ESTUDIOS SOCIALES Y DEPORTE
1. Los espacios en los que se desarrollan prácticas de deporte social en Argentina se vienen multiplicando de manera exponencial. Existe un fenómeno en crecimiento, intraducible sin embargo a indicadores e informes oficiales fehacientes, al tratarse de actividades surgidas de la experimentación creativa propia de lo popular, generalmente no alcanzadas por el radar estadístico estatal. Esto en cuanto a los lenguajes de la administración y la gestión pública. ¿Y en cuanto a los lenguajes del ámbito académico? En lo referido al ámbito académico hay que distinguir planos. Una cosa es la formación y otra muy distinta la investigación. En el plano de la formación, las aperturas recientes de dos diplomaturas universitarias (la diplomatura en Deporte Social de la UNAHUR y la diplomatura en Promoción Sociocomunitaria del Deporte de la UNTREF) parecieran ser un principio de reconocimiento a los saberes asistemáticos de las personas que, por ejemplo, sostienen una escuela de tae-kwondo, de vóley o handball. Sobre el plano de la investigación, hablamos a continuación.
2. En nuestro país hay un campo de estudios del deporte. O sea, un conjunto de investigaciones realizadas en el marco de universidades públicas y organismos estatales de ciencia y técnica, impulsadas por investigadores provenientes de la sociología, la antropología, la historia y la comunicación. Dentro de ese campo, que es aún hoy todavía mayormente “futbolcéntrico” (aunque últimamente han emergido estudios sobre el rugby, el runner y/o el boxeo), se pueden identificar tres etapas. Una etapa fundacional, de corte más bien sociológico, donde lo producido por Eduardo Archetti y Pablo Alabarces buscó gestar una legitimidad. Una segunda etapa, digamos etnográfica, donde se trabajó desde el punto de vista de los actores (hinchas, dirigentes, policías afectados a la seguridad deportiva) a partir de Verónica Moreira y José Garriga. Y una tercera, la etapa actual, de interlocución externa, donde lo que se produce ya no dialoga tanto con otros campos de las ciencias sociales para reclamar un lugar, ni dialoga tanto con los discursos mediáticos para que le hagan espacio a las voces nativas que faltan sino que se vincula con estamentos que bien podrían incluir como insumo un saber de tipo práctico que los investigadores tenemos: los clubes, el estado en sus distintas esferas, las entidades organizativas del deporte, etcétera. Los objetos de estudio, incluso, parecieran estar mutando hacia la investigación-acción relacionada, por citar dos casos, con la formación futbolística integral (no moral ni heteronormativa ni sacrificial) de los jóvenes en divisiones inferiores; o con el creciente lugar que se están abriendo las mujeres en el universo del fútbol. Federico Czesli, Juan Branz y Débora Majul son colegas a los que hay que leer en el primer caso. Mientras que Julia Hang, Gabriela Garton y Nemesia Hijos son autoras de las reflexiones más interesantes que por estas latitudes pueden encontrarse en el segundo.
3. En cualquier caso -se trate de prácticas profesionales o no, masivas o no, de alto rendimiento o no- los estudios del deporte se están moviendo siempre en el terreno de la competencia, de lo formal y, sobre todo, de lo institucional: trabajos sobre historia de los clubes sociales y deportivos, historia de las federaciones, de los planes de educación física entre otras. Dicho esto, ¿qué implicaría para este campo ampliar el espectro e incluir objetos del deporte social en su mapa? Implicaría, en principio, contemplar actividades deportivas informales, con bajo nivel de institucionalización, cuyo fin no es el rendimiento y cuyo espacio no es el club atlético clásico sino el comedor de un movimiento social, una capilla, un merendero comunitario, el fondo de la casa de una vecina, una plaza o el playón de una municipalidad. Implicaría reconocer que el deporte social tiene la característica de incluir y dar visibilidad a quienes han sido excluidos; que es practicado y gestionado por los propios actores (el padre de uno de los chicos, el referente barrial de una organización, una piba que sabe jugar a la pelota); y que tiene un fuerte arraigo en los territorios. Implicaría, asimismo, establecer algunas comparaciones: si los clubes formales surgieron en el período de formación del estado-nación, el deporte social surge con su desintegración; si los clubes formales son hijos de la impronta asociacionista de los colectivos migrantes, en sintonía con un imaginario higienista de progreso y recreación, el deporte social es hijo de las crisis y la contención.
4. Antes de seguir trazando el mapa, conviene precisar: juego no es lo mismo que deporte y deporte no es lo mismo que actividad física. Una cosa es el homo ludens, es decir, el humano que juega, se recrea o se evade de las obligaciones cotidianas. Toda civilización creó sus propios juegos. Paradigma de actividad con finalidad productiva: el trabajo. Paradigma de actividad con finalidad en sí misma: el juego. El deporte es otra cosa. Es el juego, sí, pero con un reglamento universal, instancias de arbitraje y finalidad. Y no existió siempre sino que surgió en Inglaterra, en un contexto puntual, el siglo XIX. ¿Cuál era la finalidad? Que las clases altas se ejercitaran, por medio del deporte, para ser dirigentes; y las clases bajas reforzaran, por medio del deporte, nociones y valores para el trabajo industrial (como la división del trabajo y el espíritu de equipo). Por último, la actividad física, que es más individual y es de nuestros días, y está regulada por parámetros estéticos de auto-superación personal: hacer ejercicio para mantenernos productivos en una época que nos pide bellos y sanos. Quedan claras las diferencias. Para el mercado, el jugar / hacer deporte / la actividad física entra en una lógica de productos y servicios por los que, como cualquier otro objeto de consumo, hay que pagar. Mientras que para el estado, en articulación con organizaciones populares, se trataría de garantizar el derecho a un bien cultural. Ahora bien, ¿con lógica de juego, de deporte o de actividad física? ¿Con cuál de las tres concepciones busca conectar el llamado “deporte social”?
5. Una inquietud, para terminar. Al ámbito académico no le interesa el fútbol en sí mismo; en todo caso le interesa el fútbol (o el rugby, o el boxeo) como ritual en el que se pueden leer las violencias, los racismos, las xenofobias, los discursos, las corporalidades, los imaginarios y las representaciones sociales de una época. Del mismo modo, si cabe la comparación, para el deporte social el deporte no es un fin en sí mismo sino una herramienta de organización de la comunidad en los territorios, una manera de convocar a los niños y los jóvenes en situación de vulnerabilidad, de disputar el espacio público, de generar visibilidad. Sabido es que la competencia deportiva organiza y pone en valor todo lo que sucede en el barrio, genera pertenencia, grupalidad, objetivos en común. No obstante, ¿no habría en el componente más puramente lúdico también algo interesante a sostener? Si en el capitalismo todo tiene que tener su utilidad productiva, los juegos pueden ser una reivindicación de lo “inútil”; si en la vida hay reglas que nos preceden, en los juegos las podemos inventar nosotros; si en el deporte se cuentan los tantos (los puntos, los goles), acá no; si en el fútbol profesional el fútbol es masculino o femenino, acá puede ser mixto; si en el deporte competitivo juegan los más aptos, acá pueden jugar todos. Entonces, ¿no serían los juegos sociales una instancia de libertad, en la que los cuerpos populares puedan deconstruir y resignificar valores hegemónicos?