Ensayos
A JUGAR AL FÚTBOL, QUE SE ACABA EL MUNDO

A JUGAR AL FÚTBOL, QUE SE ACABA EL MUNDO

A los amigos que nos dio el fútbol. 

“Yo diferencio entre los amigos del fútbol y los otros, los de la vida. Lo mejor es cuando los amigos coinciden en ambos temas. Yo reconozco, para una consolidación de la amistad, la importancia del sufrimiento futbolístico compartido”.

Roberto Fontanarrosa 

      Esta columna está dedicada a todos los amigos futboleros que resisten al paso del tiempo, entrañables compañeros de ruta que comparten una pasión, que comparten con cada uno de nosotros un maravilloso e inigualable sufrimiento futbolístico  

    El futuro viene, lento, pero viene. Al trote cansino, como un enganche que desanda el potrero esperando el momento preciso para meter un pase milimétrico entre dos zagueros torpes. Inoportuno y aguafiestas. Certero y lapidario. El futuro desembarcará, casi de improvisto, en el corazón futbolero de un puñado de atorrantes que ya no se sueñan futbolistas profesionales, quijotescos personajes capaces de desenmarañar desde la palabra, ya no con los pies, altisonantes planteos tácticos estratégicos.  

      Es que el futuro, indefectiblemente, nos escamoteará la pelota y nos obligará a transitar el camino del pensamiento, despojándonos de la maravillosa carrera veloz ante un marcador imberbe que nos espera sobrador junto a la línea de cal. Algunos veteranos, sabios simuladores, quiebran la cintura ante la marcación rival y ensayan una especie de gambeta maradoniana que es abortada sin reparos por el contrincante. Aquí bien vale, ante el fracaso consumado, reclamar una falta inexistente o acusar un pinchazo en el bíceps femoral de la pierna más hábil. 

    El futuro, en consecuencia, ocupa los espacios que dejamos vulnerables en la mitad de la cancha. Nos obliga a gritar como marranos, azuzando al combate al compañero más cercano, relatando desde la verde gramilla lo que el intelecto entiende pero el cuerpo no puede. Porque un picado de veteranos es una interminable disputa verbal donde se debate hasta el más mínimo detalle del juego, donde, siempre pelota al pie, se cotejan en acaloradas discusiones ideológicas la razón de ser de un absurdo pelotazo al solitario nueve  o la ingenuidad de los lentos laterales arriesgando infantilmente la pelota en la salida de arco. 

    El futuro, sabio como pocos, nos revela sin eufemismos que un equipo corto, apiñado en el medio, a veces timorato y amarrete en ofensiva, nos permitirá sobrevivir estoicamente ante un rival pletórico de vértigo y audacia. El paso inexorable del tiempo nos ha enseñado, tanto dentro y fuera de una cancha, que anticiparse desde la razón y no desde la fuerza a la jugada, nos hará ganar valiosos segundos y nos facilitará la apropiación de una redondita de cuero que corre inalcanzable de una banda hacia la otra. 

      Una vez a la semana, al menos, un puñado de soñadores afrontamos con valentía el devenir del tiempo y corriendo tras un balón enarbolamos banderas revolucionarias frente a la tiranía de ese futuro, que lento y autoritario, se apoderó de aquel carrilero incansable que supimos ser. Ansiosos esperamos el desafío y subidos a la pelota hacemos realidad lo que escribió el novelista español Javier Marías: “el fútbol es la recuperación semanal de la infancia”. 

     Y allí vamos, partido tras partido, juntos, apretujados, amalgamando voluntades, cuidando la pelota, cuidando la posición, cuidando la quintita, gritando como posesos enajenados, felices, redimiendo derrotas que duelen más que una pifia o exagerando triunfos épicos que se disfrutan como una conquista amatoria.

      Allí estamos, reinventando sueños, manteniendo viva las ilusiones, atropellando utopías en el borde del área rival, dándole batalla al paso del tiempo, cuerpeando al futuro, que viene lento e inoportuno. Jugando al fútbol, sabiendo a ciencia cierta que cada picado es la recuperación semanal de la infancia. Creo, que mientras la bola siga rodando siempre habrá un corazón joven refutando el paso de los años, enalteciendo el difícil oficio de cuidar la pelota, como quien cuida el tiempo que no le arruine la vida.

     Hace algunos años el querido Alejandro Apo, por sabia recomendación de su madre, leyó en el marco de su espectáculo teatral el prólogo de los “Doce cuentos peregrinos”, una perlita literaria de Gabriel García Márquez que describe con mano maestra la esencia de la amistad.                                        

   “La primera idea se me ocurrió a principios de la década de los setenta, a propósito de un sueño esclarecedor que tuve después de cinco años de vivir en Barcelona.

   Soñé que asistía a mi propio entierro, a pie, caminando entre un grupo de amigos vestidos de luto solemne, pero con un ánimo de fiesta. Todos parecíamos dichosos de estar juntos. Y yo más que nadie, por aquella grata oportunidad que me daba la muerte para estar con mis amigos de América Latina, los más antiguos, los más queridos, los que no veía desde hacía más tiempo. Al final de la ceremonia, cuando empezaron a irse, yo intenté acompañarlos, pero uno de ellos me hizo ver con una severidad terminante que para mí se había acabado la fiesta. Eres el único que no puede irse- me dijo. Sólo entonces comprendí que morir es no estar nunca más con los amigos”.

      Una tarde de sol jugando al futbol es también una fiesta donde nadie desea quedarse solo. Pero un día, el menos deseado, promediando los 50 pirulos, el tiempo nos abofetea el rostro, sin previo aviso el futuro nos rompe la cadera, nos ata las rodillas, nos quita las alas. Las malditas articulaciones están gastadas, tan peladas como el área chica de una humilde cancha de la B Metro. Entonces entendemos, descubrimos, interiorizamos, que ya no podemos ser parte activa de ese juego que tanto amamos. Allí, créanme, sentimos que no poder jugar al fútbol con los amigos es una especie de muerte súbita, repentina, acaso una primera muerte.  

      Por eso estimados lectores, jueguen todos los picaditos que puedan, todos los que el cuerpo se banque. ¡A jugar al fútbol que se acaba el mundo!  

       Y si la mala fortuna al fin y al cabo un día nos roba la pelota, que no nos arrebate los sueños. Sigamos dando batalla al paso del tiempo detrás de la línea de cal, consolidando viejas amistades, generando otras nuevas, no olvidando jamás que un amigo de ley es aquel que comparte, dentro y fuera de una cancha, un maravilloso e inigualable sufrimiento futbolístico. 

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