Ensayos
HUGO ORLANDO GATTI: NADIE COMO EL LOCO

HUGO ORLANDO GATTI: NADIE COMO EL LOCO

La historia comenzó en medio de la llanura, a más de trescientos kilómetros del obelisco, en un pueblito de pocos habitantes. El 19 de agosto de 1944, en el Hospital Municipal de Carlos Tejedor, el séptimo y último hijo de Mercedes Caire y Pedro Gatti hacía su primera jugada. Y desde entonces, no dejaría nunca de hacer locuras, de vivir el fútbol a su manera, de desafiar y de aceptar los desafíos. Hugo Orlando Gatti, el Loco. Chita, como la mona de las películas de Tarzán, en los picados de sus primeras atajadas, ahí donde el horizonte es una línea interminable y el partido termina cuando ya se esfumó el último suspiro de luz. El vínculo de Gatti con los tres palos comenzó cuando todavía no había terminado la escuela primaria. Los pibes más grandes confiaban en la portación de apellido: su hermano Ernesto Juan ya practicaba salir del arco, jugar de defensor. El vínculo de Hugo con las reglas de tres y la conjugación de los verbos no era el mejor. El decía que había nacido para ser arquero. En sexto grado, y a punto de repetir el año por segunda vez, le apostó a su maestra el pase a séptimo. Jugaban Huracán, equipo del que el Loco era hincha, y Argentino, el club de la maestra. Ganó el de sus amores pueblerinos, y al año siguiente terminó la escuela. Y chau las carpetas, bienvenido al fútbol. A los catorce ocupó el puesto que le dejó vacante su hermano, quien se dedicó al automovilismo, y en 1960 dio su primera vuelta olímpica al ganar la Liga del Oeste. La fantástica narración que cuenta la historia de Hugo Gatti, había comenzado.

«Arqueros son los que atajan, los que ocupan el puesto de bobos, como dije mil veces. A mí Dios me dio dos manos, que usé para atajar, no lo niego, pero ojo que nunca fui arquero. Ese es mi mérito»

Pasan los años, pasan los jugadores, los grandes equipos, las epopeyas. Quedan los recuerdos. Comenzó a jugar a la hora de la siesta y siguió hasta los 44: Hugo Orlando Gatti atajaba el tiempo. El Loco entraba a la cancha, le sacaba la lengua a la hinchada de los contrarios, recorría el área y marcaba con el botín los puntos claves de su lugar en el mundo. Esa era su manera de decir aquí mando yo, acá manda el Loco. Gatti era espectáculo, magia, show, locura; era un jugador que atajaba con las manos, los pies y el cerebro. Jugó en Atlanta (1962-64); River (1964-68); Gimnasia (1969-74); Unión (1975); Boca (1976-88) y 18 partidos en la Selección nacional que dirigió César Luis Menotti. Tenía la capacidad de abandonar el arco para llegar hasta la mitad de la cancha. Volvé Hugo, le decían los defensores y él acariciaba en cada partido su deseo de hacer goles, además de evitarlos.

Un día se bajó del tren Sarmiento y con sus piernas flacas comenzó a recorrer pensiones, donde quedarse a vivir. En el partido de prueba en Atlanta le hicieron 14 goles. A Gatti lo impresionó el ruido de la calle Corrientes y se impresionó con el tamaño de las manos de Amadeo Carrizo, a quien lo copió en sus inicios, hasta convertirse en único. Nadie había usado una vincha hasta él; nadie había salido a la cancha con un buzo de color rosa y una publicidad en el pecho, hasta él; tampoco otro fue así de extravagante y carismático. Y de polémico. Y más allá de su paso por los demás, Gatti es Boca. Allí llegó cuando el Toto Lorenzo le daba forma a un equipo que quedaría en la historia grande. Era el 76 y River venía de ser dos veces campeón, y había que hacer algo en el barrio cercano al Riachuelo. Así llegaron Carlos Veglio, Ernesto Mastrángelo, varios más. Dos veces fue campeón en ese año tan trágico para la historia argentina. Primero del Metropolitano y luego del Nacional, en esa histórica final jugada en la cancha de Racing, donde Suñé convirtió un gol de tiro libre. Al año siguiente, la consagración en la Libertadores, el 14 de septiembre de 1977. Se habían jugado dos partidos y el resultado fue 1 a 0, primero para Boca en la Bombonera y después para Cruzeiro en Belo Horizonte. La definición en el en el estadio Centenario de Montevideo llegó a su punto culminante cuando Gatti voló al palo izquierdo y desvió el pelotazo impulsado por Vanderlei. El vínculo con la gente de Boca estaba consolidado para siempre.

«Una vez voté por Gatti. Fui a la mesa, entré al cuartito y puse en el sobre “El Loco presidente”. Era yo, claro. Y se dieron cuenta, me parece… pero acá nunca pasa nada. Además te aclaro que puse el papelito con una foto mía»

Fue radical -su padre había sido un yrigoyenista de ley que habría las puertas de su casa a la discusión política- y hasta hizo publicidad para el alfonsinismo. En los noventa se hizo menemista y después vaya a saber. Dijo que una vez le ofrecieron un millón de dólares de soborno antes de un superclásico, y que no aceptó. «Yo era un showman como Cassius Clay. No era como los demás, que salían a ver qué pasaba. Ya del vestuario salía transpirado y, antes del partido, necesitaba que me metieran un buen pelotazo para sacarme el cagazo. A un arquero cagado hay que meterle un pelotazo en la cara, y se le va… Esas cosas no están en los libros. ¿Quién las puede enseñar? ¡El Loco!», dejó dicho el Loco más loco, fanático del genio convertido en Muhammad Ali -uno de sus hijos de llama Lucas Cassius- y hasta el final siguió insistiendo con que Pelé fue más que el resto.

Diez mandamientos, decía Gatti, debe respetar un arquero. El primero es Atajar, y ejemplificaba que Renato Cesarini le había aconsejado que «no importaba qué parte del cuerpo se empleara para lograrlo». El Loco le hizo caso y atajaba con los pies, con las manos, con el pecho y con el alma. Otros dos mandatos son no tirarse y tener un físico adecuado. Era flaco como un alambre y salía a correr bajo el sol, hasta que el último rayo lo abrazaba. Decía también que no había que ser espectacular y, mandamiento cinco, estar atento. Otro: asimilar consejos. El séptimo, saber sacar con las manos. Otro más, clave en su vida, saber salir. Y por último tener instinto y adelantarse a la jugada. Gatti fue un adelantado, un distinto, un jugador cargado de intuición.  Hacía la de Dios, era su sello -clavaba las rodillas contra el suelo, inflaba el pecho tan grande como el airbag de una 4×4 y abría así los brazos, en forma de cruz, como Dios, para hacer que la inmensidad del arco se convirtiera en una nada para el delantero de los contrarios.

“Me gustaba ser jugador de fútbol. En los entrenamientos yo me paraba en el medio, porque tenía otra visión del juego. Yo no practicaba nunca el arco, yo no hacía arco”

Se casó en 1977 con la bellísima Nacha Nodar, tuvieron dos hijos, Federico y Lucas y cada vez que podía le ponía corazones a una historia de amor que duró medio siglo. Hace menos de un año, se fue el amor de su vida y, vayasé a saber, ese dolor aceleró los tiempos y achicó el arco. El 11 de septiembre de 1988 Boca arrancó un nuevo torneo jugando en La Bombonera frente al Deportivo Armenio. Nada hacía suponer que ese sería el último partido de Gatti. Promediando el segundo tiempo, el Loco salió a cortar un pase largo al delantero Silvano Maciel pero erró el cálculo y la jugada terminó en el único gol del partido. El entrenador José Omar Pastoriza le quitó la titularidad en beneficio del recién llegado Carlos Fernando Navarro Montoya y el pibe nacido en una década en la que muchos nacieron para intentar cambiar el mundo, no volvió a pisar oficialmente una cancha de fútbol. Desde entonces, ya no hubo nadie que barriera el área con una escoba, ni tampoco arquero alguno que se anime a jugar con vincha, bermudas, un buzo color rosa y parado en la mitad de la cancha. Se fue un domingo, a la hora del fútbol. Andará siempre su verborragia, su magia infinita, su timidez, su pelo al viento. Fue genio y figura, provocador y explosivo, presuntuoso. Fue Superman. Maestro, ídolo, leyenda, clown, un distinto coherente con su locura. Un dispenser cargado de amor para sus hijos y su compañera de vida. Un día dejó de jugar pero siempre siguió jugando. Chau, Loco Gatti, hasta la próxima salida hasta la mitad de la cancha, con esas ganas siempre de convertir el gol de tu vida.

Autores

  • Gustavo Grosso es periodista. Nació en la ciudad de Bragado (provincia de Buenos Aires) y vive en Villa Sarmiento, Morón. Está casado con María José y tiene una hija, Lara. Es Técnico superior en periodismo, recibido en TEA (Taller Escuela Agencia). Trabajó hasta febrero en la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia y antes, entre 2002 y 2014, en el diario Edición Nacional. Ha colaborado con diversos medios gráficos y radiales y es editor de la web www.quintoelementoweb.com.ar. Es hincha de Boca y realiza talleres de redacción y narración.

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  • Un poco diseñador gráfico un poco ilustrador. Criado en el mundo de los cómics.

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