EL CAMINO DE LOS PEONES
Desde Gualeguay, Santiago García nos cuenta algunas escenas frente a tableros. Vivencias cotidianas de esos espacios de encuentro donde no sólo reina el silencio sino también la solidaridad, la inclusión y el derecho a pensar. Son, como refiere el autor, algunas historias de ajedrez social en escuelas marginales y contextos de encierro y terapéuticos.
En el comedor de una escuela periférica de Gualeguay, de esas que están más cerca del río que de la plaza principal, un grupo de chicos juega al ajedrez. Más precisamente un pasa piezas, que es una variante grupal que se desarrolla en varios tableros a la vez y es una suerte de guerra de bandas. Los tableros están dispuestos en un tablón largo que las cocineras han prestado para la ocasión. Cada jugador, cuando come una pieza de su rival se la pasa a su compañero de la derecha y éste debe elegir si agregar una pieza o mover. Si decide agregar pierde el turno y mueve el contrario. Cualquier victoria en cualquier tablero es la victoria del equipo, por eso los jugadores se esfuerzan por cooperar entre sí.
– ¡Necesito una reina! – le exige Benjamín a Marcos, su compañero de la izquierda.
– Y yo una bici nueva –se ríe Marcos y con él todos los que están jugando.
La historia del ajedrez en las escuelas de nuestro país nace de la mano del voluntarismo de un grupo de padres. Las cooperadoras escolares fueron las primeras encargadas de pagar el sueldo de los profesores de ajedrez que se incorporaban como una actividad extra escolar a principios de los años ochenta. Desde el retorno de la democracia se fue incorporando a cuentagotas en las aulas con el objetivo de “favorecer la capacidad de abstracción de los alumnos, desarrollar su pensamiento anticipador, promover en ellos actitudes positivas hacia la solución de situaciones problemáticas, desarrollar la correcta asimilación del triunfo y la derrota”.
Sin embargo, hasta que en el año 2005 el Estado puso en marcha el Programa Nacional de Ajedrez Educativo, hubo mucha declamación y poco presupuesto. Algunas provincias presentaron proyectos de ley propios, pero la mayoría siguen sosteniendo condiciones de trabajo precarias. Una de las pocas excepciones es San Luis que, no conforme con haber organizado el Campeonato Mundial de Ajedrez en 2005, impulsó el ajedrez en las escuelas públicas y contrató a figuras del deporte nacional para que se radiquen allá e impulsen un programa que es un modelo a seguir.
La inclusión, esa palabrita
Por esos caprichos del azar, en un torneo de ajedrez en Concordia, Entre Ríos, se enfrentaron en una ronda un jugador ciego y otro con movilidad reducida. El primero le dictaba las jugadas a un asistente y recreaba el tablero y las idas y vuelta de la batalla en su mente. El segundo, por una parálisis en su cuerpo movía las piezas con los pies y no podía casi hablar. El ajedrez es capaz de unir todo. No hay edad, clase social, orientación sexual, religión ni género que te excluyan de jugar. Desde luego, no está al margen de las luchas y las reivindicaciones que atraviesan los demás deportes. Durante muchos años se llevaron a cabo y se siguen realizando los torneos libres y los femeninos por separado. Las mujeres estuvieron históricamente excluidas de la práctica de este juego que se popularizó en los cafés y que nunca pudo desprenderse de su vínculo con la timba.
Actualmente, según la Maestra Internacional argentina Carolina Luján, las mujeres son el diez por ciento de la población ajedrecística del mundo. La propia Luján fue una de las jugadoras que decidió bajarse del Mundial de Irán 2017 porque la obligaban a jugar con velo, entre otras medidas de corte netamente patriarcal.
El rejunte
Guillermo se rasca la nariz, se toca la cara, le cuesta quedarse quieto. Aun así, no despega los ojos del tablero. Forma parte del taller que se dicta en la secretaría de adicciones. Un salón grande, en uno de esos ambientes típicos de las casas antiguas con techos altos y grandes ventanales, cobija decenas de tableros con sus respectivas piezas. Sobre una pared descansa un tablero mural. Como es un espacio abierto para la comunidad y participan, entre otros, internados de un hogar de niños, los más grandes son muy cuidadosos con el lenguaje. En el taller se incentiva el aprendizaje y se desalienta la competencia, y todo aquello que sume ansiedad. Paulina, una niña que concurre a una escuela del centro, le explica a Jorge, un muchacho con problemas de consumo, cómo se puede salir de jaque:
– Podés bloquear, moverte o comer –le indica con una voz fina y dulce.
– ¿Así? – pregunta Jorge.
– Claro, eso es moverte.
La utilización del ajedrez como herramienta terapéutica se impone por peso propio. En el caso de las comunidades con consumos problemáticos, la importancia de aprender a tomar decisiones y de poder evaluar variantes sobresale entre las demás virtudes del juego ciencia. El gobierno de los impulsos es una de las llaves que el ajedrez puede aportar para complementarse con la terapia clínica.
Lenguaje tumbero
El olor a pis de gato que hubo en el aula durante todo el año se ha vuelto familiar. Roque ya no desconfía de Miguel y deja que un interno de otro pabellón le enseñe a mover los peones. Tiene dificultades notorias para hablar. Cuando empezó el año sólo se sentaba a jugar con el profesor, pero a medida que pasaban los meses se fue integrando. Los avances en la comprensión del juego son lentos, apenas si puede dominar las torres y los alfiles. De vez en cuando, hasta esos movimientos se le confunden. Pero el vínculo con sus compañeros de taller va mejorando en forma sostenida. Ya no siente que todos se están burlando de él.
– Eso no se puede, sos re vivo vos – se ríe Miguel ante una captura incorrecta de su rival.
Roque se ríe y los demás también.
Se cae de maduro que la principal virtud de incorporar el ajedrez como taller en las unidades penales es la posibilidad de simbolizar la violencia. La continuación de la guerra por medios intelectuales. Lo dicho anteriormente sobre la toma de decisiones no es menos importante. Sin embargo, hay un elemento que está por encima de los demás. Si una cárcel es un espacio en el que se debe reformar a una persona y buscar mecanismos para su reinserción social, el primer paso es la empatía. Entender que pese a los delitos que hayan cometido siguen siendo personas con derechos (no me importa cómo suena esto en el actual contexto del país), y que debemos hacer lo posible para que cambien su forma de entender el mundo.
Para seguir pensando
Todo muy lindo, pero sin presupuesto no hay paraíso. Quizás el mensaje más triste y hermoso de ‘Novela de ajedrez’, el maravilloso libro de Stefan Zweig, sea que ni siquiera los nazis han sido capaces de quitarnos el derecho a pensar. En el libro se cuenta la historia de un hombre que sobrevive al encierro gracias a un libro de ajedrez y a las posibilidades de mantener su mente viva en medio del horror. “No pueden matarte en mi alma”, dice el Indio.
En un momento en el que algunas personas piden que ajusten más la soga que les cortará el cuello, esta nota es un llamado a invertir dinero en un juego. Una utopía total. Sin embargo, es un sueño y una consigna que parte, en principio, de la propia experiencia. Pocas cosas más satisfactorias viví como docente que el deseo de un chico de tener su propio tablero y sus piezas de ajedrez. Las hicimos con una caja de cartón y tapitas de gaseosa. Se lo llevó a su casa con una felicidad como si fuera una Play Station. Demostrando que es mentira que el ajedrez es aburrido (si hasta youtubers de ajedrez tenemos) y que también es falso que sea un juego para las élites. La mayoría de las veces debe enfrentar el prejuicio y la ignorancia de las autoridades que, por no haber intentado jugar nunca, creen que es un juego muy complejo e inaccesible para las clases populares. Doble prejuicio.
La práctica me ha demostrado todo lo contrario. Se puede enseñar ajedrez en escuelas humildes, en contextos de consumo problemático y en unidades penales. Y no sólo se puede, se debería hacer. En definitiva, no garantizar ese derecho al juego y, sobretodo, el derecho a pensar y a soñar con otros mundos posibles, es uno de los objetivos del fascismo, cualquiera sea la forma que asuma. El tiempo, en el ajedrez como en la vida, es el que al final de cuentas termina mandando … (siempre y cuando nos organicemos).