THIAGO ALMADA, EL GUAYO DE SANTA CLARA
La nube de polvo todavía flotaba sobre el Barrio Ejército de Los Andes. Al cerrar los ojos para intentar dormir, los vecinos y las vecinas seguirían escuchando el estruendo de los miles de kilos de gelamita encendiéndose dentro de las columnas. Quedaban escombros sin levantar como lápidas desparramadas por un huracán, pero lo que más firme se mantenía, y lo haría durante mucho tiempo más, era la presencia ausente de los dos Nudos, esos conjuntos de tres edificios unidos por pasillos internos que caracterizan al barrio. Seis meses antes de que Thiago Almada llegara a ese lugar en el universo conocido como Fuerte Apache, su lugar en el mundo, los nudos 8 y 9 eran fantasmas que recién habían ingresado a la inmortalidad.
Todavía estaba en la panza de Lorena, su madre, cuando el Gobierno nacional junto con la gobernación de la provincia de Buenos Aires y el municipio de Tres de Febrero ordenaron las demoliciones de los nudos 8 y 9. Cientos de familias fueron desalojadas. A cambio recibieron veintidós mil pesos por cada departamento. La excusa era el peligro de derrumbe debido a la falta de mantenimiento de los edificios. La primera demolición, en noviembre del año 2000, terminó en una fuerte represión por parte de la policía a los vecinos y vecinas que reclamaban por una vivienda digna. La segunda ocurrió al mes siguiente.
Fuerte Apache empezó a aparecer como tal en los medios de comunicación en octubre de 1992, cuando el periodista José de Zer lo bautizó con ese nombre en medio de un tiroteo. Hasta entonces era conocido como Barrio Ejército de los Andes. Fue el destino que tuvieron quienes habitaban las villas de la Ciudad de Buenos Aires desplazadas durante la última dictadura militar. El momento de mayor incremento poblacional se dio en los meses previos al Mundial 78, cuando se buscó lavar la cara de la ciudad demoliendo las barriadas. El barrio estaba pensado para veintidós mil habitantes. Para fines de la década del 90 vivían en Fuerte Apache casi cien mil personas.
Cuando Thiago Almada tenía 7 meses, el barrio apareció por primera vez en los medios de comunicación fuera de la sección policiales. Fue en octubre de 2001, cuando Carlos Tévez hizo su debut como jugador de Boca. Hasta entonces Fuerte Apache solo era nombrado para hablar de crímenes, tiroteos o narcotráfico. Tévez, que tomó su apodo del nombre del barrio, pasó a ser la contracara de la violencia. Dentro del Fuerte, era el faro de los pibes que pateaban pelotas.
A pocas cuadras del monoblock 2, donde vivía la familia Almada, está la cancha de tierra en la que Thiago empezó a entender que su destino tenía una pelota en los pies. Rodeada de paredones pintados con murales, la puerta de ingreso al Club Santa Clara eran –siguen siendo– dos arcadas como ojos enormes y cuadrados. Cruzando los umbrales, la cancha. En ese momento –y durante años– con el piso de tierra, hoy de cemento. Al fondo, cuatro escalones a modo de tribuna pintados de rojo, blanco y azul, igual que las paredes. Cuando Thiago Almada empezó a patear pelotas en Santa Clara, el club, además de ser la segunda casa de los pibes del barrio, era la cuna de Carlos Tévez. Que dos jugadores conocidos a nivel mundial hayan pasado por el club no fue una búsqueda sino una casualidad; una de las paredes del club se refiere al sentido de pertenencia más allá de los resultados: “Santa. Se juega con el alma, se disfruta con el corazón, se vive en familia”.
A los 4 años Thiago Almada empezó a jugar en Santa Clara. Todavía no había ingresado a la primaria y ya había varios clubes buscándolo. El fútbol profesional, en el que muchos se van a Europa sin siquiera haber debutado en Primera, busca talentos cada vez más jóvenes. Si bien continuó en Santa Clara durante algunos años, Almada empezó a mostrar uno de los rasgos que marcarían su recorrido como futbolista: la precocidad. A los 5 años ya lo querían Boca, River, Argentinos Juniors, San Lorenzo y Vélez.
De la mano de Eduardo “Pino” Hernández –un exfutbolista retirado a sus 30 años por las lesiones y formador de jugadores como Otamendi, Ricardo Álvarez, Mauro Zárate, entre otros– la familia de Thiago se decidió por Vélez. Les ofrecieron un departamento en El Palomar, provincia de Buenos Aires. Almada llegó al Fortín incluso antes de que hubiera un equipo para niños de su edad; la categoría 2001 empezó a formarse cuando él ya estaba en el club. A pesar de la mudanza se mantuvo cerca del barrio, iba cada vez que podía a visitar amigos, familiares o a jugar un rato en Santa Clara.
Pero el recorrido de Thiago Almada en los clubes de barrio tiene una particularidad. Mientras la mayoría de los jugadores abandonan estas instituciones al ser fichados por un club de AFA –o en el mejor de los casos mantienen los dos durante un tiempo–, el Guayo, su apodo en Fuerte Apache, volvió a un club de barrio varios años después. Otra particularidad: no lo hizo en su barrio ni en ninguna zona cercana.
Cuando tenía 11 años, empezó a jugar para el Club Almafuerte de Lomas de Zamora. Las inferiores del equipo del sur del conurbano bonaerense eran coordinadas por Gustavo Bravo, hermano de Marcelo Bravo, exfutbolista de Vélez –retirado a los 20 años por problemas cardíacos– y director técnico en infantiles de Thiago. Gustavo lo invitó a volver a jugar en baby –en Vélez ya lo hacía en cancha de once– y Almada accedió. Durante todo el período en el que jugó en Almafuerte, solía quedarse en la casa de Gustavo. “Para nosotros era como un hermanito menor”, recordó Gustavo Bravo en el portal lomense La unión.
Como si le hubiera faltado pagar una cuota en su paso por el baby fútbol, Thiago llevó todo el repertorio que mostraba en Fuerte Apache y en la Villa Olímpica de Vélez a Lomas de Zamora. “Thiago hacía cosas que no se ven todos los días. Era un chico con gambeta, gol y picardía, que se la pasaba tirando caños y haciendo sombreritos, lo que se dice un jugador diferente -contó Bravo-. Había personas que venían a la cancha solo a verlo a él, pagaban una entrada por él”.
Su ingreso en la Novena de Vélez coincidió con el alejamiento de Almafuerte. Fue su despedida definitiva de los clubes de barrio. De donde nunca se fue es de Fuerte Apache; Thiago Almada siempre está volviendo a su barrio, como recitaba Aníbal Troilo. Lo hizo como jugador de Vélez y también como campeón del mundo. Fuerte Apache fue el lugar que eligió para regresar como campeón del mundo, subido a una autobomba y rodeado por amigos y familiares.
El piso de la cancha de Santa Clara ya no es de tierra. Thiago Almada colaboró para que los chicos que ahora sueñan con ser como él puedan jugar sobre el cemento. Chicho, quien lo dirigió cuando tenía 4 años y hoy es presidente del club, reconoció el sentido de pertenencia de Almada en una entrevista con TyC Sports: “Thiago es diferente, yo lo veo más enfocado al barrio, más humilde. En el sentido de que el sí va a estar en el barrio”. Thiago Almada nació cuando aquellos Nudos demolidos aún eran una ausencia presente. Hoy Fuerte Apache tiene algo que se mantendrá con más fuerza que el recuerdo de los edificios derribados. La certeza de que un campeón del mundo salió de esos monoblocks, caminó esas calles y gritó sus primeros goles en los arcos del Club Santa Clara.
Este texto pertenece al libro Semilleros, la historia de los campeones del mundo en sus clubes de barrio. Conseguilo acá.