Ensayos
EL CAPITALISMO NUNCA PODRÁ SER ANARCO

EL CAPITALISMO NUNCA PODRÁ SER ANARCO

Nos predispusieron en su contra. Es muy probable que la mayoría de los argentinos y argentinas escucháramos por primera vez la palabra anarquía cuando los profesores de Historia trataron de hacer comprensibles los enfrentamientos entre las provincias del Litoral y Buenos Aires de 1820. Entrampados en el chamuyo de Bartolomé Mitre, según el cual la existencia de una identidad nacional era un hecho desde 1810, se veían en problemas a la hora de explicar la mortandad supuestamente fratricida que unos y otros venían provocándose desde 1814. Al prevalecer en el campo de batalla las fuerzas santafesinas y entrerrianas, se terminó el Directorio, es decir, el gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Fueron sus partidarios -futuros unitarios- quienes llamaron despectivamente anarquistas a los gobernadores provinciales que después del intento constitucional de 1819, se levantaron en armas al no aceptar la hegemonía bonaerense. Desde ya, no se produjo ninguna anarquía: cada provincia continuó con su organización jerárquica, sus gobiernos, sus tropas regulares y sus policías, inclusive la derrotada en la Batalla de Cepeda. Si se analizan los documentos de la época se verá qué tan poca era la gente que tomaba decisiones políticas, es decir, elites, pero como nuestros profes consideraban caótica la ausencia de un gobierno central no encontraron mejor manera de definirla: anarquía de los años 20. También utilizaban esa terminología los libros de texto. Así, camadas y camadas de estudiantes nos acostumbramos a mirar con malos ojos a todo anarco.

La fuerza del vocablo

Ni Estanislao López ni Francisco Ramírez se consideraron anarquistas. La historia de las ideas políticas enseña que el primero en hacerlo fue Pierre Proudhon: “acaba usted de escuchar mi profesión de fe seria y pensada con mucha reflexión; aunque muy amigo del orden, soy, con toda la fuerza del vocablo, anarquista”. El francés expresó su pensamiento cuando en Europa tenía vigencia la disputa entre la república democrática y la monarquía constitucional, pero fue más lejos y desaprobó la existencia del Estado. En un diálogo ficticio de su autoría, escribió: “¿Quiere usted abolir el gobierno? ¿Quién mantendrá el orden de la sociedad? ¿Qué pone usted en el lugar del Estado, de la Policía, de los grandes poderes políticos?” Para responder: “Nada. La sociedad es el movimiento perpetuo, no necesita que se la impulse ni que se le marque el compás. Lleva en sí misma su resorte, siempre tenso, y su balancín”.

La sociedad, no el mercado… En consecuencia, propuso una organización mutualista y federalista, con base en comunas autónomas. Además de teórico, fue hombre de acción y origen proletario. Proudhon vivió las grandes convulsiones que hicieron eclosión a mediados del siglo XIX y nadie tuvo que describirle la explotación que padecían los trabajadores porque la conoció de primera mano. Entonces, desde sus primeros esbozos, el anarquismo fue una de las reacciones proletarias a la barbarie del capitalismo.

En 1864 vio la luz la Asociación Internacional de Trabajadores y al año siguiente, el corazón del francés dejó de latir, pero ya antes habían tomado la posta Mijaíl Bakunin y sus compañeros. Entre otras, el ruso acuñó una frase memorable: “La libertad del prójimo, lejos de ser un límite o una negación de mi libertad, es, por el contrario, su condición necesaria y su confirmación. Yo no soy verdaderamente libre sino por la libertad de los demás”. Para que quede claro y nadie se confunda: “El hombre (la mujer también) no se hace hombre y no llega tanto a la conciencia como a la realización de su humanidad sino por medio de la sociedad y únicamente mediante la acción colectiva de toda la sociedad”. Conciencia, humanidad, sociedad, acción colectiva… Nada que ver con corporaciones o empresas capitalistas.

Ideología y práctica

Con el afán de ahorrar espacio, recurro a una definición que aportó el docente universitario y escritor Carlos Taibo, quien entiende por anarquismo a “una ideología y una práctica que vio la luz a mediados del siglo XIX en la Europa occidental, que tiene su canon de pensadores […] y que se revela a través de un cuerpo de ideas-matriz entre las cuales a buen seguro se cuentan las que reivindican la autogestión, la democracia y la acción directas, el federalismo y el apoyo mutuo”. Además de Bakunin, ubica en ese canon a Piotr Kropotkin y a Errico Malatesta, pero a renglón seguido sostiene que “son muy numerosas las comunidades humanas que, desde tiempo inmemorial y en los cinco continentes […] han desplegado prácticas que a menudo, recuerdan a esas ideas-matriz recién mencionadas”. Para definirlas las denomina libertarias, porque el vocablo “tiene un sesgo ideológico menor y remite […] antes a prácticas y a conductas que a conceptos asentados”. Entre ellas, ubica a varios pueblos indígenas de América, por ejemplo, el mapuche, pero muy atento, el autor advierte “sobre el eventual efecto de confusión que esconde el cada vez más extendido empleo del adjetivo libertario para describir la propuesta que realizan los libertarianos -los libertarians-  norteamericanos, liberales extremos que hacen de la propiedad privada y de la primacía del interés individual el hilo conductor de su reflexión y acción”. Taibo publicó estas reflexiones en 2018 y suenan actualísimas en la Argentina que gobierna Javier Milei.

El origen del vocablo anarcocapitalismo se remonta a mediados del siglo XX, cuando la tradición política anarquista o libertaria ya tenía como mínimo, 100 años de existencia. No proviene de su evolución o mucho menos, de una claudicación, sino del así llamado libertarismo, pensamiento que está en sus antípodas y entroniza a la protección de la propiedad privada como garantía de la libertad individual. Más allá de sus diatribas anti estatistas, el anarcocapitalismo realmente existente en la experiencia argentina procura concentrar poder político en la figura del presidente, fortalece a las fuerzas armadas y de seguridad, a la vez que, a través de su principal referente reivindica la figura de Julio Roca, un militar surgido de oligarquías provinciales que se valió muy concienzudamente del Estado para diseminar capitalismo. La enorme superficie de tierras que recibieron los de su misma clase al agotarse la resistencia mapuche, puede entenderse como un monumental subsidio estatal a las fortunas que todavía hegemonizan la economía argentina. Hay vasta bibliografía al respecto. Además, en sus primeros seis meses de gestión, La Libertad Avanza no dudó en aplicar medidas intervencionistas al constatar que el mercado no seguía los rumbos que anhelaba.

Contradicción

Al igual que otras corrientes socialistas, el anarquismo surgió como reacción y oposición revolucionaria al capitalismo, modo de producción que se basa en la explotación de unas clases en beneficio de una: la burguesía. Hace unas décadas que su funcionamiento se complejizó al predominar el capital financiero sobre el industrial, tal como lo conocieron Proudhon, Bakunin o el propio Marx, pero como nota distintiva y a grandes rasgos, recordemos que el anarquismo cuestiona también el ordenamiento jerárquico de la sociedad, de ahí que el concepto de anarcocapitalismo sea una contradicción en sí mismo. Si el funcionamiento social ha de ordenarse merced a la ausencia de restricciones para el modo de producción capitalista, siempre habrá explotadores y explotados, aunque el Estado deje mágicamente de existir. Sin plusvalía el capitalismo es impensable y mientras perdure, la gran mayoría de la humanidad deberá vender su fuerza de trabajo para garantizar su reproducción, práctica que cristaliza relaciones jerárquicas de dominación entre clases y también de género. En tanto subsista el capitalismo, la anarquía en su sentido etimológico -sin poder o sin mandato- será imposible, porque la clase poseedora siempre permanecerá en la cúspide de la jerarquía. Además, en territorios que sufrieron ocupación colonial, la irrupción del modo de producción capitalista se produjo de la mano del Estado. Sociedad indisoluble.

Para 1905, aquí el proletariado era mayoritariamente anarquista. Ese año se llevó a cabo el quinto congreso de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), la organización de organizaciones más dinámica y masiva de la época. Durante el cónclave, se alcanzaron definiciones que signarían su marcha durante más de dos décadas. A iniciativa de las federaciones obreras de Rosario y Santa Fe, de los panaderos de Lincoln y de la FOR Uruguaya se adoptó por abrumadora mayoría lo que sigue: “El quinto Congreso Obrero Regional Argentino, consecuente con los principios filosóficos que han dado razón de ser a la organización de las federaciones obreras, declara: Que aprueba y recomienda a todos sus adherentes la propaganda e ilustración más amplia, en el sentido de inculcar en los obreros los principios económicos y filosóficos del comunismo anárquico. Esta educación, impidiendo que se detengan en la conquista de las ocho horas, les llevará a su completa emancipación y por consiguiente a la evolución social que se persigue”.

Aquí no hay contradicción alguna, porque la anarquía sólo será posible mediante la abolición de las clases y viceversa. El ideario que gobierna en la Argentina es fundamentalismo de mercado, neoliberalismo al palo, libertarismo o como quiera llamársele. No hubo anarcos en 1820 ni los hay en el gobierno de 2024. Con el anarquismo no hay confusión posible. La rebeldía nunca será de derecha.

Autores

  • Nació en Buenos Aires, pero vive en Bariloche desde 1991. Es periodista, licenciado en Ciencias Políticas y escritor. Hizo sus primeras armas en la revista Siete Días, trabajó para radios y hace más de 25 años escribe Cultura y Espectáculos para un medio escrito, además de colaborar con otros. Es autor de seis libros de historia mapuche, milita en una organización de ese pueblo originario y en un espacio anti extractivista. Su hijo lo define como “un poco anarquista y medio mapuche”. Acostumbra a caminar por la montaña, pero hace tiempo que no corre ni el colectivo.

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  • Un poco diseñador gráfico un poco ilustrador. Criado en el mundo de los cómics.

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