DANIEL SCIOLI, «PERONISTA LIBERTARIO»
Daniel Scioli está en plenos noventa cuando todavía no terminaron los años ochenta. En el mar Mediterráneo, el motonauta se prepara para correr por el campeonato Mundial Offshore 1989, con una lancha de nombre premonitorio: “La Gran Argentina”. Muestra su traje de nomex rojo, medio michelin, fuego Ferrari, con el auspicio de la famosa empresa de cigarrillos, conocida a nivel mundial. Daniel Scioli es Schumacher antes de que el planeta sepa quien es el piloto alemán de Fórmula 1.
En la escena hay un detalle que no es un detalle. En el pecho, cerca del corazón, un cartel blanco rompe con el traje colorado. La insignia del sponsor es clara: “Y-P-F”. En Argentina no todas las joyas de la abuela están vendidas. Todavía. La palabra Repsol no se conoce tanto. YPF es gasto público.
Daniel Scioli todavía no es más que un competidor náutico. No fue diputado, ni político, ni secretario, ni gobernador, ni vicepresidente, ni candidato a presidente, ni ministro. No tiene décadas en el centro del poder político, siempre en el mismo partido, con diferentes colores. No se “bancó” a Cristina, ni intentó transar con Massa, ni dejó un atril vacío en un debate, ni se fue a Brasil, ni se puso la gorra de “Las fuerzas del cielo”.
Al Daniel Scioli que todavía no es Daniel Scioli no le molesta que el Estado ponga plata en el deporte. Siempre y cuando el deporte sea él.
¿En qué te has convertido, Daniel?
En el acto de cierre de campaña de Scioli previo a la primera vuelta del 2015 tocó Ricardo Montaner. El Luna Park era una postal: un par de banderas y pocas personas saltaban al calor del “yo creo en tí, yo creo en mi, yo creo en ti, yo creo y puedo, yo creo en dios y en el amor” del cantautor. La única enamorada de la música era Karina Rabolini. El hecho, absolutamente insignificante, dio lugar a interpretaciones varias en los analistas políticos que analizan las derrotas. Tanto es así que la revista Anfibia tituló, en uno de sus artículos de revisión de la elección: “No fue Montaner”.
La primera gran definición político-partidaria de Scioli se dio en 1997. El 29 de enero, lógicamente en el diario La Nación, decía: “el menemismo es más grande del peronismo”. En el mismo reportaje marcaba que su barrio, Abasto, era un resumen del país, porque un mega emprendimiento (hoy, el conocido Shopping de la Av. Corrientes) se estaba poniendo en pie. “Soy afiliado a estas ideas, no a un partido”, dijo, cuando lo interrogaron por el carnet de asociado. No obstante, seis meses tardó no solo en afiliarse sino en ganarle, en junio, a Miguel Angel Toma las internas del PJ porteño. El búnker estaba en Anchorena, a tres cuadras de Recoleta. Daniel es, desde siempre, un argentino de bien.
Luego de obtener su banca empezó una carrera política bastante conocida. Reelección en 2001. Circulación por ministerios. Vicepresidente en 2003, apoyado y ubicado allí por Eduardo Duhalde. Gobernación en 2007, por ocho años, entre el naranja de La Ñata y el celeste y blanco del PJ: Scioli para la victoria.
En 2015, la derrota a la presidencia por el pj-kirchnerismo, con aplausos de Cristina en la campaña, lo llevó a reservas menores de la política. En 2017, fue quinto candidato a diputado (banca que obtuvo) por Unidad Ciudadana (detrás de Fernanda Vallejos, Roberto Salvarezza, Fernando Espinoza y Vanesa Siley). Luego fue embajador, ministro y nuevamente embajador con Alberto Fernández, devenido hoy en libertario tras no haber podido competir en las PASO de Unión por la Patria. Un dato incontrastable: para cargos ejecutivos (vicepresidencia, gobernación, presidencia), Scioli tuvo siete jornadas electorales (2003, 2007, dos en 2011, tres en 2015). Ganó seis. Solo perdió una.
La coherencia de Scioli es indudable. De hecho, fue el presidente Javier Milei el que dijo que Menem era el mejor presidente de los últimos cuarenta años. ¿Hay alguien, hoy, más menemista que Scioli? El problema pasa por hacer un análisis político cuya premisa se base en giros y traiciones. Que las hay, las hay. Pero pensar que un político de ese calibre solo se mueve en ese campo, sin un enclave determinado, es reducir a la ciencia política y su arte es un juego de niños.
Scioli es un cuadro orgánico de la clase que domina económicamente la Argentina. Esa que era privatista de los negociados de los noventa y que pidió el rescate del Estado a principios de siglo. Hoy, que la burguesía argentina (y no tan argentina) pide sacar el cepo y reforma laboral, ¿con quién podría estar Daniel? Milei. “La política del Estado en Argentina -dijo, en mayo, el periodista político Jairo Straccia- es Daniel Scioli: se mantiene con todos los gobiernos”.
No es algo muy distinto al giro que su partido tomó en los últimos 30 años: pro-mercado y pizza con champagne con indultos en los noventa, discursos “anti-neoliberales” en los 2000. Una parte importante del funcionariado político del PJ hizo las mismas transformaciones que Scioli. Lo de él, igualmente, es un poco más grotesco.
El mejor perfil político de Scioli lo hizo él mismo. Quedó plasmado en una entrevista del diario La Voz, de Córdoba, a todos los candidatos presidenciales del 2015. Daniel plantea allí que es hincha de Boca, que no ve películas por su actividad diaria, que su libro preferido es “El arte de la guerra” de Sun Tzu, que su ciudad predilecta es Mar del Plata, que su ídolo es el Papa Francisco, que su referente político preferido es Nelson Mandela, que sus actores predilectos son Nacha Guevara y Pepe Soriano, que si tiene que elegir un prócer opta por San Martín. Cuando le preguntan por la música, no dice que su cantante preferido es Montaner, prefiere a Los Pimpinela (nota de color: Sergio Massa elige a Arjona). Scioli habla de “lealtad, perseverancia, humildad”. Pero cuando se trata de lo importante, el ex motonauta muestra la hilacha. Cuando le preguntan por el anhelo personal, Mauricio Macri habla de “una Argentina unida”, Massa dice “que cada argentino tenga una casa”. Pero Scioli, por ser Scioli, en eso no puede usar palabras difíciles. Dice la verdad. Su verdad.
-¿Un sueño?
-Ser presidente
Pelota y política
La primera regata en la que compitió Scioli, en Mar del Plata, salió última. Dijo, muchos años atrás, que eso lo hizo enojar hasta ser campeón del mundo. El Fangio de la motonauta lo logró: en una carrera deportiva de once años ganó ocho títulos del mundo en la escudería del equipo de Fabio Buzzi. La cifra resulta más admirable aún si uno tiene en cuenta que el 4 de diciembre de 1989, ocho años antes de su retiro, sufrió el accidente por el que terminó sin su brazo derecho: en el Delta del Paraná, por una “ola negra” producida luego del paso de un barco pesquero, la lancha se volcó y generó el hecho fatídico. En 2019, Luca Nicolini, que acompañaba a Scioli en la fatalidad del Paraná y el propio Buzzi fallecieron en un accidente de lancha en un viaje de Montecarlo a Venecia.
La faceta deportiva de Scioli se cruzó con la política. No solamente como “trampolín” sino también como funcionario. Scioli fue ministro de Turismo y Deporte en diciembre del 2001. Asumió el 23/12, 72 horas después de la caída de De La Rúa y pidió, a un país devastado, que por favor pasen la temporada de verano en Argentina. Actualmente también es ministro de la misma cartera, a la que se sumó medioambiente. Como diputado se encontró presidiendo la Comisión de Deporte del Parlamento, en 2018.
La actual gestión traduce al dedillo la línea general: motosierra y licuadora. La extensión de todo el presupuesto 2023 lógicamente, como ocurre en otras áreas, deterioró los recursos. Esto se tradujo, por ejemplo, en el despido de 78 personas en el CENARD (24% de la planta laboral de la subsecretaría). También en el recorte de los históricos Juegos Evita: se redujeron 30 disciplinas y la cantidad de finalistas bajó de 25 mil a 9 mil del año pasado a este. El municipio de Mar Chiquita, sólo por citar un ejemplo, declaró a Scioli “persona no grata” y denunció que este ajuste recorta “en un 70% los recursos de viajes, alojamiento y comida de cientos de miles de jóvenes deportistas en todo el país”. Esto se conecta con decenas de deportistas que vieron licuadas sus recursos: las mejores becas rondan los $400.000.
La paradoja más genuina de la gestión se da por omisión: el subsecretario de Deportes, Julio Garro, fue despedido a días de los Juegos Olímpicos y esto no generó ningún problema significativo. Es la evidencia más fehaciente de que mucho el gobierno no hacía al respecto.
Pero el gran anhelo de Scioli, en el área, pasa por la intromisión en los clubes deportivos de las Sociedades Anónimas (SAD). Esto también es consecuente: el Pichichi tenía un proyecto similar en los años noventa y esa impronta no fue abandonada jamás. Un tweet del 2018 en el que se postuló en contra suele ser marcado como una contradicción: posiblemente haya sido una táctica para posicionarse frente a un intento de Macri de llevarlas adelante. Pero lo cierto es que Scioli y quien le sacó la presidencia en 2015 siempre tuvieron este proyecto entre manos. Dijo el periodista Gonzalo Reyes, en el portal La Tinta, sobre una ambición de principios de siglo: “La iniciativa de Scioli no distaba demasiado en lo esencial. Su proyecto también se presentaba como un modelo para regularizar la magra economía de los clubes a través de dos vías posibles: que las instituciones tengan la facultad de poder cambiar su razón social, ante la incapacidad de cumplir metas económicas, o ceder la administración total o parcial de sus actividades, sean aquellas que se desarrollaran de manera profesional (como el fútbol) o las prácticas deportivas amateur (básquet, hockey, vóley, etc)”.
Las SAD son la entrada del capital privado a los clubes. El gobierno busca que estas entidades permitan la posibilidad de abandonar su figura legal de “Asociaciones Civiles sin Fines de Lucro”, para poder transformarse en empresas privadas. Dejarían, entonces, de votar a sus autoridades y de ser manejados por la masa societaria, para ser manejados por dueños. Esto ataca el carácter social del deporte: si se busca la ganancia, todo lo que no dé beneficios será tirado por la borda. Lo que dejaría en segundo plano y tendería a eliminar al juego como una forma de expresión de la juventud, que muchas veces es salvada por estas actividades de la falta de futuro, las problemáticas de salud mental, del narcotráfico como salida laboral (sobre todo en las barriadas de menores ingresos) y hasta de las balas de la yuta. Sería, directamente, privatizar una pasión.
El argumento de Scioli y compañía sobre la necesidad de “dar libertad a los clubes para que hagan lo que quieran” esconde una trampa: la intromisión del capital privado reforzaría deportes y entidades lucrativas, abandonando juegos y chicos que no puedan acceder a eso. También apuntalaría la expulsión de los hinchas de las tribunas, de sus quinchos, sus piletas, etc. Libertad para quien pueda pagarla. La presión para la penetración del capital privado en los engranajes en donde los negociados no han sido del todo explotados se desprende de una política general: no es casual que un gobierno que no puede salir de la encerrona de la falta de dólares y del cepo, quiera entrar capitales al deporte para el ingreso de dólares. Vale lo mismo para la megaminería, la privatización de la educación, etc. Obviamente, Scioli está ahí.
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Es mayo del 2022. Scioli habla a través de la red social Tik Tok. Busca decir en un tono gracioso. Cuenta, desde Brasil, que hace poco inventó un deporte nuevo que lo divierte mucho. El juego consta de lo siguiente: una suerte de partido con paletas de paddle pero no en la cancha habitual sino en la zona de saque de una cancha de tenis. Durante la grabación, Scioli habla mientras pasa la pelota de un lado al otro. Cuenta que se entretiene mucho con eso.
El video no es muy lúcido pero la evidente falta de ingenio tiene un valor. Hasta donde se sabe, Scioli, con ese juego, solo se divierte. Aún no trascendió el disfrute. Por única vez, Daniel Scioli se relaciona con un deporte sin pensar en un negocio.