BIELSA Y EL ORGULLO DE PERTENECER
Las frases de ese hombre dan vueltas por el mundo hace rato. Por el mundo y por la conciencia. Por el mundo, por la conciencia y por los corazones. Por el mundo, por la conciencia, por los corazones y por el fútbol.
Pero acaso ninguna de las frases de ese hombre, ni siquiera las que vaya a soltar entre la profundidad y la pasión en estas horas en las que volverá a poner los pies sobre un césped de Buenos Aires, digan tanto como una sola de tantas frases suyas. Una. Y reciente. Y del mundo, de la conciencia, del corazón y del fútbol.
Una frase de Marcelo Bielsa, que es ese hombre. Y es, en la médula, en el recoveco último de su historia frondosa y cautivante, en el nudo mejor atado de su relación con los goles y con la pelota, la frase que mejor explica por qué vivió y por qué vive la existencia deportiva que eligió desandar.
Esta frase: «Estoy orgulloso de pertenecer».
Para el mundo, desde la conciencia, con el corazón y llena de fútbol, esa frase integra el video que Bielsa grabó para el 3 de noviembre, en el aniversario 120 de Newell’s, que es su orgullo, su pertenencia. Y sobre todo, sobre todo, sobre todo: su club.
Un club es eso que así, simple, al pecho, hasta más sencillo que en cualquiera de sus exploraciones como entrenador, sintetiza Bielsa. Bielsa en Newell’s funciona como nombre del estadio, como líder de un ciclo competitivo virtuoso, como pibe que se soñó y ejerció un ratito jugar en Primera. Pero, por encima de eso, como portador de una pertenencia, como un «soy de» (y no hay tantos «soy de» rotundos en una persona), como alguien que allí, en eso, siente una oportunidad grandiosa: tener una identidad.
Si algo domina Bielsa -y por eso dijo esa frase entre las frases- es que un club constituye una identidad.
Y si algo más domina Bielsa es que una identidad nunca es cualquier cosa.
En Bielsa, quien hace tantísimo se volvió una celebridad deportiva, jamás falta la referencia a la identidad. Pero jamás de todos los jamases, esa identidad se plasma como en esa frase mínima, en apariencia fugaz, casi elemental y a la vez honda hasta el infinito.
Un club es eso que dice Bielsa.
Una pertenencia, una identidad. Y una pertenencia y una identidad que poseen carácter colectivo.
Un club es un lugar donde ser con otros y con otras. Por eso la frase de Bielsa se enlaza de esta manera: «Estoy orgulloso de pertenecer a una institución con una historia tan rica y admirable como la nuestra».
Nada de azares, puras vísceras y todo el concepto: germina la palabra «historia» y brilla la palabra «nuestra».
En el paso nuevo de Bielsa por la Argentina -ahora para dirigir a Uruguay justo frente a Argentina, o sea para conducir desde el fútbol a una identidad también de extensísimo arraigo-, justo la Argentina anda sacudida por una colección de cuestiones entre las que se cuenta lo que implica, lo que supone y, en especial, lo que representa un club.
Los actores políticos que, en esta Argentina, llevan adelante el discurso de que todo es mercancía propician que los clubes -esa identidad, esa pertenencia, esa historia, esa certidumbre de contar con algo nuestro- sean incorporados al universo arrasador de la realidad tornada en mercancía. O, más al compás del lenguaje de estos tiempos, que, siguiendo comportamientos internacionales -de mercado y de mercados, no olvidar eso-, se habilite la posibilidad de que migren de su condición de asociaciones civiles sin fines de lucro a artículo de negocios de los grandes capitales privados.
Se dirá con sostenidos argumentos que el fútbol en algunas instituciones argentinas ya opera con gerenciamientos más o menos encubiertos y se dirá también que sin ingreso de megadineros de los dueños del planeta será difícil enfrentar en la cancha y con perspectivas auspiciosas a las empresas-clubes de Europa o de más cerca que apilan futbolistas deslumbrantes a fuerza de lo que el bolsillo concede. Se dirá que esa es la lógica de la época y enfrentar a la época es no entender cómo es y qué demanda esa época.
Toda época llega con nuevos desafíos.
Pero también toda época -el itinerario humano entero lo prueba- invita a no rendirse frente a lo que imponen quienes mandan en esa época.
Los clubes argentinos nacieron y crecieron como modeladores de la cultura de una época, como un sello de una sociedad que se hacía y se volvía a hacer, como un testimonio capaz de corroborar que la vida es vida si no transcurre en un mero para uno/una, si no es pura soledad. Los clubes fueron paridos, como faro histórico, en el final del siglo XIX y en las inauguraciones del siglo XX, con estímulos semejantes a los de las bibliotecas populares, las sociedades de fomento, los sindicatos, unos cuantos partidos políticos. Otra vez: ser como otros y con otras. No todo es lucro.
Hay veces en el tiempo en las que lo viejo es nuevo. O que una cultura da pelea como contra cultura. Los clubes, quizás o más que quizás, significan eso hoy.
Nadie afirma que los clubes fotocopien aquello que signó cada una de sus rutinas en otras edades. El deporte, el espectáculo y el entretenimiento son y no son lo que eran. En todo caso, lo que está en resistencia, en discusión y en proclama consiste en que una cosa es mutar en ciertas prácticas y otra cosa es entregar la identidad y la pertenencia.
Decir ahora que los clubes son de sus socios y de sus socias es decir, en el mismo grito, que el capital no tiene derecho a todo. Y más: que continúa valiendo la pena preguntarse si al capital omnímodo le cabe el derecho de hacer lo que está haciendo con tanta naturalidad. Y más: que ese grito resuena para que se sepa que no todo es cómo me va sino que también, en instancias adversas, se puede luchar por la hermosa perspectiva del cómo nos va.
Porque, como enarboló Bielsa, da orgullo pertenecer. Y dará orgullo seguir perteneciendo.