tenía siete años cuando terminó la guerra. Uno de sus hijos, Saturnino, habrá escuchado las historias y los relatos bélicos. Para Corrientes, Paraguay está más cerca que Buenos Aires y la cultura guaraní es más propia que la rioplatense. Saturnino fue el último del linaje nacido en el siglo XIX.

Siglo XX, cambalache. Problemático y febril. El primer Diego Maradona fue el último hijo de Saturnino y Lucía Vallejos, el cuarto. Don Diego, al que todavía le faltaba mucho para ser Don, nació –al igual que todos sus antepasados desde Juan Maradona– en Esquina, en 1927. Al igual que su abuela, Victoria o Victorina, encontró un trabajo vinculado al río. Ella lavandera, él estibador y después lanchero. Con Jaime Dávalos y Eduardo Falú, podía cantar “mi destino por el río es derivar”[3]. Don Diego surcaba el Río Corrientes, el que tiene su orilla en Esquina, y el Paraná, cargando gente o animales. Antes, según cuenta el periodista misionero Sergio Alvez, hay “antiguos registros que atestiguan la presencia de ‘Chitoro’ Maradona como changarín del puerto de la ciudad”[4]. José Moreyra, profesor de historia correntino, le contó a Alvez: “Están por un lado los testimonios, que dan cuenta del oficio de ‘Chitoro’ Maradona, desde muy joven, como estibador en el puerto, donde había muchísima actividad en esas décadas, ya que llegaban barcos de muchos lugares. Y en los papeles que encontramos figuran las cargas y descargas que se realizaban, y allí es posible hallar el apodo ‘Chitoro’ en varias de esas viejas anotaciones. Era un trabajo durísimo, que se hacía con carros”.

“Padre río, tus escamas de oro vivo. Son la fiebre que me lleva más allá. Voy detrás de tu horizonte fugitivo. Y la sangre con el agua se me va”[5]. Cuenta Diego Armando en Yo soy el Diego de la gente[6]: “Allá era lanchero, trabajaba para Don Lupo, Guadalupe Galarza (…). Vivía en el río, conocía todos sus secretos”. Uno de los lugares para vacacionar, antes y después de la fama, era Esquina, con sus excursiones a las islas y a los canales del Río Corrientes o al Paraná para tirar la caña y sacar algún dorado. La cercanía con el río, algo que supieron también en Fiorito, es un riesgo. El Río Corrientes y el Paraná se ensanchan, engordan como una lampalagua que todo lo devora. Ante las inundaciones, Don Diego “en barquitos llevaba animales a las islas cuando el río bajaba –recordaba Diego Armando en el mismo libro- y volvían a buscarlos cuando llegaba la creciente, para llevarlos otra vez a los campos”[7].

El primer Diego Maradona nacido en el siglo XX todavía era hombre del XIX. Su trabajo y su vida, de haberse quedado en Esquina, hubieran sido más parecidos a los de sus antepasados que el trabajo y la vida que tuvo Diego Armando. Con Don Diego, y su labor de estibador y lanchero, y los trabajos que ejerció Doña Tota, también retratados por Sergio Alvez, costurera, lavandera, cocinera y empleada doméstica, se completa el rompecabezas de la memoria plebeya argentina que habita en la historia maradoniana. Dalma Salvadora le aporta también la cuota migrante con su ascendencia croata, de parte paterna. Sangre caliente balcánica.

Se suele asociar el perfil rebelde y contestatario de Diego Armando a su lugar de origen: Villa Fiorito. Él mismo se describía ante todo como villero. Pero si vamos para atrás, si remontamos su pasado como Don Diego los ríos, encontramos que esa mirada popular anclada en la Argentina pobre está en su ADN. Maradona es la representación del subsuelo de la patria no solo por haberlo hecho feliz, sino por su propia historia. El tátara tátara nieto del esclavo que le dio apellido al país que su antepasado ayudó a fundar.

2.

Cuando Maradona todavía no había nacido. ya existía como concepto en el fútbol argentino. Desde que, a mediados de la década de 1910, el fútbol de estas tierras logró el parricidio fundacional –matar al padre inglés–, el potrero se volvió el epicentro. Y con él, sus perlas: los pibitos de potrero. “Con su look inconfundible, ése del pelo caprichosamente revuelto, las piernitas curvadas y las medias irrenunciablemente bajas”[8], describe a Omar Sívori, pero representa todo un arquetipo del futbolista argentino. Carasucia, pies descalzos o con zapatillas rotas, pícaro, atrevido, desobediente, medio agrandado –compadrito, dirían en la época–, el pibito de potrero era perseguido por la policía, tildado de vago por las vecinas y codiciado por los clubes.

Borocotó dedicó su columna “Apiladas” en El Gráfico a contar historias de potrero –de ahí sale el club Sacachispas, primero como ficción en la revista, luego como película y después realidad–. En 1942 Reinaldo Yiso, ex jugador de las divisiones inferiores de Vélez, escribió el tango “El sueño del pibe”. “‘Mamita, mamita’, se acercó gritando. La madre extrañada dejó el piletón. Y el pibe le dijo riendo y llorando. ‘El club me ha mandado hoy la citación’”. Yiso se basó en la vivencia de un amigo del barrio que había recibido la citación para debutar en primera. La historia pinta la época: patio, piletón, puerta sin timbre, el club donde se comentan las habilidades del pibe. Y el sueño: jugar en primera y ganar dinero. Fútbol, movilidad social y vino para todo el pueblo argentino. Pero la verdadera profecía está al final: “Tomó la pelota, sereno en su acción. Gambeteando a todos se enfrentó al arquero. Y con fuerte tiro quebró el marcador”. La jugada de todos los tiempos.

En la película El Crack, dirigida por José Martínez Suárez y estrenada en 1960, la primera escena transcurre en un potrero de Vicente López, al costado de la ruta y con una iglesia de fondo. Alrededor de los pibes que juegan al fútbol, una fila de gente bordea la cancha improvisada. Llega un auto, símbolo de riqueza en la época, y baja que un tipo vestido de saco, corbata y pantalón de vestir, el único con esa vestimenta en toda la escena, y se acerca a mirar el picado. Después del gol de Osvaldo Castro, el número 7 del equipo, se da este diálogo:

–Ese pibe es un crack –le marca un tipo de camisa arremangada al que bajó del auto-. Un fenómeno. Mejor que Pedernera. Tiene que verlo jugar en la reserva de 3 de Febrero.

–Ah, ese chico es Castro, claro –responde el otro.

–Hasta que empiece el campeonato se entrena en los potreros. Tiene sangre, es como yo, jugué una punta de años en primera –el acento de este personaje parece el de “Pucho” de hijitus, esa tonada de arrabal y boca torcida–, pero eran otros tiempos, eso era fóbal. Ahora están llenos de guita y se cuidan las piernas. Pero el Osvaldo, el Osvaldo es como los de antes.

Entonces Osvaldo saca a pasear a uno, le dan una patada, él responde y todo termina a las piñas. El de la tonada arrabalera entra a la cancha para intentar defenderlo. El otro se aleja caminando mientras se pone unas gafas subiendo al auto.

En esta primera escena el tipo bien vestido va a buscar al crack al potrero. Los representantes, los periodistas, los dirigentes y los empresarios, revuelven entre las canchas sin pasto en busca del pibito que los salve. Y los hinchas también “ahora están llenos de guita y se cuidan las piernas. El Osvaldo es como los de antes”, dice el otro personaje. La esencia del fútbol vive en el potrero. Es el potrero el que salva al negocio y al juego a la vez.

El Crack narra un fútbol más cercano al del cuento “Esse est percipi” de Borges y Bioy Casares, que al ideal de la revista El Gráfico. Los dirigentes se quedan porcentajes de los pases de los jugadores y arreglan con rivales y periodistas para instalar al nuevo crack. Es una película de la industria del fútbol, que lo acerca más a Hollywood como puesta en escena que al deporte mirado con inocencia. En El Crack todo es grupo, todo es falso. En la segunda escena, el padre de Osvaldo, un gallego dueño de un boliche en Dock Sud, se queja del hijo: “Dale que dale a la pelota, pero trabajar nunca”. La madre le responde: “Algún día va a ganar más plata que vos en toda tu vida”.

Diego nació el mismo año que el estreno de El Crack. La película utiliza fragmentos de un partido entre Argentinos Juniors y San Lorenzo. ¿Dónde? En el Estadio Tomás Adolfo Ducó en el que, según el propio Maradona, dibujó el gol más lindo de su carrera. En el cine, los medios y la música había algo presagiando la llegada del mesías de potrero. El pibe carasucia, de medias bajas, que con su talento y determinación eternizara al fútbol argentino. Maradona llegó a cumplir la profecía. Cantemos con Vox Dei: “Caminando vendrá a ofrecer, lo que siempre faltó”[9]. ¿Qué cosa? Cumplir con las expectativas autoimpuestas: ser campeones del mundo.

3.

Ahora vamos con Ramón Ayala: “Huellas en la arena y un adiós. Las lejanas islas, que se empeñan en volver”[10]. En 1955 Don Diego y Doña Tota decidieron abandonar Esquina en busca de otra clase de futuro. Ya habían nacido Ana y Rita, las mayores del matrimonio Maradona. “La Tota se vino primero, con mi hermana la Ana, la mayor, al hombro. En Fiorito ya vivía una tía mía, Sara, y fue ella la que le dijo que en Buenos Aires iban a estar mejor”[11], cuenta Diego en su biografía. Que Dios atiende en Buenos Aires es una de las pocas verdades que mantiene este país. Hay épocas donde la línea está más sobrecargada que en otros momentos. Para el año 55, cuando Doña Tota bajó desde Corrientes, Dios llevaba varios años con un nutrido callcenter atendiendo las llamadas. No era seguro, pero había más chances. A los pocos meses, Don Diego y Rita se fueron también para Fiorito. Pero al tiempo, el país al que se habían mudado cambió. Primero el bombardeo a plaza de mayo. Después el golpe de Estado contra Perón. Don Diego ya trabajaba en la molienda Tritumol, una trituradora de huesos con fines químicos. Nacieron Elsa y María. Y en octubre de 1960, en un hospital que debería haberse llamado Eva Perón, en Lanús, llegó Diego Armando Maradona.

En sus primeros once años de vida, vio pasar seis presidentes –solo dos elegidos democráticamente–: Frondizi, Guido, Illia, Onganía, Levingston y Lanusse. Si estiramos el período hasta el día de su debut, en total son once. El equipo se completa con: Cámpora, Lastiri, Perón, Isabel Martínez de Perón y Jorge Rafael Videla. No era la Argentina a la que se habían mudado Don Diego y Doña Tota, pero aun así alcanzaba un sueldo para sostener, a duras penas, a una familia que llegó a tener diez personas.

Diego creció en la década de las rupturas. Pelo largo y Cordobazo. Guitarras eléctricas y minifaldas. Instituto Di Tella y El Club del Clan. La adolescencia como forma de consumo. Su generación nació con uno de los grandes cambios de la cultura argentina: la irrupción de la televisión. Las primeras transmisiones de Canal 9, Canal 13 y Canal 11 (Telefé) –las tres carabelas de las emisoras privadas–, fueron en 1960. Maradona, el primer futbolista de la globalización mediática, nació junto a la televisación de la vida. Hasta entonces marcaban el ritmo la radio, los diarios, las revistas y el cine. A partir de esta década, muchos nombres y muchas caras se empezarán a sentar a cenar o almorzar con las familias de la clase media de las grandes urbes. Tato Bores, Blackie, Mirtha Legrand, Pepe Biondi, Pinky, Bernardo Neustadt, Mariano Grondona, Carlitos Balá o Alberto Olmedo, fueron las figuras emergentes que entraron en la televisión y se quedaron a vivir en los livings. Comienza el fenómeno de las telenovelas de la mano de Alberto Migré, fagocitándose al radio teatro. Y también comienza la dictadura del rating, ese que Ricardo Fort dijo no manejar. El que sí puede asegurar que tuvo la clave fue Pipo Mancera: dueño de la televisión argentina con los Sábados Circulares. Mancera tuvo dos incursiones en el cine: la primera fue en El Crack.

Sábados Circulares fue el primer programa “ómnibus” de la televisión argentina, una emisión semanal de varias horas por donde pasaban músicos, entrevistas con figuras nacionales e internacionales –actores, cantantes, futbolistas–, sketch humorísticos, cámaras sorpresas y una varieté que a veces rozaba lo cirsense. Por Sábados Circulares pasó Pelé. Y en 1967 Pipo Mancera transmitió en vivo la boda entre Ramón “Palito” Ortega y Evangelina Salazar, posiblemente la primera pareja mediática, lo que generó un récord de audiencia. Cuando Diego ya formaba parte de los Cebollitas, fue visto haciendo jueguitos en el entretiempo de un partido de Argentinos Juniors por un productor de Mancera. “Un productor mío me había dicho que en la cancha de Argentinos Juniors veía siempre en los intermedios a un chiquito que jugaba con la pelota muy bien –le contó Mancera en 2008 a Susana Giménez–. Yo le dije ‘Traelo’. Entonces lo trajeron. Lo hago entrar y hace tres o cuatro jugaditas. Ya se iba cuando me avisan por un gran cartel: faltan Los Cinco Latinos. De los Cinco Latinos faltaba uno. Entonces tuve que hacerlo quedar y se pasó cuarenta y cinco minutos haciendo jueguito con la pelota”[12].

A los 11 años, Diego Maradona estuvo en el programa más visto de la televisión argentina. Hoy en día sucede, aunque no es habitual, que un chico que juega muy bien al fútbol se mediatice. Se viralice. En la década del 70 no pasaba. Los pibes de las inferiores eran el secreto de los ojos de quienes veían los partidos de la tercera y la reserva. Un comentario de tribuna. Tal la rompe, fulano es crack. Al poco tiempo llegó la entrevista en Clarín donde figura como Caradona. Antes de su debut en primera, ya lo buscaban varios clubes del exterior, como cuenta el gran libro Los Diegos que no fueron,del uruguayo Sebastián Chittadini, algo que también es más de nuestros días que de aquellos tiempos en blanco y negro.

La mayoría se hubiera mareado antes de llegar: debutar en los medios de comunicación y ser buscado por equipos del exterior antes de jugar en primera. Quizás fue por eso la construcción del personaje Maradona que hizo a los 18 años. Diego fue un producto de todas las épocas de este país. La condensación de generaciones de la argentina de los márgenes que buscan el futuro en el conurbano fabril; la sociedad futbolizada que encuentra en el éxito en primera el ascenso social; la mediatización a través de la televisión.

Su debut coincide con la dictadura más sangrienta de nuestra historia. La alegría en tiempos de horror. Su primer partido en Primera no fue lo único que ocurrió ese 20 de octubre de 1976. Cuenta Federico Lorenz en su libro Cenizas que te rodearon al caer[13] que “El 20 de octubre (de 1976), se produjo una de las mayores catástrofes para Montoneros: el día de ‘las citas nacionales’, cuando fueron secuestrados en simultáneo en todo el país unos doscientos militantes de distintos ámbitos del Área Federal”. El día de “las citas nacionales” está explicado así en una nota al pie del libro: “La Marina, con base en la ESMA, secuestró a una militante que, en un doble fondo de una cartera, tenía una lista con los encuentros a nivel nacional que Montoneros había pautado para todo el país. Por no compartir la información de Inteligencia con otras fuerzas, no ‘aprovecharon’ al máximo ese golpe, que fue irreversible para la guerrilla peronista”.

La coincidencia de la fecha entre los secuestros y el debut de Maradona es la síntesis del país en dictadura. Eso que luego volvería tan complejo al Mundial 78: secuestros, asesinatos y goles, en el mismo lodo, todos manoseados. A partir de esa fecha, cada vez con mayor potencia, Argentina se iría maradonizando a tal punto que resulta complejo desligar la historia de Diego de la del país. Se fue enredando como en el muro la hiedra y brotando como el musgo en la piedra. En 2004, el mismo año del debut de Messi en Barcelona, Martín Caparrós publicó el libro Boquita[14], donde escribe: “No se me ocurre ningún otro caso de un país tan uniformemente sintetizado, definido por la figura de un señor. (…) Alguna vez terminaremos de aceptar que, para dos o tres millones de personas, la Argentina y los argentinos –todos los argentinos, las vacas, las montañas, los presidentes, los violadores fugitivos, el novio de tu hermana, aquel triciclo, los inmigrantes bajando de los barcos, el cielo de Humahuaca, el peronismo, la esquina de Carabobo y Cucha Cucha, la marcha de San Lorenzo, tu futuro, todos los perros y las hijitas y los sanguches de miga, Tlön Uqbar Orbis Tertius, este libro– no somos nada más o nada menos que la confusa nube de pedos que aureola la pierna izquierda del Gran Diez”.

Y al final se ve tan claro que resulta obvio. Cómo no iba a sintetizar a la Argentina el tipo que cargaba en su sangre la memoria de los esclavos, los analfabetos, los inmigrantes, las lavanderas, las madres que crían solas a sus hijos, los agricultores, los pescadores, los lancheros, las cocineras, los obreros de las fábricas, los villeros y las amas de casa. Cuando Argentina se fundó, Maradona ya estaba ahí. Así será hasta el fin de los tiempos.


[1]  Fernández Rojas, Jorge. “Un esclavo sanjuanino y soldado de San Martín, el origen de Maradona”. Medonza Post. Consultado el 25/09/2024 https://www.mendozapost.com/sociedad/maradona-san-juan-corrientes-esclavo-san-martin/

[2] Silles, María Clara. “Diego Maradona: los documentos exclusivos de su árbol genealógico”. Revista Caras. Consultado el 25/09/2024 https://caras.perfil.com/noticias/celebridades/diego-maradona-los-documentos-exclusivos-de-su-arbol-genealogico.phtml

[3] “Canción del jangadero”, Jaime Dávalos y Eduardo Falú.

[4] Alvez, Sergio. “La esquina del diez”. Tierra Roja. Consultado el 28/09/2024 https://tierraroja.com.ar/la-esquina-del-diez/

[5] Véase nota 3.

[6] Maradona, Diego, Yo soy el Diego de la gente. Buenos Aires,Planeta, 2000.  

[7] Véase nota 6.

[8] Perugino, Elías. “Omar Sívori, una leyenda”. El Gráfico. Consultado el 2/10/2024 https://www.elgrafico.com.ar/articulo/%C2%A1habla-memoria!/33320/omar-sivori-una-leyenda

[9] “Profecías”, Vox Dei.

[10] “Pan de agua”, Ramón Ayala.

[11] Véase nota 6.

[12] Entrevista de Susana Giménez a Pipo Mancera. Consultado el 2/10/2024. https://www.youtube.com/watch?v=LvlKGNTWp9Q&ab_channel=Telefe

[13] Lorenz, Federico. Cenizas que te rodearon al caer. Buenos Aires, Sudamericana, 2017. Página 241.

[14] Caparrós, Martín. Boquita. Buenos Aires, Planeta, 2005. Página 147.

Texto publicado en el libro Diegologías, miradas sobre el universo maradoniano.

Autor

  • Nació y vive en La Boca. De profesión librero. Periodista de oficio. Fundador y director de Lástima a nadie, maestro, donde escribió y editó tres libros: Crónicas Maradonianas (2021), Fuegos de Junio (2022) e Ilusión Eterna (2023). También editó y escribió en Semilleros (2023). Dicta talleres sobre diferentes temáticas como: periodismo, literatura o deporte. Considera que escribir es fundamental para seguir vivo.

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