Ensayos
MUCHO MÁS QUE UNA CARRERA

MUCHO MÁS QUE UNA CARRERA

El 16 de octubre de 1968 parecía ser un día más en el Estadio Olímpico Universitario de la Ciudad de México (mismo recinto donde, 17 años después, la Argentina de Maradona vencería tanto a Corea del Sur como a Bulgaria). La gente que se había acercado a las tribunas para presenciar las finales de atletismo, sabía que podría vivir un momento único en cuanto al deporte se refiere, pero nunca se imaginaron que lo que presenciarían en aquel tartán sería algo simbólico y muchísimo más grande.

El que llegaba como favorito a la cita era John Carlos (Harlem, Nueva York, 5 de junio de 1945). Venía de ganar el oro en los Juegos Panamericanos de Winnipeg un año antes, y en los trials de su país se había transformado en el primer ser humano en bajar la barrera de los 20 segundos en los 200 metros (19.92s), aunque aquel registro no terminaría siendo validado por la IAAF (International Association of Athetics Federations o Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo) debido a las puas de sus zapatillas, ya que según el organismo el calzado debía tener menos de éstas para no terminar dañando la pista. Curiosamente, él estuvo cerca de no participar de la gran final, ya que en una de las eliminatorias se pasó un poco de su carril, pero como el árbitro no lo vio pudo ganarse su lugar.

Atrás venía su amigo, Tommie Smith (Clarksville, Texas, 6 de junio de 1944), a quién conocía de la San José State College. Él era otro de los favoritos, habiendo alcanzado los 20.14s en un torneo universitario, pero como se había esguizado el músculo abductor en las eliminatorias parecía que no llegaría a competir en plenitud. 

El duo, inseparable, había recorrido un camino sumamente duro. Ambos conocían la pobreza y la discriminación, ya que a pesar de haber nacido a 1500 km de distancia habían sentido en carne propia la crudeza de un país que todavía se negaba firmemente a abrazar al que no fuera un hombre blanco. Ellos, como tantos otros negros, eran los excluidos, los apartados de una sociedad que solo los aplaudía durante el tiempo que durara una competencia. Smith, por ejemplo, había nacido en el seno de una familia de granjeros que trabajaba para gente blanca y, tanto él como su padre y sus once hermanos, recibían parte de lo que cosechaban. Cuando su familia se mudó a California siguieron trabajando de lo mismo, aunque ahora si cobraban un sueldo. Pero igualmente cada vez que iba al colegio le sudría las burlas por parte de sus compañeros, quienes lo maltrataban por las ropas que traía. 

Lee Evans, campeón de los 400 mts y la posta 4×400 mts en México, expresaría antes del magno evento que «si voy a los Juegos Olímpicos y gano el oro, igualmente voy a tener que volver y vivir en la pobreza y la degradación». 

Cuando llegaron a la universidad, tanto Smith como Carlos se acercarían a quién terminaría de convertirse en su mentor, el sociólogo (y ex lanzador de disco) Harry Edwards, quién terminaría fundando junto a otros atletas el Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos. Éste organismo era una de las tantas ramas de protesta que fundaron las personas negras a lo largo de aquellos revolucionarios y tumultuosos años 60s. Las dos caras más reconocibles de estos movimientos habían sido, por supuesto, Martin Luther King y Malcolm X, quienes fueron asesinados previamente, al igual que había sucedido con John F. Kennedy, un presidente que se había mostrado cercano a las ideas de Luther King.

El PODH se mostró sumamente activo desde el primer momento. Los atletas manifestaron que realizarían un boicot si no se cumplían los seis puntos más importantes que reclamaban:

1. La exclusión de Sudáfrica y Rhodesia del Comité Olímpico Internacional, debido a sus políticas de apartheid, mismas que también existían en el deporte.

2. Que se le devolviera el título mundial de peso pesado a Muhammad Ali, quién había sido despojado del mismo (y se le había prohibido boxear) por negarse a combatir en la Guerra de Vietnam. «Pueden preguntarme lo que quieran sobre la guerra de Vietnam y siempre me escucharán decir lo mismo: no tengo problemas con los vietcong. Ningún vietcong me ha llamado nigger» había expresado. 

3. Que el COI destituyera a Avery Brundage, su presidente, conocido por su pensamiento racista, clasista y antisemita.

4. Que el Comité Olímpico Estadounidense (USOC) contrate a más entrenadores negros. 

5. Que la USOC, además, incluyera a dirigentes negros, ya que hasta 1967 no había ninguno trabajando allí.

6. Boicotear al New York Athletic Club por sus políticas racistas y antisemitas.

El organismo demostró su fuerza consiguiendo con éxito el sexto punto, ya que, en 1968, consiguieron boicotear el prestigioso encuentro anual de una institución que solo recibía a los negros y a los judíos para competir, pero no les permitía ser miembros. Esta victoria, además de ayudar en la lucha por el retorno a los cuadriláteros de Ali y de terminar evitando que tanto Sudáfrica como Rhodesia participaran de los Juegos, les permitió a los atletas pensar en que se podía realizar algo también a nivel olímpico. Algunos pensaban en realizar algo simbólico, mientras que otros, como el basquetbolista Lew Alcindor (conocido luego como Kareem Abdul Jabbar), directamente votaban en favor de no ir a México. 

Pero el mundo no se había detenido mientras estas cosas sucedían en Estados Unidos. Y es que 1968 es un año central para pensar cómo se transformó la sociedad tras la postguerra. En París -y en otras ciudades galas- los estudiantes y sindicalistas comenzaron sus protestas en lo que se conocería como el «Mayo Francés», una serie de revueltas en donde éstos se mostraban contrarios al capitalismo o al imperialismo, entre otras tantas cuestiones. Este movimiento es, posiblemente, el más conocido, aunque también en muchos otros países fueron los jóvenes los que se levantaron para decir basta. Uno de los casos más emblemáticos se dio detrás del telón de acero, en este caso en Checoslovaquia, que buscaba tener mayores libertades aunque en este caso los soviéticos terminarían enviando a sus poderosos tanques para cortar con los ánimos, aunque la llamada Primavera de Praga se mantendría firme durante ocho meses. 

Pero quizás el momento más crudo de aquel año se terminaría viviéndose justamente en el lugar que albergaría a los JJOO, la Ciudad de México. El 23 de junio la policía ya había agredido una protesta realizada por estudiantes, aunque lo que se vivió el 2 de agosto, apenas 10 días antes del inicio de los Juegos, fue horroroso. Ese día, en la Plaza de las Tres Culturas, los soldados empezaron a dispararles indiscriminadamente a unas personas que estaban protestando de manera pacífica. Aquel lamentable momento terminó siendo conocido como la Masacre de Tlatelolco, donde se estima que fueron asesinadas alrededor de 300 personas. 

El ambiente que existía en la cita olímpica, entonces, era sumamente espeso, a pesar de que los mismos terminaron desarrollándose con cierta normalidad. El seno del PODH en ningún momento terminó por ponerse de acuerdo sobre qué hacer en México, si participar o, de lo contrario, generar un boicot, por lo que cada atleta terminó eligiendo su camino. 

Carlos y Smith expresaron que ellos querían competir y es por ello que sintieron la necesidad de terminar en lo más alto del podio, ya que solo de esa manera su protesta recibiría mayor notoriedad. Y así llegaron al 16 de octubre, donde Smith corrió tan rápido que no solo terminó rompiendo de forma válida la barrera de los 20 segundos (19.83s), sino que su marca perduraría a nivel global hasta 1979 y de forma olímpica hasta 1984. 

Carlos, mientras tanto, perdió ante su amigo, pero también ante alguien más, un ser que pudo haber sido un nombre al paso en esta historia, pero que también se convirtió en alguien vital: el australiano Peter Norman (Coburg, Victoria, 15 de junio de 1942). 

Carlos y Smith se pusieron un pin del PODH y le comentaron lo que harían al medallista de plata, quién les manifestó que estaba totalmente de acuerdo, ya que él también veía como su país excluía sistemáticamente a los aborígenes. Es más, como Carlos se había olvidado sus guantes, fue el propio Norman el que les sugirió que se pusieran uno en cada mano. El gesto se completó yendo descalzos al podio. Y ambos, luego, le añadieron sus propios detalles al momento: Smith llevó una bufanda para representar el orgullo negros y Carlos, además de bajarse el cierre de su chaqueta deportiva -algo que atentaba contra la tradición olímpica-, tenía puesto unas cuentas en su cuello, con el fin de recordar a las personas linchadas por la violencia policial. 

«Mi mano derecha levantada representaba el poder de la América negra. La mano izquierda de Carlos representaba la unidad de la América negra. Juntos formaron un arco de unidad y poder. Las medias negras sin zapatos representaban la pobreza negra en la racista América. La totalidad de nuestro esfuerzo fue recuperar la dignidad negra», contemplaría tiempo después el campeón olímpico. 

Este gesto montó en cólera tanto a Brundage como a distintos dirigentes norteamericanos, quienes decidieron expulsar inmediatamente a los atletas de la villa olímpica. Sus carreras dentro del atletismo también habían finalizado, aunque eso no les impidió dedicarse a otros deportes. Smith fue drafteado en los Cincinnati Bengals de la AFL en 1969, una liga de fútbol americano que terminaría siendo absorbida por la NFL un año más tarde. Carlos, por su parte, sería drafteado en 1970 por los Philadelphia Eagles, aunque una lesión terminaría retirándolo prontamente del deporte, aunque seguiría ligado al mundo deportivo, ya que sería uno de los organizadores de los Juegos de Los Ángeles en 1984. 

Norman fue el que peor la pasó, ya que si bien pudo jugar fútbol australiano desde 1972 hasta 1977 para West Brunswick, lo cierto es que terminó siendo apartado dentro de la federación de su patria, ni siquiera teniéndolo presente durante Sydney 2000 siendo, curiosamente, los norteamericanos quienes lo invitaron a estar con ellos. En 1985 ya había vivido otro momento doloroso, cuando estuvo a punto de perder una de sus piernas por una gangrena, algo que lo llevó a hundirse en un pozo depresivo.  

Los tres, a pesar de sus circunstancias, se mantuvieron siempre unidos. En el 2003, cuando en la Universidad de San José se inauguró una estatua con sus héroes, fue Norman el invitado para dar un discurso. Y tres años después, cuando el australiano falleció, fueron los atletas estadounidenses los que se encargaron de llevar el féretro al lugar de descanso final, volviendo a realizar el ya mítico levantamiento de puños, ahora para recordar a otro gran guerrero de la lucha social. Al final, los tres, juntos, consiguieron ser más grandes que las medallas que levantaron. Y por eso terminaron siendo eternos.

Autor

  • Periodista, escritor y narrador de historias. Fundador de The Line Breaker. Amante de los deportes, sobre todo de lo que no miran los medios. Escribió cuatro libros: Detras del muro (2020), Titanes (2022), Hermandad, unidad y jogo bonito (2023) y 2001 una odisea argentina (2024), todos editados por LibroFutbol.

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