Ensayos
ARGENTINA, PERÚ Y JULIO RAMÓN RIBEYRO

ARGENTINA, PERÚ Y JULIO RAMÓN RIBEYRO

De Julio Ramón Ribeyro, autor de una literatura casi tan buena como la vida, se afirmaron muchas cosas. Que nadie que nació en Perú hizo cuentos como él, que «Los gallinazos sin plumas» -uno de esos cuentos- da estremecimientos en la primera lectura y da asombro para la existencia entera, que es una injusticia que la gente que no leyó a semejante narrador no sepa lo que se está perdiendo. Nunca, en cambio, se dijo que su obra cumbre dedicada al fútbol permitió el matrimonio de la tía Delia y el tío Baltasar.

Nunca hasta hoy.

La tía Delia y el tío Baltasar se descubrieron en el cumpleaños de otra tía durante una tarde en la que se pelearon locamente porque ella gritaba «Racing o nada» y porque él, también muy amplio, le contestaba «San Lorenzo o nada». De nuevo: eso ocurrió a la tarde. A la noche, insistieron en vincularse locamente, pero ya no para la pelea y sí para el amor. En el medio, la magia que los hizo migrar de los ladridos a los besos no fue ni un parpadeo ni una frase. Fue «Atiguibas», textazo de Ribeyro, la prueba definitiva de que Racing y San Lorenzo podían convivir en una historia.

A Ribeyro lo parieron el 31 de agosto de 1929, pero no para conmoverse con San Lorenzo o con Racing, sino con el Universitario de su país, «del cual mi hermano y yo éramos hinchas furiosos», según la confesión que consta en «Atiguibas». Si se ocupó de Racing y de San Lorenzo fue porque ambos clubes llevaron su fútbol y su prestigio a Lima y el escritor, embelesado, marchó al estadio a verlos como quien intuye que está delante de algo único. Ese embelesamiento generó otros embelesamientos: el tío Baltasar percibió que su corazón galopaba cuando localizó en ese cuento a su San Lorenzo y al goleador vasco Isidro Lángara vueltos bella literatura; y la tía Delia advirtió que se le prendían luces en cada hormona al toparse con su Racing y con los cracks Ezra Sued y José Salomón resaltados en un relato tan maravilloso.

Apasionados uno por el otro y apasionados, por supuesto, por los libros, la tía Delia y el tío Baltasar reconocieron que ni Racing ni San Lorenzo eran el eje de esa creación de Ribeyro, pero comprendieron que se hallaban frente a una señal. Si Ribeyro había mancomunado a Racing y a San Lorenzo no correspondía ignorarlo. Ribeyro: alguien que escribió todo lo que cabe en La Palabra del mudo, esa colección descomunal de cuentos descomunales. Ribeyro: alguien con entusiasmo por el fútbol, pero más jugador de ajedrez que de fútbol («El atractivo de este juego consiste en que nos da una imagen simplificada de la vida, sometida a reglas estrictas y perfectamente lógicas. Se convierte la vida en piezas, se la miniaturiza, se la vive cada vez sobre el tablero, se la reproduce, se la corrige, se le encuentra una explicación, en una palabra se la domina», desgranó en «Los geniecillos dominicales»). Ribeyro: alguien que no era experto ni en Racing ni en San Lorenzo, pero con los dedos y con la imaginación se portaba como un crack.

Así como cabe transparentar que «Atiguibas» representó la llave para que la tía Delia y el tío Baltasar pegaran sus corazones y sus horas, nadie revelará ahora detalles que desalienten ir por las páginas de «Atiguibas». Sólo es correcto apuntar que «Atiguibas» era un sonido que una voz emitía, desde algún punto inubicable de las tribunas, cada vez que Ribeyro iba al estadio. Ni Ribeyro ni nadie -tampoco la tía Delia y el tío Baltasar- había oído antes. Esclarecer quién lanzaba esa voz ajena a los diccionarios y qué significaba es lo que estructura la trama de ese cuento.

Hay muchísimo en «Atiguibas». Con las décadas, de eso charlaron seguido la tía Delia y el tío Baltasar. Desde las indignaciones sin olvido que a Ribeyro le provocó la trampa de los nazis a la selección peruana en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936 hasta la idolatría infantil y adulta de ese artista por Lolo Fernández, goleador de Universitario, otro artista. No era para menos: Lolo Fernández se erigió en la figura cumbre del Campeonato Sudamericano (luego el nombre mutó a Copa América) de 1939, la primera de las dos coronaciones continentales que Perú anida en sus vitrinas. Ribeyro respiraba su primera década de sueños y de existencia cuando los pies y el corazón de Lolo condujeron a la selección local a una fiesta popular sin precedentes. De local, desbaratando la tradición de las cumbres sudamericanas que siempre depositaban en la cúspide a Uruguay, Argentina y Brasil, ese equipo ordenado en torno del  ídolo venció a los uruguayos en la final y gritó campeón. Secreto familiar: cada vez que había una Copa América, inclusive cada vez que Perú y Argentina se entrecruzaban en una Copa América, la tía Delia y el tío Baltasar retomaban su intercambio fervoroso sobre Ribeyro y le sumaban otro intercambio fervoroso, el que les suscitaba -sin haberlo visto jamás patear una pelota- el Lolo Fernández porque, claro, era el ídolo de Ribeyro.

Aludir al Lolo Fernández, crack de una cita máxima sudamericana, implicaba, en alguna dimensión, rescatar una herencia. Una herencia peruana de la que no hay que constancia de que tuvieran algún dato la tía Delia y el tío Baltasar. El primer Campeonato Sudamericano se disputó en Buenos Aires, en 1916, y su estrella fue el uruguayo Isabelino Gradín, un tipo que pronto se volvió literatura. ¿Quién lo volvió literatura? Un peruano de manos con magia narrativa. En su vida breve (murió de tuberculosis, en Montevideo, donde se había radicado, con 30 años), ese peruano, Juan Parra del Riego, ejerció la audacia de generar poesía futbolera cuando eso no era frecuente. Entusiasmado, le dedicó unos versos, más que vanguardistas, a ese jugador bajo el título «Polirritmo dinámico a Gradín», que integra su libro Polirritmos, de 1922.

Sin embargo, el eje de «Atiguibas» habitaba en otra cuestión: Ribeyro, transformado en protagonista del cuento, nunca renunció a su vínculo con el misterio de esa palabra, qué palabra: «Atiguibas». Lo buscó a veces más y a veces menos. Y le contó a la humanidad que los misterios queribles jamás se van del todo. La tía Delia y el tío Baltasar interpretaron el mensaje al pie de la letra. O como se les cantó, pero alegremente. Sus batallas por Racing y San Lorenzo tornaron en otro misterio querible el hecho de que permanecieran juntos. Nadie recuerda un día en el que ese tema no los enfrentara. No obstante, siguiendo a Ribeyro, decidieron no abandonarse, no abandonar a un misterio querible. Por las dudas, cuando las cosas parecían desbordar cualquier límite, regresaban a la lectura de «Atiguibas» y, en general, terminaban a los besos. O lanzando conjeturas sobre Lolo Fernández y la Copa América, un tópico que les arrimaba la piel y el alma.

Ya que queda develado que Ribeyro posibilitó el matrimonio entre la tía Delia y el tío Baltasar, es justo admitir que hubo ocasiones, pocas pero tremendas, en las que ni leer «Atiguibas» trajo la calma que las pulseadas futboleras hacían extraviar. No obstante, esa tía y ese tío edificaron una fórmula indestructible e infalible: se leyeron a todo Ribeyro.

El pretexto era encontrar algo más de Racing y de San Lorenzo. O de la Copa América, en especial cuando de un lado anda Argentina y del otro está Perú.

Parece que nunca encontraron nada más, pero igual fueron felices.

Autores

  • Escritor. Periodista. Docente. Publicó los libros: Fútbol, pasión de multitudes y de élites (con Héctor Palomino), La patria deportista, Wing izquierdo, El enamorado, La pasión según Valdano (con Jorge Valdano), Fútbol en el bar de los sábados, Todo mientras Diego y El blues de la primera fecha, entre otros. Es uno de los editores de Pelota de papel, obra que reúne cuentos de futbolistas. En abril del 2022, publicó su último libro Apuntes sobre fútbol de los tíos y las tías, editado por Grupo Editorial Sur (GES)

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  • Un poco diseñador gráfico un poco ilustrador. Criado en el mundo de los cómics.

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