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PALABRAS MÍNIMAS QUE SE CORPORIZAN

PALABRAS MÍNIMAS QUE SE CORPORIZAN

Naturalizar una matriz discursiva, casi como si no existiesen otros modos posibles, pone en riesgo la función de la escucha y también la de la interpretación. Hay patrones discursivos que se repiten incansablemente. También los hay para escuchar. En estado de pausa y atención plena, la audiencia cambia de posición y aparecen nuevas lecturas de aquello que es, por todos, harto conocido. Como la música de fondo, el discurso también puede ser “funcional” ¿A qué?

Es fácil dar recetas. También es muy sencillo criticarlas. Intento afinar la propia escucha al describir hechos, situaciones, sensaciones acumuladas en el cuerpo, tras años y años de rozar la piel con sutiles asperezas. Las de las palabras, los gestos, las miradas, las expectativas. Micro traumatismos que, con el paso del tiempo, devienen lesiones. Palabras mínimas que se corporizan. En sus pequeñas dimensiones, pero con la constancia de la repetición, se vuelven imperceptibles, están ahí, forman parte de ese universo naturalizado que disciplina cuerpos y subjetividades en desarrollo.

En el deporte no hay lugar para debilidades, ni sensibilidades. Hace falta apretar  dientes y músculos,  y aguantar. Sentir forma parte de un universo al que pocas prácticas intentan acercarse. Naturalmente, abrir los sentidos y la percepción, no es solamente abrirlos a lo suave, bello o placentero. Es también recibir y habitar  la incomodidad, la violencia, el dolor,  la tensión presente en todo vínculo, con nosotros mismos, con les otres, con el entorno. Aquello que nos es ajeno, distinto, diverso.  ¿Estamos preparados para ese viaje? 

Les deportistas nos sometemos al acatamiento sin objeciones. En la inmensa mayoría de los casos, a las órdenes del entrenador/entrenadora, sin oponer ninguna resistencia. Rige el adoctrinamiento  y los mensajes que se repiten, como una matriz discursiva, desde hace muchos, muchísimos años, se encuentran en clave productiva: “apurate, avanzá, empujá, meté la panza, ahuecá el pecho, rechazá, no seas cagón/a, dale que vos podés un poco más, apretá la cola, estirá los empeines, estirá las rodillas…  “

Quien obedece al comando directo del entrenador/a, sin plantear objeciones, es “buen alumne”. Quien plantea alguna oposición, por el motivo que sea es tildado como caprichosx. En este primer registro del discurso que estamos analizando, las palabras tienen sentido en el marco epistemológico en el que operan las actividades deportivas competitivas. Ir hacia adelante, no detenerse, producir más, en el menor tiempo posible. En el cuerpo,  función precede a estructura. La función productiva en clave eficiente, según las lógicas mercantilistas, se introduce en el discurso deportivo, y las palabras disciplinan cuerpos en desarrollo y lentamente los van estructurando.  

Es preciso detenernos a analizar la palabra “empujá”. Dentro de las prácticas que buscan incrementar la conciencia abierta, englobadas en lo que se conoce como Educación Somática, existe un amplio desarrollo alrededor del concepto de “vinculación con la fuerza de gravedad”. El primer vínculo que establece un sujeto con su entorno se da a través de la misma. Esta primera relación fundará y servirá de base para la construcción de otros vínculos futuros, si pensamos en un niñe en desarrollo. La capacidad de “ceder” a la gravedad es una noción que se aprende durante el primer año y que se complejiza durante toda la vida de un sujeto.. Es la posibilidad de ceder (y no al revés) lo que le permite al bebé empujarse para comenzar a moverse en el espacio, a través de acciones como alcanzar o atraer. Así es como ceder invita al bebé a relacionarse, vincularse, entrar en profundo diálogo con el suelo, y eso es lo que le permite cambiar de posición, alcanzar un objeto o desplazarse para abrazar a su mamá/papá o cuidador.  Empujar sin ceder podría asemejarse a una pelea, una discusión, donde no hay diálogo, donde solo hay rechazo. Las prácticas deportivas basan sus acciones y gestos en un empuje sin escucha, desde lo discursivo, sí, pero que se observa también en el movimiento.  ¿Será ese el motivo por el cual se lesionan tanto les deportistas?

Estos mensajes se repiten en el cotidiano de muchísimos entrenamientos deportivos. Clubes, asociaciones, federaciones y los centros de entrenamiento provinciales o nacionales son lugares donde niñes, jóvenes y deportistas adultes pasan horas y horas de sus vidas escuchándolos, recibiéndolos con todo su cuerpo, obedeciendo a ese adiestramiento que busca excelencia, perfección y resultados del modo más rápido posible.  Entre cuatro y ocho horas diarias de entrenamiento, de lunes a lunes, de enero a enero, todos los días del año, todos los años. Luego torneos y competencias, sin lugar para ninguna otra opción.

La sobrecarga que ejerce el sistema de entrenamiento de alto rendimiento puede medirse y comprenderse entonces a través de su discurso. Su decir, sus palabras, el modo de comunicarlas tiene un peso descomunal que, en algunas ocasiones, se derrumba sobre las columnas de cuerpos en desarrollo. Es imposible soportar esos niveles de tensión sin ofrecer alguna resistencia. Ante la necesidad de obedecer, por miedo, por lealtad, por la enorme presión externa, la musculatura de les deportistas se contrae a niveles altísimos, donde no hay alternancia. Es la manera que encuentran los cuerpos de oponerse, ante la imposibilidad de decir no. Una coraza, una protección. Se transforma en una cuestión de supervivencia.  De eso se trata el deporte: “si no te quema, no estás trabajando”.

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