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LOS CLUBES DE BARRIO JUEGAN UNA FINAL DEL MUNDO

LOS CLUBES DE BARRIO JUEGAN UNA FINAL DEL MUNDO

Variaciones sobre un equipo que llega a la cima como quien juega debajo de la autopista.

El periodista del campo de juego saluda a un equipo de Villa Bosch y a “Argentinos Juniors Futsal”. Marca, al mismo tiempo, que los planteles de fútbol de salón de San Lorenzo y de Gimnasia y Esgrima -femenino y masculino, aclara- están del otro lado del televisor. También indica que Nicolás Kravetzky, arquero suplente de la selección y el único de la delegación que se encuentra en Argentina, salió del club Jorge Newbery. El cronista saluda a los planteles de Juventud de San Cristóbal, Boca y Kimberley que se encuentran observando la transmisión y resalta la importancia de los clubes de barrio. El cartel de fondo, en el estadio Humo Arena de la ciudad de Taskent, Uzbekistán, dice “The Final”. Es la final de la Copa del Mundo, la tercera consecutiva de la Selección Argentina de Futsal.

Faltan dos minutos y con mi compañera tenemos que irnos rápido en un taxi. El partido lo tengo que terminar de ver con el celular. Minuto 18. Matías Rosa, jugador de Jaén de España, mete el 1-2 de los albicelestes contra Brasil con una camiseta roja de “arquero-jugador”. Lo grito con calma.

-¿Cómo va? -pregunta el conductor

-2 a 1

-¿Ganamos?

-No

Ángel jugaba futsal en River. En un momento se cansó y se dedicó a un juego amateur por excelencia: la pelota vasca. Nos cuenta que vio todos partidos menos la final porque tenía que laburar, lógicamente, manejando.

“En la Argentina, un país reconocible que no sería ese país si faltaran los clubes, un país querible y falible que acaso sería menos querible y seguro sería más falible sin los clubes, los clubes son el origen, la raíz, la memoria amorosa lo que persiste cuando hay consagraciones y cuando no las hay”, dice Ariel Scher en el prólogo del libro Semilleros, que cuenta la historia de los campeones del mundo en Qatar 2022 en sus clubes de barrio. Esos centros de magia son identidad, sentir, ilusión.

Las primeras pelotas de aquellos que llegan lejos se juegan ahí, los amores iniciales de gente como Ángel, que no jugó en Primera, también. Porque al margen de los resultados, los clubes son eso: los lugares en donde la clase obrera, sin importar si gana o pierde, puede y se propone triunfar.

Antes del inicio del mundial, la AFA y Matías Lucuix (DT) presentaron la lista de jugadores de una forma particular. El video tuvo la participación de Claudio Tapia, Emiliano “Dibu” Martínez, Guido Rodriguez y Germán Pezzella, presidente de la institución y jugadores de la selección masculina de fútbol 11, la “Scaloneta”, respectivamente. Las imágenes combinaron la presentación de cada uno de los catorce jugadores con sus clubes de barrio.

Desde las tribunas de tablón del club 17 de agosto, Guadalupe Vargas, capitana de la cuarta división, y Facundo Vargas, jugador de la séptima, anunciaron al capitán Pablo Taborda, que jugó su cuarto mundial. Evangelina Testa y Luciana Lera, ex jugadoras de la selección, mostraron desde el mismo atril que Kevin Arrieta tiraba paredes en VIlla Pueyrredón. Gabriel Bolo Alemany mostró, en la cancha central de Juvencia de Tapiales, la camiseta de su hermano Lucas del mismo apellido, que hoy brilla en Nápoles pero que hacía ruido con la suela matancera. Desde el anillo de la cancha de River, Eliseo Romero, jugador de la Primera, calificó a Nicolás Sarmiento como lo que es: “uno de los mejores arqueros del mundo”. Siete juveniles del club PInocho recordaron, camiseta n° 2 en mano, que Lucas Trípodi y Luciano Gauna salieron de Manuela Pedraza 5139.

Santiago Gleizer, relator de prensa de América del Sud, hizo volar al viento que Matías Rosa debutó en Primera en Parque Avellaneda. La única excepción es Alan Brandi, por la sencilla razón de que nació en España, aunque su madre, en el video, no se privó de afirmar que algunas geografías son relativas: “es argentino desde la cuna”. Un grupo de hinchas de Racing señalaron que Agustín Plaza es “hincha y jugador surgido” de la Academia. Gabriel Franzone dijo que Sebastian Corzo surgió en la cancha en la que se grabó, en Lamadrid. Las fotos de Ángel Claudino, una de las figuras del equipo, en Estrella de Maldonado, no faltaron. Nahuel Brion, arquero de Jorge Newbery, informó que los sueños de Nicolás Kravetzky comenzaron en ese club.

Desde el fin del mundo, en el club Los Andes de Tierra del Fuego, un grupo de niñatos agitó una bandera y se infló el pecho con el grito de que Constantino Vaporaki, oriundo local, llegó bien alto. Federico Mancuello, histórico jugador de Independiente, resaltó la figura de Cristian “Titi” Boruto, que jugó su quinto mundial y vistió la camiseta del Rojo después de jugar descalzo en los potreros de Dock Sud.

Del partido en sí se puede decir poco. Sería posible plantear que los dos goles de Brasil, histórica potencia del deporte y reducida hoy y en los últimos años por nuestro seleccionado nacional, hizo dos goles de casualidad. Que William, arquero verdeamarelo, fue la figura indiscutida del partido. Que nos quedará por mucho tiempo la pelota que se le escurre de los dedos, con mucha mala fortuna, a Sarmiento. Que si el partido seguía unos minutos más la Argentina lo ganaba jugando al fútbol. Que el amor de vender cara la derrota llevó al equipo a no sentirse derrotado hasta que faltaba literalmente un segundo de juego. Que el vacío de perder una final del mundo es igual de grande que el orgullo de pintar sonrisas y construir ilusiones.

Vale poco el consuelo, significa más la valoración. Porque ayer catorce jugadores y su cuerpo técnico llegaron a la cima del mundo pero llevaron, con ellos, a muchos más. A los pibes que le pegan con la pelota a un arco pintado en un paredón o que fían un sanguche de crudo y queso; a los viejos que toman Brahma arriba de los manteles noventistas al lado de los alambrados del Papi; a las tribunas que se caen; a los técnicos que forman pibes gratis o por dos pesos; a las tarifas que no se pueden pagar en los clubes por los ajustes fiscales; a los pibes que llegaron, a los que no, a los que se los comió el narcotráfico o un régimen de mierda en la que la mitad de ellos no tienen para comer. Fueron el orgullo de los clubes de ellos mismos, de Ángel y de todos.

Y si algún catador de resultados quiere cuestionar al amor irrenunciable, que primero nos cuente cuántas finales del mundo jugaron las SAD de Javier Milei.

Autor

  • Periodista. Le falta una tesis para ser Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA). Escribe en Lástima a Nadie, Maestro y colabora con otros medios digitales. Es uno de los autores del libro Crónicas Maradonianas.

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