Qatar
EL BISABUELO CROATA

EL BISABUELO CROATA

Vinko Nikolić nació en la ciudad de Šibenik el 2 de marzo de 1912. Fue el último de once hermanos en una familia de campesinos. Aunque el mandato familiar indicaba que iba a dedicarse al trabajo en el campo, pudo estudiar en la Universidad de Zagreb. Fue poeta y editor, y fundó Hrvatska Revija, Revista Croata. La dirigió durante dos décadas, hasta que las bombas destruyeron el continente. Como muchos compatriotas suyos, se exilió huyendo de la Segunda Guerra Mundial. Estuvo en Austria y en Italia. Puso en riesgo su vida cuando saltó desde un tren para escaparse y evitar una extradición. Terminó exiliado muy lejos de su patria. 

Llegó a Buenos Aires en junio de 1947. Consiguió trabajo en la biblioteca del ministerio de Obras Públicas y, en 1951, le dio a su revista una segunda vida. Fue un activo agitador de la vida cultural porteña y con Hrvatska Revija cambió para siempre la manera de difundir literatura croata en los países de habla hispana. Además de ficción, la revista publicaba memorias y escritos de viajes. Una manera de volver del país del que nunca había querido irse. 

Durante la posguerra, la literatura croata se enfrentó en dos grupos principales: los escritores reunidos alrededor de la revista Krugovi, que buscaban oponerse al realismo socialista desde lo que llamaban pluralismo estético; y los poetas que publicaban en Razlog, más orgánicos y politizados. Nikolić, en Buenos Aires, los publicaba a todos, porque practicaba una especie de neutralidad: quería, más que nada, que los autores croatas fueran conocidos en Argentina. 

En su edición porteña, Hrvatska Revija incluía un subtítulo en español que aclaraba La revista croata. La incorporación del artículo, casi un chiste de su director, pretendía indicar que no había ninguna otra revista de su nacionalidad que valiera la pena. 

En 1966 Vinko Nikolić volvió a Europa. Paseó su publicación por París, Munich y Barcelona. En 1991, con la disolución de Yugoslavia y la independencia croata, regresó a Zagreb. Murió seis años después, a los ochenta y cinco. Allá, en su segunda patria, habían quedado uno de sus hijos, sus nietos y la bisnieta que ahora, ahora mismo, se pone la camiseta de Argentina antes de tomar el subte rumbo al estadio de Lusail. Verá con sus propios ojos una de las semifinales de la Copa del Mundo. 

Amelia Nikolić, como su bisabuelo, es poeta. A diferencia de él, que despreciaba toda práctica no intelectual, es futbolera hasta lo absurdo. Va a la cancha cada vez que juega Ferro Carril Oeste, y sufre y grita. Pierde más que lo que gana, como cualquier hincha de fútbol. 

Durante los últimos cinco años Amelia estuvo escribiendo Vinko, un libro sobre la vida increíble de quien llevó al sur la sangre croata de su familia. No está terminado. Ella no sabe cuánto le falta. Tampoco sabe si alguien va a querer publicarlo. 

Cuando no escribe, Amelia trabaja en una empresa que no le da ninguna satisfacción. Oficina, pollera y camisa. Horario extendido más allá de lo que paga su sueldo. Viaje en subte y agobio. 

Pero hace un año y medio la cosa cambió: un sorteo interno le permitió viajar diez días a Qatar. Un golpe de suerte inesperado y maravilloso. No sabía si la Selección iba a llegar a los momentos finales del mundial, pero en todo caso iba a poder comprobarlo en persona, con el cuerpo. 

Amelia Nikolić no conoce Croacia, la tierra de su bisabuelo. Sí conoce cómo se mueven en una cancha Luka Modrić, Mateo Kovačić y Andrej Kramarić. Los vio. Los está viendo ahora mismo, en esa primera media hora de partido en la que Argentina parece un equipo agazapado, expectante, y la pelota pertenece al ocho, al nueve y al diez de tradicional camiseta blanca y roja, hoy azul claro y oscuro.

Amelia es argentina pero, claro, también es croata. Podría haber entrado al Lusail con cualquiera de las dos camisetas. Se puso la nuestra. Se abrazó a alguien que no conoce en el penal de Lionel. Se quedó sin voz en el festejo del segundo gol, el primero de Julián Álvarez. Lloró sin consuelo durante la jugada de Messi que derivó en el tres a cero. Aplaudió de pie la salida del campo de Modrić. Después caminó hasta el subte, volvió a Doha sin dejar de llorar, y se quedó hasta la madrugada en el Souq Waqif, lugar de reunión de los hinchas antes y después de los partidos. Como homenaje a su sangre, se pintó la cara con los colores de la bandera de Croacia. 

De regreso en su casa, Amelia Nikolić escribió un largo poema que seguramente incluya en su libro Vinko. Por ahora está ahí, suelto. Como ella en la experiencia irreal de haberse ganado un viaje al mundial. El poema se llama El bisabuelo croata. Empieza así:

Vos, bisabuelo mío, 

mi bisabuelo croata,

que viniste a imprimir letras

lejos de tu casa

y las imprimiste y la tinta te manchó

las manos

vos, bisabuelo mío, 

deberías haber visto lo que yo vi

deberías haber escuchado cómo lloré

ahí,

frente a esa inmensa obra de arte

frente a tu camiseta,

con mi bandera en el pecho.

Cuando Amelia tenga nietos espera poder contarles el largo periplo de su familia: el campo en Šibenik, la guerra, el tren, el exilio, la revista, el regreso, la pelota, Lusail, Messi. La copa. La vida por la poesía. Las banderas, las lágrimas, los goles. 

Autor

  • Diego Tomasi

    Diego Tomasi nació en Morón en 1982. Publicó los libros de no ficción Cortázar por Buenos Aires, Buenos Aires por Cortázar y El caño más bello del mundo, y las novelas Mil galletitas y Mi madre es un pájaro. Fue integrante de Congreso Gombrowicz y es productor de Desmadres. Festival de literatura latinoamericana. Trabaja como guionista y productor de radio. Su libro más reciente es Los mundiales invisibles.