Ensayos
LA PELOTA NO RUEDA ABAJO DEL AGUA

LA PELOTA NO RUEDA ABAJO DEL AGUA

De chico quería nadar pero mi viejo me obligó a agarrar la pelota. Todos en la familia habían sido futbolistas. No podía ser otra cosa. Al toque me di cuenta: la pelota no rueda abajo del agua. 

Y me subí al tren de las nubes. O al tren fantasma. Según. Parezco tranquilo pero soy muy meticuloso cuando se me pone algo en la cabeza. Y me obsesioné. Jamás perder la pelota. Tener. Conservar. Siempre. Aunque sea con la mirada. Porque, cuando mirás, también estás poseyendo.

Así que guardé las antiparras. Pero me dije que las iba a poner en remojo. Como cuando dejás las legumbres de una noche para la otra. Y los granos se hinchan. Mis ganas de nadar fueron creciendo con la abstinencia. 

El agua es potente. Ponés un pie afuera y la realidad te noquea. Es un choque de materialidad y constancia gravitatoria. Como el éxito. Si te tapás la nariz y cerrás los ojos, podría parecer que estás en el paraíso. Todo es liviano, fluye, andás suspendido, no hay peso. Y no escuchás. Pero, si las cosas empiezan a fallar, te vas quedando sin aire. Te llenás de agua, la gravedad surte efecto, te tira al fondo de la pileta, más y más profundo. Y te podés ahogar.

Y la verdad es que me siento un poco asfixiado. No es que no me guste ganar. Los gritos desaforados de la gente. Levantar la copa bien alta y que todo el mundo mire al sur por un momento. Exhalar la bronca en un grito común y que no sea de odio. Un “Argentina” o un “Muchachos” entonados por todo el país. ¿Cómo no voy a ser feliz con todo eso? 

El tema es la tensión. La demostración constante y sonante de resultados a toda costa. Me viene pesando. Un equipo de fútbol es difícil de conducir. Imaginate La Selección. Ser el jefe de la banda, el paladín, empezando desde el ras del suelo. ¿Sin tiempo ni permiso para naufragar?

Varias cosas. La primera: quiero explorar en esas profundidades. Pero con oxígeno. La segunda: que las tensiones se desarman con paciencia, tiempo y respiraciones. 

Otra vez el oxígeno. 

Una vuelta soñé que buceaba en el Paraná. Y que encontraba un tesoro. Un cofre enorme, lleno de oro, plata y piedras preciosas. Cuando desperté no me lo creí. ¿Mirá si va a haber un cofre? A lo sumo podés encontrar los restos de alguna barcaza hundida. O el esqueleto de algún animal. Qué sé yo. Una vaca. Además, el río es turbio, no se puede ver nada. 

Pero el sueño insistió. Fue justo cuando salimos campeones. Era una señal. Entendí que el agua del río es turbia para el que anda por arribita nomás. El que se anima a ir hasta el fondo, como hacen los rastreros, el sábalo, que chupa barro a lo pavote. Ahí te quiero ver.

Ver es un decir. Te quiero “ver tantear”. Porque, ahí, el tacto es el que te orienta mejor. La piel, las heridas que ya tuviste y que ahora son cicatrices. Y no pensar ni mirar tanto. Porque es demasiado análisis. Y me aburrí de la estadística. El mundo, como el fuego, es imprevisible. ¿Qué sabés qué te puede pasar? ¿Qué sabés qué cosa te puede encender o apagar? Capaz te tiran un balde de agua helada del Atlántico y a vos eso te revive. O te da un infarto. 

Me gustaría darme el tiempo. Yo sé que todos los argentinos están esperando mi decisión. Pero creo que es interesante, también, como enseñanza. Que en el mejor momento de la carrera alguien diga basta. Lo que para unos puede ser una barbaridad para otros puede ser un suplicio. 

Fuerza de gravedad. Esa es la única certeza que tenés metida, como una sanguijuela, en el medio del corazón. Lo demás son inventos. Zafarrancho. Y la matemática y la estadística lo mismo. Puro cuento. Con tal de evadir impuestos, la gente se ingenia cualquier cosa. Es así. Creeme. 

Me voy a poner un chiringuito en la playa. En las islas del Paraná. Y voy a alquilar trajes de buzo. Para el que se quiera sumergir conmigo. 

Y ver a dónde nos llevan el barro, el tacto y las cicatrices.

Es una decisión tomada.

Les dejo la copa para quienes todavía necesitan mirar el éxito de frente. 

Saluditos.

Lionel Scaloni desde la Jabonera del Paraná.

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