EL CHE, GALEANO Y LA TRAICIÓN RIOPLATENSE
“Traidor”, fue la primera palabra que le dijo un joven periodista uruguayo llamado Eduardo Galeano, al flamante Ministro de Economía de la Revolución cubana, Ernesto “Che” Guevara, mientras le mostraba la portada de un periódico local.
Se observaron fijamente. Unos segundos de tensa calma flotaron en el aire. El Comandante Guevara clavó sus ojos sobre el oriental, cruzaron miradas. De pronto, un idioma universal y particularmente rioplatense, comenzó a sentirse en la sala. Guevara soltó una carcajada, y otra, y otra, no podía detenerse. El conjuro del charrúa, había surtido efecto.
Es que tanto el argentino Guevara, como el uruguayo Galeano, sabían sin conocerse, que aquella tapa del periódico Granma, donde el Che posaba con un bate de beisbol dispuesto a dar un certero golpe a la pelota, representaba una grave afrenta al ser popular del Rio de la Plata.
¿Cómo era posible que aquel revolucionario nacido en la futbolera ciudad de Rosario pudiera mostrarse tan plácidamente con un bate de beisbol?
En la mirada de Galeano esto era una falta grave, severa, muy reprochable, tanto, que en su primer visita al héroe revolucionario latinoamericano, no dudó en tratarlo de traidor, a sabiendas que su apuesta podría costarle muy caro a él, y a toda la comitiva de colegas uruguayos que lo acompañaban.
Sin embargo, ¿qué podía ser peor que traicionar las raíces? ¿qué podría ser peor que olvidarse de la cultura del pago? ¿que podría ser peor que ningunear a la pelota y cambiarla por un palo de madera?
Así lo entendió Galeano y se lo hizo saber.
Luego, rieron y se abrazaron como viejos amigos, y la comitiva uruguaya pasó al recinto con una soltura pocas veces vista en el palacio gubernamental.
Galeano había logrado encontrar la llave del tesoro, la clave de tres dígitos que abría la sonrisa y el corazón cómplice de aquel hermano del sur del continente.
“Es la primera vez que alguien me dice traidor y sigue vivo”, remarcó Guevara. Y la redonda, otra vez fue protagonista, funcionando como clave secreta, guiño cómplice y seña particular, entre dos hermanos que se conocían sin conocerse y que utilizaron como carta de aval, al más universal de todos los idiomas: El fútbol.