EL CUTI ES UN SANTO
El club fantasma. La entidad escondida. Una institución que emerge del corazón de manzana en el que está instalada desde 1947, para intentar contener la goleada que todos los días les propina la desigualdad a Las Flores y al resto de los barrios humildes del extremo sur de la ciudad de Córdoba. El San Lorenzo cordobés es una fuente inagotable aunque accidental de talento futbolístico. Porque, aunque en sus 92 años de vida formó a cracks de la talla de Llamil Simes, Bernardo “Cuchi” Cos y Luis “Hacha” Ludueña, su propósito nunca fue el de forjar un José Luis Villarreal ni un Cristian “Cuti” Romero campeón mundial: su misión tuvo y tiene mucho más que ver con lo social que con lo deportivo.
Por eso, en el “Santo” funciona un merendero en el que, dos veces por semana, se sirve mate cocido o chocolate caliente con facturas y criollitos cordobeses a trescientos chicos de la zona: además de los pibes sanlorencistas –sólo en las categorías competitivas, al 2023 tienen registrados en la Liga Cordobesa de Fútbol (LCF) 271 jugadores–, comen allí sus hermanos y hasta algunos vecinos. Y por eso becan a los jóvenes que no pueden pagar el valor de la cuota y a quienes muestran en sus libretas escolares buenas calificaciones. Es también a causa de ese costado solidario que firman convenios con la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), para mostrarles a sus planteles que en la vida se disputan otros partidos que no siempre tienen que ver con lo que ocurre adentro de una cancha de fútbol.
Cuesta encontrar el comedor que, en gran medida, depende de las mamás de los jugadores de las divisiones menores: son ellas las que se encargan de la administración, el mantenimiento y hasta de la cocina. Y cuesta porque, fue dicho, resulta trabajoso hallar el club ubicado en Av. Felipe Belardinelli y José Guardado. Para adentrarse en las instalaciones de los “Turcos”, primero hay que encontrarlas. Y, para eso, se debe atravesar el pasillo que dibuja la extensión de la calle Adrián Escobar y que, en su esquina con Guardado, luce un cartel que anuncia un fraude desmesurado: “Calle sin salida”. Ahí, en ese misterioso callejón contiguo al Colegio Parroquial San Francisco de Asís, el que a los 8 años sí descubrió un camino fue Cristian Gabriel Romero. Y quien lo guio en esos tiempos fundacionales fue un histórico del azulgrana, Daniel “Tico” Ríos, exjugador (compartió equipo con “Villita”) y, desde hace quince años, encargado de los Cebollitas, de la escuelita de fútbol y, más acá en el tiempo, del fútbol femenino.
“’Vino por su hermano, Franco, que era un volante ofensivo, rápido, de la categoría 94. Cuti siempre fue buen compañero, líder y ayudaba a los que tenían menos condiciones. Hacía el trabajo de los otros: arrastraba a tres o cuatro rivales y se iba hasta el fondo. Yo lo ponía de 2, porque era el único que podía patear y pasar la mitad de la cancha, pero él salía como un doble 5. Jugábamos con línea de 3 para que ya de chicos aprendieran a estar concentrados, y que supieran hacer los relevos. En los entrenamientos, era el primero en llegar y el último en irse: practicábamos mucho las pelotas paradas. Ya de chiquito me sorprendía cómo sabía esperar el segundo exacto antes de cabecear. Yo le decía que mande uno al medio para que vaya y empuje, y él entre solo”, recuerda quien lo dirigió durante casi tres de los cuatro años –la temporada restante lo entrenó Ernesto Oscar “Lechuga” Molina, fallecido el 24 de mayo de 2018– que el ahora central de la selección vivió en el club.
Esa bonhomía y ese liderazgo hicieron que, alguna vez, Romero defienda los colores de su club hasta con un par de guantes y un buzo de arquero. “La categoría 98 era muy buena, salimos subcampeones y al campeón, el Club Atlético El Carmen de Monte Cristo, le ganamos como locales y nos terminó pasando por un punto nomás. Pero no teníamos arquero. Entonces, cuando no podía subir a otro arquero más chico, yo preguntaba quién se animaba a atajar y él levantaba la mano. Eran partidos por los puntos y el Cuti iba al arco, pero un tiempo nomás y después salía”, confiesa el profesor que, antes de trabajar en San Lorenzo (2008), lo hizo entre el 2000 y el 2007 en el Club Atlético Las Flores (CALF), el clásico rival del Santo, cuyo estadio está situado a espaldas de una de las tribunas que da a la Avenida Belardinelli y que acaba de ser demolida para, con parte del dinero por la venta del defensor, construir locales comerciales que generen ingresos para las golpeadas arcas de la institución.
El estadio Yamil Simes tiene una cancha principal rodeada a un costado por una popular y al otro, por una pequeña platea. La tribuna lleva el nombre de Pedro N. Rossi –un viejo presidente de la institución–, luce en el centro un escudo gastado, está compuesta por diez grandes escalones de cemento y tiene la extensión de todo el lateral de la cancha. La platea, además de dos filas de hormigón como la tribuna de enfrente, con la segunda bien pegada al comienzo de los asientos, cuenta con doscientas veinte butacas de material. Este sector fue bautizado con el nombre de un ídolo que trascendió las fronteras blaugranas y que, una vez retirado, se sentó allí para ver un sinfín de partidos del equipo que lo vio nacer futbolísticamente: Luis “Hacha” Ludueña.
Detrás de uno de los arcos hay un alambrado y a espaldas del otro, los inminentes locales comerciales. Al campo de juego lo conforman una superficie que mezcla tierra con algún atisbo de pasto natural cuando el clima acompaña y, en los alrededores, dos bancos de suplentes con siete butacas cada uno. Las instalaciones se completan con un quincho –donde funciona el merendero–, una pileta despintada, una cancha de fútbol 9 con pastos largos y suelo irregular, y al lado, otra de 11, de idénticas características. Esa es toda la infraestructura de un club que debe apelar a la creatividad y afinar la letra chica de los contratos para subsistir.
Al momento de ceder a Romero a Belgrano, San Lorenzo estableció una cláusula que indicaba que, en caso de una futura venta, le correspondería el 15% de esa transacción. Gracias a esa condición, percibieron esa comisión cuando la “B” le vendió el 90 % del pase al Genoa y otro 15 del 10 % restante cuando se concretó la operación con la Juventus. Actualmente, la única remuneración que recibe es la del mecanismo de solidaridad por el derecho de formación que, de acuerdo con la reglamentación de la FIFA, solo se computa entre los 12 y los 13 años. Según las actas de la LCF, Romero firmó para San Lorenzo el 14 de marzo de 2007 y llegó al “Pirata” el 29 de marzo de 2012, luego de un préstamo en Talleres que se extendió desde el 14 de abril de 2010 hasta el 2 de enero de 2012.
Gabriel Juri dejó la vicepresidencia y se convirtió en presidente cuando, el 10 de agosto de 2021, falleció Enrique Nicolás, un querido y respetado dirigente que comandó los hilos del club entre el 2006 y el año de su muerte. A él le toca continuar con el legado que sembró Nicolás, y es quien procura continuar con la tradición humanitaria de la entidad de origen siriolibanesa. “Nosotros traemos a los chicos para que participen, se formen y, una vez que surge alguien como el Cuti, tenemos que cederlo porque no tenemos la capacidad de contenerlo. Contamos con muy pocos recursos, se nos hace muy difícil abrir y cerrar todos los días el club, pagar los servicios, etc. Nuestros jugadores de inferiores no vienen de familias con un gran poder adquisitivo y, sin embargo, nos ayudan a agudizar el ingenio para optimizar recursos. Ahora, con el presupuesto por la venta y el derecho formativo del Cuti, estamos encarando una obra de infraestructura y no deportiva, porque queremos que eso nos permita un ingreso mensual sostenido para que, en los próximos cincuenta años, tengamos cubiertos los gastos y podamos darles aunque sea una parte de la contención que necesitan los futuros Cuti Romero. Él les dio esperanza e ilusión a los chicos; les demostró a todos los pibes que los sueños se pueden cumplir. Y se ve cómo hoy se entrenan todos con más ganas, porque tienen esa referencia que a nosotros nos genera una importante movilización social”, relata este abogado que, al igual que su antecesor, reparte su tiempo entre un estudio jurídico y el club al que llegó en el 2007.
Por ese perfil comercial es que los llaman los “turcos”. Porque algunos de los jóvenes encargados de su fundación, el 10 de junio de 1930, con don Arturo Moyano como primer presidente, eran los vendedores de origen árabe que trabajaban en el Mercado Sud y en el barrio en que germinaron, Nueva Córdoba. De hecho, su nombre se debe a una de las calles de la intersección de esa zona, hoy habitada por estudiantes universitarios, en que se fundó, San Lorenzo y Paraná. Además, de ese espíritu negociante irrumpió una venta inédita para la época: el centrodelantero Alberto Hued desembarcó en el profesionalismo porteño al pasar, en 1940, de San Lorenzo a Boca. También por ese enfoque empresarial, a fines de la década del 40 brotó el terreno actual y, después de dos sedes en barrio Jardín, se concretó la mudanza definitiva a B° Las Flores: el predio y el estadio se materializaron gracias a la venta de Llamil “Turco” Simes, y de ahí que lleve el nombre del delantero que, tras una auspiciosa etapa en Huracán, se convirtió en ídolo y uno de los máximos goleadores en la historia de Racing de Avellaneda. Asimismo, por ese costado emprendedor fue que, en 1974, con la venta de Ludueña a Talleres se adquirió una sede en la calle Paraná 479; y, por la misma razón, decidieron ahora demoler la popular Simes para edificar negocios que les permitan continuar con su tarea deportiva y, sobre todo, social. Una curiosidad que merece una aclaración: tanto el estadio como la desaparecida tribuna fueron bautizados intencionalmente como Yamil Simes, con el nombre de pila escrito con “y” no con “ll”, por costumbre y decisión de la colectividad árabe de no utilizar la doble ele.
Además de las figuras que dieron allí sus primeros pasos, el “Ciclón” cordobés cobijó a otro astro del deporte de esa provincia, en la que fue otra provechosa transacción. Sebastián “Pelado” Viberti, amado en porciones similares por los hinchas del Málaga español –que lo apodaron el “Zapatones”– y los de Huracán de Parque Patricios, y respetado como pocos por las parcialidades de los archirrivales Talleres y Belgrano –dirigió a los dos: en 1986, a la “T”; y en 1977 y 1982 a la “B”, donde además concluyó su carrera como jugador, en 1976–, llegó a San Lorenzo a los 18 años, proveniente de Talleres de Jesús María, a cambio de 20.000 pesos de la época (unos 250 dólares actuales). En el club fue dirigido nada menos que por Simes –quien, después del retiro, volvió para ser DT– y, tras ganarse el cariño de la hinchada, en 1963 fue cedido por $800.000 al mismo lugar que el Turco: el “Globo”.
Pero, aunque a su casaca la vistieron personajes ilustres del fútbol argentino, su vitrina no refleja toda la gloria que la institución desparramó por el mundo. La única que vez que San Lorenzo salió campeón del título anual de la LCF fue en el 2010. Antes había conseguido: un Provincial en 1990, el Apertura en el 2000 y, el que fue su último logro, el Inicial de 2018.
No obstante, hay alegrías que aparecen como flores en el desierto. La primera fue en su génesis, cuando se ganó, en un partido mano a mano, el derecho de la exclusividad de los colores azulgranas que también tenía el Club Atlético Lavalle. Este último era un tradicional club de barrio San Vicente que, luego de esa derrota, debió mutar al azul y amarillo que usó hasta 1980, ocasión en la que se asoció a Palermo para formar el actual Unión San Vicente. La segunda la vivió, claro está, en el añorado campeonato de 2010. Porque fue en su cancha, contra el rival de toda la vida, el Club Atlético Las Flores, en una jornada que resumió la manera en que el San Lorenzo de los milagros concibe al fútbol. Porque, fiel a su historia de sacrificio, se consagró con un empate 1-1; porque tras el pitazo final, la hinchada “vecina” los saludó con un respetuoso aplauso, y porque los jugadores hasta se dieron el gusto de complacer a sus paisanos y salieron a la cancha con la kufiyya, el tradicional pañuelo árabe.
Como una macabra ironía del destino, mientras el Cuti era figura y se consagraba campeón mundial en Qatar, a San Lorenzo le tocaba descender a la primera B de la Liga local. Y, otra vez con una pelota como excusa, el Santo deberá dar pelea para regresar a la máxima categoría, pero, especialmente, para continuar batallando contra un rival voraz: un sistema salvaje que multiplica pobreza e injusticia y al que, sin embargo, un puñado de clubes camuflados se le animan y se las ingenian para, de a ratos, agarrarlo mal parado y embocarlo de contra.
Texto publicado en el libro Semilleros. Conseguilo acá.