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SON LOS CLUBES, ESTÚPIDO

SON LOS CLUBES, ESTÚPIDO

La ciudad de Gualeguay sufrió graves inundaciones en determinados barrios de la ciudad. La caída de demasiada lluvia, la necesidad de obras y la falta de planificación trajeron consecuencias durísimas. Los primeros que organizaron la solidaridad fueron, cuándo no, los clubes de barrio.

El salón del Club Atlético Urquiza de Gualeguay, cuna de Lisandro Martínez y el “Mencho” Medina Bello, no estaba preparado para la venta de pollos como cada domingo. Al ingresar nomás, uno se encontraba con decenas de mesas llenas de ropa y mercadería para las familias inundadas. El Barrio Molino, semillero natural del auriverde no estaba afectado, pero eso no importa. Las mismas personas que cada semana ponen su tiempo de onda para sumar recursos al club, estaban poniendo el lomo para ayudar a la ciudad que lo necesitaba.

Quilmes, acérrimo rival de Urquiza, organizó una merienda. En las instalaciones del club se juntaron los recursos necesarios para darse una vuelta por el cangurito y todas las zonas afectadas. Cuando un panadero de Urquiza se enteró quiso colaborar. Terminaron los dos clubes haciendo la actividad juntos. La guerra de cada clásico, que incluye insultos entre familiares y alguna que otra piedra, más para asustar que otra cosa (las canchas quedan una enfrente de la otra), parecía una historia del pasado. La gurisada está primero.

Gualeguay Central es uno de los clubes más antiguos de la ciudad. Sus instalaciones imponentes y su ubicación cerca de la estación de Ferrocarril dan cuenta de ello. Apenas se enteraron de la magnitud del desastre, pusieron los salones a disposición. Más de sesenta familias, en un momento, pasaron por ahí. Pudieron dormir, comer y tomar unos mates. También el Ejército instaló su campamento en Central. La propia gestión Municipal decidió instalarse en el club. Todavía les siguen llegando donaciones de productos de limpieza que derivan a Acción Social.

Un socio de Libertad manejó su camioneta para llevar la merienda al Barrio Malvinas Argentinas y al Evita, entre otros. En la caja iban los colaboradores de siempre con viandas de comida. No preguntaban si se trataba de casas inundadas o no. El hambre está pegando igual, y lo de la lluvia no hizo más que empeorar la situación. Dicen que lo más doloroso que les tocó pasar fue en un barrio en el que se quedaron cortos con las viandas. Al otro día volvieron con más.

Cuentan que los chicos de Bancario tomaron la solidaridad como un aprendizaje. Cuando iban en piragua por el Barrio Pancho Ramírez, se sentían importantes. Estaban ayudando a familias de jugadores del club, pero también a personas que desconocían. Cada vez que volvían a la sede central, se notaba la tristeza, pero también cierta mueca de orgullo porque sabían lo que estaban haciendo.


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Las historias se repiten, pero con un denominador común. No fue la mano invisible del mercado, ni los hombres de gris. No fueron los genios del Excel, ni los encuestadores. No fueron los que especulan con la pobreza, ni los que usan a los pibes como soldaditos para el reviente. No fueron las sociedades anónimas, ni los dólares de los árabes. No fue el Gobierno Nacional que brilló por su ausencia, con la falta de empatía y la crueldad a la que no podemos acostumbrarnos. No fue el modelo que pretende asfixiar el trabajo de contención de los clubes con tarifas de luz y gas impagables. No fueron ellos. Fueron las asociaciones civiles sin fines de lucro. Fueron, son y serán los clubes, estúpido. 

Autor

  • Nació en Ramos Mejía, pero vivió la mayor parte de su vida en Entre Ríos. Periodista y docente en escuelas primarias y secundarias de la provincia. Estudió Comunicación Social en la UNER y trabajó en diversos medios gráficos y radiales de Entre Ríos en los últimos veinte años. Escribió la biografía de Micaela García para la editorial Chirimbote. Es uno de los pocos zurdos sin talento que se pueden hallar en los potreros entrerrianos

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