CRECER EN LA PERDRIEL, JUGAR EN TORITO
Finales de los ochenta. Zona noroeste de la ciudad de Rosario. Ángel Di María transita sus primeros años de vida. Su casa, ubicada en la calle Perdriel, se encuentra en un barrio conocido como La Esperanza, cercano a Rucci, La Cerámica, Parque Field, Parque Casas, entre otros de renombre.
Como en muchas zonas de la ciudad, el suelo inestable es lo único que abunda. Las calles, todavía sin pavimentar, se encuentran rodeadas de zanjas, baches y piedras. Caminar, correr o patear una pelota suponen, por tanto, una necesidad constante de adaptación al medio, un modo de supervivencia.
¿Qué se necesita para vivir y, todavía, improvisar juego, en tierra de pozos y cascotes?
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Quienes han estudiado e investigado el desarrollo infantil, conocen muy bien que un niño o una niña que crece lo hace, siempre, en relación: el entorno donde vive, el grupo humano al que pertenece, el territorio y sus características particulares, entre tantas otras cosas, formarán parte de ese nuevo mundo a descubrir.
Este proceso de intercambio y diálogo con el entorno se da siempre en movimiento. Las distintas experiencias que cada quien va transitando resultan fundamentales. Es allí, durante ese primer tiempo, donde se construyen las bases, los cimientos, para el futuro desarrollo.
¿Cómo contarles a los hinchas fanáticos de China o de muchas otras partes del mundo, que llaman por teléfono a Germán Ángel, actual presidente del Club Atlético Torito de Rosario, preguntándole si pueden alojarse en la pensión del club, en un intento por “adquirir” algo de lo que ese entorno ofrece y hace brillar a jugadores como Ángel Di María, cuando el club, situado en una zona periférica de la ciudad, con suerte tiene vestuarios y, a veces, ni siquiera tiene para acondicionar la cancha o para comprar pelotas?
¿Qué tienen de especiales ese suelo, ese terreno, ese barrio, esas calles, ese club?
Y, acaso, si “eso” existiese…
¿Es del orden de lo transmisible, enseñable o apropiable?
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Mucho más acá de un campeonato de fútbol, la copa de leche después de cada práctica, un lugar donde pibes y pibas ingresan al club y, luego de “chocar los cinco” y darse la mano con el “presi”, lo saludan con un beso. Un espacio donde desplegar movimiento, disfrutar del placer de la acción, del encuentro con pares y de la pertenencia, que no se circunscribe exclusivamente a las líneas blancas que delimitan el campo de juego.
Entre las familias, el club es un patio grande, una extensión de la casa. Una zona de protección que se defiende con la camiseta puesta, donde piberío, familias y vecines hacen comunidad. Donde algunos sueños se cumplen pero, fundamentalmente, donde son esos mismos sueños los que siguen impulsando la pelota, el movimiento y las transformaciones.
Como reza el tatuaje de Ángel Di María, aunque el tiempo pase y las distancias se impongan, para quienes alguna vez estuvieron cerca de ese sentido de pertenencia: “Nacer en la Perdriel fue y seguirá siendo lo mejor que les pasó en la vida”.
Torito: pasión de barrio que sigue alcanzando el mundo
La zona noroeste no escapa de los hechos de violencia e inseguridad que se viven cotidianamente en la ciudad de Rosario. Algunas semanas atrás, Germán Angel, presidente de Torito, decidió suspender las prácticas preventivamente. A pocas cuadras del club había ocurrido una persecución y balacera y, para no exponer a los más de quinientos pibes y pibas que practican actualmente, decidió cerrar sus puertas unos días, hasta que el hecho pudiera esclarecerse. Sin embargo, en los medios de comunicación, rápidamente circularon otras versiones: amenazas, balas en el predio, notas intimidatorias. El teléfono de Germán no paraba de sonar y tuvo que salir a desmentir.
Cuenta que le pidió ayuda a su hermana para escribir un comunicado y publicarlo en la cuenta de Instagram del club. Al instante de compartirlo, casi mágicamente, vieron esa misma placa replicada en la pantalla grande de la BBC: “¡por favor, decime que la escribiste bien, que no tiene errores de ortografía!”, fue la preocupación de Germán, todavía sin poder creerlo. Una muestra más de cómo esa pasión de auténtico barrio, aun en hechos tan lamentables, continúa alcanzando escala mundial en unos pocos segundos.
La historia de Ángel Di María podría haber sido otra
Como tantos chicos y chicas, Ángel era un niño muy inquieto. Una de sus actividades preferidas era correr y aprovechaba cualquier ocasión para ponerla a prueba. Había descubierto que huir fugazmente del control adulto podía ser muy interesante y se había propuesto practicarlo diariamente, mientras la familia Di María empezaba a preocuparse. Los intentos por desplegar sus extraordinarias condiciones de velocista trazaban un claro camino: había que hacer algo o se convertiría en un niño ingobernable. Su mamá, Diana, desesperada, intentando encontrar alguna orientación que le permitiese mantenerlo a raya, decidió consultar con un profesional.
Entre las opciones de encasillar el fenómeno, podrían enumerarse: desórdenes, inestabilidad, hiperactividad, impulsividad, trastornos, déficits. Demasiado frecuentes son los intentos de reducir y determinar aquella característica que se repite constantemente en el porcentaje mayoritario de la población infantil: “se mueve mucho, nunca se detiene, jamás se cansa, no sabemos qué más hacer con él”. Diagnósticos, tratamientos y medicaciones pretenden, muchas veces, “normalizar” el supuesto exceso de actividad motriz.
Sin embargo, nada de esto ocurrió. Del otro lado de la orilla, algunos profesionales sostienen, todavía, que el movimiento es y será, para las infancias, un aspecto natural y saludable: el modo privilegiado de conocer el mundo. Y, en consecuencia, si se propicia un espacio para su expresión, los alcances y las trascendencias pueden ser muchísimos. Garantizar el derecho a jugar con el cuerpo en movimiento se convierte, por tanto, en un inmenso potenciador del desarrollo.
En el atrevimiento y la intrepidez de un niño que “no para de moverse”, aquel médico advirtió la abundancia, el placer de la acción, la vitalidad. En ocasiones, la enunciación de algunas palabras (y no otras) pueden convertirse, para un niño pequeño y su familia, en pistas que abren puertas y habilitan un horizonte repleto de posibilidades:
-Llévelo a hacer algún deporte…llévelo a fútbol-
Así es como Ángel Di María, con tan solo 5 años, comienza a practicar en Torito, el club más próximo a su casa. Y así es como, también, nace esta historia entre un niño, la pelota y los movimientos que se entretejen entre ambos.