Ensayos
TRABAJADORES Y FUTBOLEROS

TRABAJADORES Y FUTBOLEROS

    Cuentan los sabios narradores de historias que una pelota fundacional rodó sobre una callecita de tierra entre un grupo de obreros mal pagos. Hombres corriendo tras un balón que alborotaba la gris monotonía de una extensa jornada laboral. Trabajadores domesticando el pique de un juguete que los cautivaba, que los hipnotizaba, que los trasportaba mágicamente a la niñez. Hombres felices, fuerza bruta con el sutil encanto de un danzarín del abasto, almas nobles redimiendo las penurias que otros hombres con mucho dinero planificaron para ellos.  

      Rueda la pelota rebelde entre las piernas plebeyas de una veintena de aficionados que hacen con ella grotescos malabares que enfurecen a los burgueses que ofician de espectadores. Los jugadores ríen y en cada finta dejan entrever el gozo que el juego despierta en cada uno de ellos. La pelota rebelde que gira molesta, incomoda, interpela, rompe el orden que los patrones han establecido arbitrariamente.

      Los que mandan solo desean hombres máquinas, empleados obedientes que acepten sin chistar lo que les ha tocado en suerte. Dicen que esa maldita pelota rebelde que gira los distrae, los convierte en una jauría de seres estúpidos idiotizados por un juego bestial.  

     La calle ya no les pertenece a los dueños de todo o casi todo, no hay dinero que pueda amansar el júbilo incendiario de esos trabajadores que han encontrado en un simple juego una innovadora manera de expresarse, un lugar de encuentro, una voz que los identifica, un extraño sentimiento compartido que los define. 

      La pelota rebelde que gira en la calle es poesía, una bella poesía colectiva donde cada obrero escribe su mejor verso. La pelota rebelde que gira es un arma cargada de futuro, un sabroso elixir que sana viejas heridas, un sudado abrazo de gol, un apretón de manos callosas, un grito revolucionario que martiriza las oscuras conciencias de los que solo piensan como robarse esa maldita pelota que viaja intrépida de suburbio en suburbio. 

    Los obreros miran embelesados su hermosa creación. El fútbol ya les pertenece, los trasciende, los hace mejores personas, mejores compañeros de trabajo. El juego se expande y echa raíces en los más recónditos lugares del planeta. Un reglamento universaliza los designios de la pelota rebelde que gira. Se construyen estadios donde los trabajadores disfrutan del talento de excelsos futbolistas que juegan para el deleite de esa masa obrera que paga una entrada para verlos jugar.   

    El fútbol, que nació en la calle, huérfano de padre y madre, maravillosa construcción colectiva de las clases trabajadoras, se consolidó en pocos años como sello identitario de barriadas populares. El fútbol es puro pueblo. Todas y todos son devotos incondicionales de los ritos sagrados del balompié, creyentes fieles que adoran a sus dioses vestidos con los colores que aman. Ferroviarios, portuarios, campesinos, albañiles, carpinteros, empleados públicos, changarines, choferes, enfermeras, doctores, profesores, maestras, textiles, comerciantes, periodistas, barrenderos, vendedores ambulantes…

   Ha pasado el tiempo y los dueños de todo o casi todo, hoy ya no desprecian ni maldicen el juego que patentaron sus trabajadores mal pagos. En la actualidad, ya no les molesta el pique de la pelota rebelde que gira y distrae. El balón atrae multitudes y con ellas infinitas formas de multiplicar sus fortunas mal habidas. 

    “También nos roban el fútbol”, es el título del libro que Ángel Cappa escribió con su hija María en 2016. La obra, que recomiendo fervorosamente, es una preciosa y precisa labor periodística, es una verdadera perlita literaria en cuyas páginas se describe esta transfiguración del fútbol, su penoso viaje del “placer al deber”. Se explica allí la reconversión en manos del capitalismo, con su pretendida y anhelada destrucción del deporte como propuesta lúdica y popular, para convertirlo en un producto de mercado, en un objeto más de consumo. 

     Escribo estas líneas en el día de las y los trabajadores con la sana y modesta intención de recordarle al mundillo fútbol que este juego, acaso el más bello del planeta, nació en la calle, que fueron manos y piernas obreras quienes lo acunaron, creció y se desarrolló en los suburbios, fue con y para el pueblo. Redacto esta crónica para refrescarles la memoria a los futbolistas “desmemoriados” que solo juegan para beneplácito de los dueños del club o para los dueños de las marcas que los patrocinan. 

     Reflexionó y arrojo algunas ideas sobre el teclado de mi ordenador para pedirle a la dirigencia política y deportiva que no traicionen, una vez más, un mandato cultural y popular: los clubes les pertenecen a los socios, a los simpatizantes, a las barriadas populares que son parte y razón constitutiva de sus historias. 

     En definitiva, el fútbol fue, es y será el juego predilecto de las clases trabajadoras, aunque los ricos quieran apropiárselo, aunque lo millonarios y los pobres desclasados de siempre lo piensen un producto de mercado, aunque el capitalismo cruel, bruto y salvaje intente arrebatarles a sus inventores, con precios desorbitantes en la venta de entradas, por ejemplo, la posibilidad de ir a la cancha.  

    Sudoroso abrazo de gol para los únicos “héroes” de esta historia: los trabajadores y las trabajadoras de mi patria. Ni fugadores compulsivos, ni saqueadores de saco y corbata, ni explotadores seriales, ni delirantes místicos, ni standaperos psicópatas. Héroes siempre los que trabajan. Molesten a quien molesten, incomoden a quien incomoden. Como esa pelota rebelde que, a pesar de todo, aún gira en la calle…

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